XVIII. EL BRIGADIER DON FÉLIX ESCANDE

 

XVIII. EL BRIGADIER DON FÉLIX ESCANDE



 

Si hubo en el mundo hombres arrojados y de valor temerario, ninguno le sobrepujó al brigadier Escande. Gozaba en el combate, y el mal humor y la nostalgia le deprimían el ánimo  sin pasaban unos días sin encontrar insurrectos con quienes andar a tiros.

Pero el brigadier Escande tenía cosas, y éstas le retrasaron mucho los ascensos. Era un hombre que hablaba en guasa y obraba muy en serio, y en la milicia conviene hablar muy en serio, aunque se cometan ridiculeces.

Cuando le encontramos en el pueblo de M, pidió un oficial que le sirviera de ayudante interino, pues el suyo efectivo había quedado enfermo de cólera en otra población.

-A ver si me proporcionan ustedes un oficial que sepa poca ciencia; cuanto menos ciencia, mejor; no quiero científicos a mi lado.

Y considerándome mi teniente coronel como el menos científico, por ser yo sietemesino[1], me dio un caballo, y pasé a las inmediatas órdenes del brigadier.

Yo no había montado nunca a caballo. Se lo hice presente al teniente coronel, sin acordarme de que para este señor no había dificultades.

-¿Y qué que no haya usted montado nunca? Para saber montar a caballo no hace falta saber montar.

Aquella misma tarde se presentó un oficial de Estado Mayor destinado a la columna de Escande. Pasé recado al brigadier:

-¡Hombre! Me mandan un científico; que pase.

Entró el oficial.

-He tenido el honor de ser destinado a las órdenes de vuecencia, y vengo a presentarme.

-Muy bien. ¿Hace mucho tiempo que salió usted de la Academia?

-Acabo de salir y de ser destinado a esta isla.

-Perfectamente. Usted sabrá mucha Geografía.

-Creo saber la suficiente.

-Sabrá usted donde está el río Misisipí.

-Sí, señor.

-Y la cordillera del Himalaya.

-También.

-Pues, yo no; ni me hace falta, porque allí no hemos de ir a hacer la guerra. ¿Sabe usted donde está el Potrerillo de Guayo?

-No, señor.

-Pues eso es lo que yo necesito que usted sepa, porque mañana al amanecer salimos para ese Potrerillo, donde espero encontrarme con la partida del cabecilla Vicente García. Hace unos días le envié una carta diciéndole que si tiene vergüenza me espere mañana en el Potrerillo de Guayo. Con que, vaya usted enterándose de dónde cae ese potrerillo[2].

El oficial salió un tanto mal impresionado. Escande pasó el día refunfuñando:

-Ya tenemos un científico en la columna; ahora sí que todo va a salir como una seda.

A la madrugada siguiente, la columna formó en una explanada frente a la casa donde se alojaba Escande. Este, a pie, pasó minuciosa revista. Quedé absorto al ver, a la cabeza de las tropas, doce mujeres alineadas. ¿Serían barraganas como las que llevaban los antiguos ejércitos?

-Hola -dijo el brigadier al llegar frente a ellas-, mis doce apóstoles.

No eran mujeres, sino doce jovencitos mulatos disfrazados de mujer y que servían de espías al brigadier Escande. Éste se encaró con uno de ellos:

-Tú, mamarracho; ¿a quién vas a engañar con esos pechos?; ¿dónde has visto glándulas mamarias con esquinas?; ¿qué te has puesto dentro?

-Papé.

-¿Papel? Eso no se imita con papel, sino con dos pelotitas de estopa o de algodón en rama bien redondeaditas.

Después le dijo al capitán de un escuadrón:

-Vengo observando desde hace tiempo que tiene usted muy flacos los caballos de su escuadrón, señor capitán. ¿Se puede saber en qué consiste que los de usted estén flacos y los demás gordos?

-No sé, mi brigadier; los ha visto el profesor veterinario; he probado a darles un sin fin de cosas, y no encuentro modo de engordarlos.

-¿Ha probado usted a darles de comer?

El capitán se calló.

Montamos a caballo. Escande dijo en alta voz

-Esta tarde espero encontrarme con Vicente García,  vamos a batir el cobre bien, pero bien. Si hay entre vosotros algún enfermo o algún mamarracho que tenga miedo, que dé un paso al frente.

Nadie se movió. Después, dirigiéndose a una Virgen cogida a los insurrectos y que como trofeo tenía colocada sobre la puerta de su casa, dijo:

-Oye: si encuentro a Vicente García te prometo dos velas de a libra. Si no lo encuentro, te quedas a oscuras.

Y rompimos la marcha.

Llegó la hora de hacer alto para comer y dar de beber al ganado, mas para detenernos precisaba un sitio donde hubiese agua, y no se veía agua por ninguna parte. La falta de tan preciado líquido no hubiese sido inconveniente, a ser el jefe de la columna el teniente coronel Urbía, pues hubiera ordenado dar aguardiente a mulas y caballos o untarles el morro con barro del que pisábamos en abundancia.

El oficial de guerrilla en vanguardia mandó noticia de  haber encontrado un pozo, pero no podía precisar si contenía agua suficiente para todo el ganado.

-¡Quién se apura por eso! -dijo Escande-. Aquí tenemos un científico[3] que podrá medirla.

Y dirigiéndose al de Estado Mayor:

-Adelántese a ver ese pozo, y si tiene agua suficiente haremos alto.

Continuamos andando hasta el lugar del pozo, donde el oficial de Estado Mayor informó:

-Mi brigadier, he cubicado el agua y hay más que suficiente para todo el ganado.

-Pues, alto -ordenó Escande.

No había bebido la mitad del ganado cuando trajeron noticia de que se había acabado el agua.

-No es posible. Que venga el de Estado Mayor -contestó el brigadier.

Vino el oficial, muy apurado:

-Perdone mi brigadier; con el afán de terminar pronto el cálculo, he confundido pi con erre.


(1)Para los que no lo sepan: Se calcula el volumen de un pozo cilíndrico, recto, de base circular, con esta multiplicación: HxRxRX3,14. Siendo H la altura; R el radio de la circunferencia del pozo; 3,14… una cantidad constante que suele indicarse con la letra griega pi.

 

-¡Pero, hombre! ¡Confundir a pi con erre! ¿A quién se le ocurre confundir a pi con erre? Comprendo que confundiera a Pi con Salmerón, pero ¡con erre!

Con gran júbilo del brigadier, uno de los apóstoles vino a decirnos que Vicente García marchaba hacia el Potrerillo de Guayo.

Fue el combate más reñido y más serio a que yo asistí. Bien se batió mi columna. Bravura admirable la de todos. Desde aquel día mi admiración por el brigadier Escande rayó en veneración.

Mi caballo me pegó el gran batacazo, salió corriendo y no lo volvimos a ver.

El enemigo inició la retirada.

-¡Chaquetean, chaquetean![4] -oí gritar a los nuestros.

-¡Adelante!

-¡Andavan, ma casun boñ! ¡Andavan, ma ca casun breu! -rugían los catalanes.

Las guerrillas montadas completaron el éxito persiguiendo al enemigo en retirada.

Escande resoplaba satisfecho y nos decía.

-Miren ustedes: yo no me fío nunca de las noticias que me traen referentes a las bajas del enemigo; viene uno: “Yo he visto dos muertos”. Viene otro: “Yo he visto otros dos”, y son los mismos que vio el primero. Por eso mando traer los muertos a mi presencia.

Así se hizo, y una vez perfectamente alineados los cadáveres, el brigadier fuélos contando.

Los guerrilleros montados trajeron algunos prisioneros. Uno de los guerrilleros dijo señalando a una de los prisioneros:

-Mi brigadier: este mulato es Froilán Esteban Roca, que perteneció a esta columna y hace dos meses desertó y se pasó al enemigo.

-Es falsedá, mi brigadiel, que yo no soy ese Froilán, y lo puedo testificar.

Desertor y traidor tenía pena de vida.

-Que venga alguno que lo reconozca -ordenó Escande.

Se acercaron unos cuantos de la columna y reconocieron en aquel mulato al desertor Froilán Esteban Roca; así acabó por confesarlo él mismo.

Otro general hubiera ordenado: “Que lo fusilen”; Escande, ya he dicho que hasta lo más serio lo decía en broma; y para ordenar que lo fusilasen dijo al desertor:

-Alíneate con los muertos.

Aquella ejecución, aunque merecida, fue lo que más me emocionó aquel día. El brigadier lo notó y me dijo:

-No hay más remedio que ser así. Hoy uno, mañana dos; en lo que llevo de campaña tengo fusilados unas docenas entre traidores y desertores. Gracias a este ten con ten voy saliendo adelante.

No pude menos de reírme al oír lo del ten con ten[5].

Acampábamos al raso con mucha frecuencia, y en llegando la hora decía el brigadier:

-A dormir todo el mundo; el que tenga miedo que se ponga de centinela.

Una mañana entré en su tienda. No se había levantado. Noté que estaba enfermo.




Durante la campaña había visto yo muchos casos de cólera, y comprendí que ésta era la enfermedad de Escande.

-¿Se encuentra usted enfermo, mi brigadier?

-Algo; poca cosa.

-Voy a llamar al médico.

-¡No! No le diga usted nada al médico. Ya le he dicho a usted que esto mío es poca cosa.

-Sin embargo, a veces la enfermedad más leve puede complicarse, y más aquí, donde estamos amenazados por el paludismo, vómito negro[6] y…

-Y cólera, hombre, y cólera; dígalo usted de una vez. Ya sé que lo que tengo es el cólera.[7]

-Por eso iba a buscar al médico.

-¡No! Que nadie sepa que estoy con el cólera; que no se entere el médico, o estamos perdidos. En cuanto el médico me tomase por su cuenta, tendría que obedecerle yo a él; ya no sería yo el jefe de la columna, lo sería el doctor. Además, yo no quiero científicos cerca de mí. Ya ve usted lo que hacen los científicos: confundir pi con erre; me expondría a que el doctor me confundiese el pi con erre y me enviase al otro barrio. ¿Quiere hacer usted el favor de darme el Aide memorie?

El Aide memorie[8] era el caneco de ginebra.

Ello es que, enfermo y todo, montó a caballo y curó.

Después de batirnos muchas veces y de verme recompensado con el grado de teniente[9] y dos cruces rojas -por la acción del Potrerillo no me dieron nada-, recibí la agradable noticia de que marchábamos a San Miguel de Nuevitas.

Iba a ver a Niña Gala, a mi adorada Galita.



[1]Poco duraron mis estudios. Habíase encendido la guerra civil carlista. Faltaban oficiales y se dispuso que ascendiéramos a alféreces los que tan solo llevábamos siete meses en la Academia. Por eso nos llamaron la promoción de los sietemesinos. He aquí por qué me adjetivo sietemesino en el título de este libro.” Del capítulo X. CADETE Y ALFÉREZ, de esta novela.

 En el mismo capítulos, el recién egresado alférez Béjar  decía “Un tanto temeroso estaba yo de la escasez de estudios impuesta por las circunstancias, pero mi tío me animó: (…) Tú sabes bastante más, y menos matemáticas supieron Epaminondas, el César, y el gran Alejandro; conque, no te apures; con tu buen deseo y amor al estudio, que no debes dejar, y con el ejemplo de los superiores, podrás llenar cumplidamente tus obligaciones y demostrar que un sietemesino puede comportarse como el mejor de los oficiales.”

Y, en el capítulo XIII, al incorporarse al Regimiento de Pandolfa, tras una controversia con un comandante, “-Veo que es usted amigo de poner peros a lo que hacen los superiores… Me volvió la espalda, fuese a conversar con otros y no sé si, pero me pareció oír la palabra sietemesino”

 

[2] POTRERILLO DE GUAYO. A mediados del siglo XXI, el Municipio de San Juan de los Yeras es uno de los treinta y dos municipios de la antigua provincia de Las Villas. Entre sus barrios están Guayo y Potrerillo (Pueblo en el barrio por su nombre. Fue formado a mediados del siglo XIX en el hato de su nombre, no lejos de la orilla del Caonao. En l858, a poco de su fundación, contaba ya con 117 vecinos). Es lugar citado por el GENERAL WEYLER en su libro MI MANDO EN CUBA (1896 – 1897)

[3] Las puyas que el brigadier suelta al oficial científico eran habituales entre quienes eran de Infantería o Caballería, y los facultativos de Artillería, Ingenieros y Estado Mayor. Esto nos recuerda un cuento de Pablo Parellada que como ‘Melitón González’ se publicó Por MELITÓN GONZÁLEZ en  Blanco y Negro el 19-06-1909, intitulado LOS COEFICIENTES, donde dos coroneles conversan entre ellos mientras acompañan a sus hijos al examen para el ingreso en la Academia: “Yo he recorrido toda España, sus colonias y sus islas, y me he batido cien veces, y te aseguro, García, que no he visto un polinomio al batirme en la península, ni en la costa de Marruecos ni en Cuba ni en Filipinas”.

[4] CHAQUETEAR: 1 intr. Huir ante el enemigo. Sin.: huir, retroceder. 2 intr. Acobardarse ante una dificultad. Sin.: acobardarse. 3 intr. Cambiar de bando o partido por conveniencia personal.

[5] TEN CON TEN.   Tacto o moderación en la manera de tratar a alguien o de llevar algún asunto. Miguel gasta cierto ten con ten en sus cosas. Ten = 2.ª pers. de sing. del imper. de tener. loc. sust. m.

[6] La fiebre amarilla o VÓMITO NEGRO es una enfermedad infecciosa zoonótica viral aguda causada por el virus de la fiebre amarilla transmitida por mosquitos que pican durante el día. Puede transformarse en una enfermedad hemorrágica y hepática grave (con un 50% de letalidad). La palabra amarillo del nombre se refiere a los signos de ictericia que afecta a los pacientes enfermos severamente.

[7] El CÓLERA es una enfermedad infecto-contagiosa intestinal aguda o crónica, provocada por la bacteria Vibrio cholerae, que produce una diarrea secretoria caracterizada por deposiciones acuosas abundantes, pálidas y lechosas, semejantes al agua del lavado de arroz, con un contenido elevado de sodio, bicarbonato y potasio, y una escasa cantidad de proteínas.

Se transmite principalmente por agua no potable y alimentos contaminados con materia fecal humana que contenga la bacteria.​ Los productos del mar mal cocidos son una fuente común de transmisión.​ El ser humano es el único ser vivo afectado.

Algunos de los factores de riesgo para la enfermedad son la falta de acceso a infraestructura de saneamiento, la falta de agua potable, y la pobreza.

En su forma grave, se caracteriza por una diarrea acuosa de gran volumen que lleva rápidamente a la deshidratación del organismo.​

[8] Escrito breve a modo de apuntes, que sirve de ayuda para recordar información'. Este calco del francés aide-mémoire se emplea en buena parte de América.

[9] Manteniendo su empleo de alférez de Infantería,  Claudio Béjar, cuando estuvo en campaña con el brigadier don Félix Escande, fue recompensado con pasar a ser “Teniente GRADUADO” de Ejército (militar que disfruta el privilegio de hacer uso de insignias superiores à su empleo). Por tanto, en su uniforme seguía llevando una ESTRELLA (parte de la insignia de los jefes y oficiales del ejército español que designa la efectividad de los empleos : los jefes las usan en las bocasmangas y los oficiales en los brazos dentro del ángulo formado por los galones que marcan el grado de cada uno).