XX. ENFERMO
Mi enfermedad requería cuidados.
Estaba atacado por un fuerte paludismo[1]
que me impedía ocuparme en los asuntos del servicio. Me di de baja.
Vino un oficial a relevarme, y
cumpliendo las órdenes recibidas me trasladaron a un hospital provisional, de
barracones de madera, instalado en las inmediaciones del poblado C, donde yo
había de estar más atendido.
Largo tiempo estuve en este hospital
con otros muchos enfermos, sin conseguir vernos limpios de la calentura que nos
abrasaba consumía, a pesar de
administrarnos quinina y más quinina[2],
que no era amarga, como tenía entendido.
Si yo poseyera conocimientos
científicos más profundos, hubiese podido explicarme las reacciones químicas
que la diferencia de latitud y el clima de Cuba determinaban en la quinina para
transformarla en dulce; pero yo no sabía lo suficiente para explicármelo; yo
era un sietemesino.
El médico que me visitaba mostrábase
indignado de la insuficiencia del local y de haber metido en éste muchos más
enfermos de los que la Ciencia aconsejaba, y, sobre todo, de la falta de
elementos para atender debidamente a los enfermos, a los cuales -según le oí
decir- día hubo en que se les dio caldo de sardinas por no disponer de otra
cosa.[3]
Refirióme también un caso peregrino:
Aquel hospital provisional fue proyectado para 300 enfermos, únicos que había.
Pudo construirse allí mismo, pues materiales y personal tenían para ello; pero,
por razones inexplicables, se construyó en la Habana y se remitió al lugar de
emplazamiento, en piezas sueltas: un rompecabezas empaquetado. Desde la Habana
se envió por ferrocarril hasta A. En A se metió en un barco que lo llevó al
puerto de B, donde se desembarcó aquella balumba. De C salió una columna con multitud
de carretas, atravesando media isla en busca de aquel maderamen[4].
Se montó el hospital para los 300
enfermos existentes; mas como la ida y la vuelta en busca del maderamen llevó
muchos días por lugares insalubres, los expedicionarios volvieron con el
maderamen y con 200 enfermos más; y el problema de alojar debidamente a todos
quedó sin resolver.
-¡Esto es un escándalo! ¡Esto es
vergonzoso! -protestaba el médico.
Si la fiebre no me tuviera tan
postrado, y le hubiese contestado:
-Supla usted con su celo, hombre; supla
usted con su celo.
Corrieron rumores de paz, que fueron
acentuándose hasta recibir la noticia de haberse firmado la paz del Zanjón[5],
en la cual se reconocieron empleos de coroneles y de generales a varios
insurrectos que contra nosotros habían combatido. Sacaron más que yo.
Supe, también, que el brigadier
Escande había armado un escándalo por no habérseme agraciado con motivo de la
acción del Potrerillo, y sin duda le atendieron, pues me vi con el empleo de
teniente efectivo cuando, todavía con fiebre, me llevaron en brazos al vapor
que me repatrió junto con otros muchos enfermos.
Hice la travesía amodorrado y sin
dejar el lecho[6]. No
recuerdo, ni me di cuenta de mi traslado desde el vapor a ujn hospital de
Santander[7],
donde permanecí postradísimo en la cama número 2, ignoro cuántos días.
Algunas veces recobraba el oído, único
sentido que solía recobrar de cuando en cuando.
En una de esas ocasiones percibí un
diálogo cerca de mi cama. Eran dos sanitarios que conferenciaban acerca de la
gravedad de mi estado.
-Está
mucho peor que ayer, éste la diña. ¿Le has dado lo recetado por el médico?
-Sí; seis gramos de quinina.
-¿Seis
gramos de quinina? ¡Qué barbaridad!
-Lo que dice aquí, en el cuaderno,
que se le dé al número 2.
-No puede
ser. A ver el cuaderno.
-Mira.
-¡Animal!
Si aquí pone: “Dos gramos de quinina al número seis”.
-Es verdad: me he confundido y le
he dado seis gramos de quinina al dos. La metí.
-Pues lo
has matado; así, sencillamente.
Yo escuché aquél diálogo sin fuerzas
para moverme; los párpados, cerrados, no obedecían a mi voluntad de abrirlos.
Era un cadáver que oía, y, sin embargo, no sé por qué, aquella sentencia de
muerte me hizo concebir esperanzas de vivir.
Nuevamente quedé sin sentido. No sé
cuánto tiempo hubo pasado cuando otra vez oí hablar a los dos sanitarios.
-Oye, tú:
el dos parece que reacciona; sí; el pulso está mejor…
-Pues nos va a reventar, si
revive.
-¿Porqué?
-Porque ya lo habíamos puesto como
fallecido, y, si revive, vamos a tener que rehacer los estados que ya teníamos
terminados.
Aquello sí que me puso en temor.
Estaba viendo que me enterraban vivo por evitarse el rehacer los estados. Y yo,
sin fuerzas ni para protestar.
Una voz femenina, dulce como melodía
celeste, intervino en el diálogo; voz alentadora de fe, inundadora de
esperanza. Oí que pronunciaba mi nombre varias veces. “No me muero; ya no me muero”,
pensé.
Una noche desperté de mi letargo. A la
escasa luz de la sala distinguí a mi lado una mujer sentada. Era una Hermana de
la Caridad. Las amplias tocas sombreábanla el rostro.
-Gracias
al Señor, ya está usted fuera de peligro -me dijo-. Ayer escribí a su tío, el señor Canónigo de Toledo;
supongo que vendrá.
-¿Cómo ha sabido usted que tengo un
tío canónigo y reside en Toledo?
-Porque sé
quién es usted.
-¿Sabe usted quién soy?
-Sí:
Claudio Béjar.
-Ah, sí; se lo han dicho a usted en
la Dirección del hospital.
-No,
señor.
-¿Entonces…?
-Le he
reconocido a usted por este escapulario de Santa Eulalia que tiene colgado a la
cabecera de la cama.
-¿Por el escapulario?
-El que yo
le di a usted cuando marchó a Toledo.
-¡Eulalia! -exclamé- ¡Tú! ¡Eulalia,
mi buena amiga Eulalia! ¡Mi compañera de la niñez![8]
No volví a verla en mi sala. Tal vez
estuve demasiado expresivo con ella, porque desde aquel día me vi asistido por
otra Hermana, a la que pregunté:
-¿Y la Hermana que me asistió ayer?
-Pidió ser
destinada a otra sala, pero encargándome que le asistiera a usted con la mayor
solicitud.
Así lo cumplió la nueva Hermana. Para
distraerme contábame vidas de santos y cuentos infantiles. También me confió
que era huérfana de padres; su padre fue militar, y no quedándole a ella sino
una mezquina pensión de orfandad, insuficiente para las más apremiantes
necesidades de la vida, había tomado el hábito de la Caridad.
-Yo tenía entendido -le dije-
que el Gobierno había aumentado los sueldos y las pensiones.
-Nada más
los sueldos de los que están en activo, sobre todo de los generales, que han
sido aumentados en miles de pesetas. No hubo una voz caritativa que pidiera el
aumento de unos céntimos en las pensiones de cinco duros mensuales a que están
atendidas algunas viudas y huérfanas. Es natural: las viudas y los huérfanos
nos somos de temer: no podemos sublevarnos contra las instituciones.[9]
Mi tío púsose en camino tan pronto
recibió la carta de Eulalia. No me abandonó un momento, y así que en el
hospital me dieron de alta trabajó y me consiguió dos meses de licencia [por
enfermo] para que me repusiera en Toledo.
No quise marchar a la imperial ciudad
sin despedirme de Eulalia y prometerla continuar llevando siempre su
escapulario.
Los cuidados de mi tío, los aires de
los cigarrales de Toledo y alguna perdiz estofada en la célebre casa de
Granullaque[10], me
dejaron completamente restablecido y útil para el servicio.
[1] El PALUDISMO, o MALARIA, es una
enfermedad potencialmente mortal transmitida a los humanos por algunos tipos de
mosquitos. Se da sobre todo en países tropicales. Se trata de una enfermedad
prevenible y curable. La infección es causada por un parásito y no se transmite
de persona a persona.
Los síntomas pueden ser leves o potencialmente
mortales. Los síntomas leves son fiebre, escalofríos y dolor de cabeza. Los
graves incluyen fatiga, confusión, convulsiones y dificultad para respirar.
El paludismo puede prevenirse evitando las picaduras
de mosquitos y (desde el siglo XX) tomando medicamentos.
[2] La QUININA o chinchona es una
sustancia alcaloide (compuesto químico orgánico que se encuentra principalmente
en plantas) muy utilizado tanto como remedio para aliviar distintos síntomas o
incluso para tratar ciertas patologías como con fines culinarios en gastronomía.
La quinina ha sido muy utilizada como remedio
tradicional por sus propiedades digestivas y cicatrizantes. También para reducir la fiebre.
La quinina ha sido históricamente utilizada para
tratar la malaria (No debe utilizarse para prevenirla)
[3] Sugerimos
la lectura un artículo del oficial de Sanidad don José Torres Medina: ‘De
Cajal al 98 : veinticinco años de Sanidad Militar en Cuba’, publicado
en Medicina militar : revista de sanidad
de las Fuerzas Armadas de España.
01/04/2003 Año 2003 Volumen 59 Número 2.
[4] MADERAMEN: m. Conjunto de maderas que
entran en una obra. Sin.: enmaderado, maderaje, maderación, armazón, tarima.
[5] Reina
Alfonso XII desde diciembre de 1874. Se conoce como Pacto del Zanjón o Paz de Zanjón al
tratado firmado el 10 de febrero de 1878 que establece la capitulación del
Ejército Libertador cubano frente a las tropas españolas del general Martínez
Campos, poniendo fin a la llamada Guerra Grande o Guerra de los
Diez Años (1868-1878).
De paso, por las coincidencias en cronología y
gobernantes, recordemos que la tercera guerra
carlista fue una guerra civil que tuvo lugar en España de 1872 a 1876,
entre los partidarios de Carlos, duque de Madrid, pretendiente carlista al
trono, y los gobiernos de Amadeo I, de la I República y de Alfonso XII.
[6] Reina
Alfonso XII desde diciembre de 1874. Tras la ‘Paz de Zanjón’, tratado firmado el 10 de febrero de 1878, Claudio
Béjar fue repatriado con otros muchos enfermos en un vapor-correo donde se
transportaban más que se evacuaban los soldados heridos o enfermos, sin más
medios sanitarios que los de una rudimentaria enfermería; el viaje, de un mes
de duración, había de terminar en principio en cualquiera de los Hospitales de
Cádiz o Santander.
Sugerimos la
lectura del artículo ‘Los
barcos hospitales en la campaña de Cuba ’, del oficial de Sanidad don José
Torres Medina, publicado en 1970 en el número 29 de la Revista de Historia
Militar.
[7] Los
hospitales existentes en Santander fueron el de San Rafael, fundado en 1791 y que
tenía una sección militar; el Sanatorio de Calzadas Altas, en esa misma calle
un Centro de Desinfección, y el Hospital Militar de María Cristina.
[8] EULALIA:
en el pueblo, el matrimonio dueño de la
tienda de comestibles tenía una hija llamada Eulalia, de la edad de Claudio
Béjar aproximadamente; la niña más linda y mejor ataviada del pueblo, que le mostraba mucho interés y gran cariño cuando
la niñez. En 1867 el doctor Béjar mudó
con su hijo de diez años a la capital de la provincia; cinco años después lo
hicieron los padres de Eulalia con su hija, cuando el capítulo VI. LA BATALLA
DEL PETARDO. Ambos adolescentes mantuvieron amistad, y no llegó al romance
porque a Claudio le paraban el aspecto y maneras pueblerinas de Eulalia, y
porque también le gustaba Mari ‘la Francesita’, un año mayor que él. Cuando falleció el padre de
Claudio, al partir de viaje a Toledo con su tío el canónigo Exuperio Béjar,
Eulalia le regaló un escapulario; el oficial Claudio lo portó siempre sobre sí,
también en la campaña de Cuba. Cuando el alférez de infantería, teniente
graduado de Ejército, Claudio Béjar es repatriado a la península en 1878, muy
enfermo y tras la Paz de Zanjón, será reconocido cuando agonizante por una
monja de la Caridad, la Hermana Eulalia, en el hospital de Santander donde lo
ingresaron.
[9] A esta
novela de Pablo Parellada le precedió en 1907 otra, de título POMPAS
DE JABÓN, en cuya trama se cuenta que, cuando falleció el General, padre y
esposo: “(…) Muy aciago fue para Lelé el día en que se presentó en su casa
el habilitado con la primera nómina de la viudedad. La irrefutable y tremenda
lógica de los números le demostraron lo precario de su situación (…)”.
[10] El
paseo de Virgen de Gracia de la ciudad de Toledo está dedicado a don Benito Pérez Galdós «en
reconocimiento a la pasión que demostró por Toledo, contribuyendo con sus
novelas a divulgar su historia». Recuerdan allí algunas de las andanzas de don
Benito por la ciudad, con alusión al establecimiento que las Hermanas Figueras
tenían en Santa Isabel y de la Hostería de Granullaque, en la Plaza de
Barrio Rey, «que era su lugar predilecto para comer, como también lo
eran los dulces de la confitería de Labrador, en la Plaza de la Magdalena».