XVIII. PARTICIPO A USTEDES MI EFECTUADO ENLACE
Una mañana de primavera, muy temprano,
nos casamos Aurora y yo, en el mismo traje con que, momentos después, habíamos de
emprender el viaje de novios.
Antes de la ceremonia, preguntóme el
cura si quería casarme en aquella capilla donde estábamos o en otra más
elegante en la cual solían casarse las personas de distinción.
No vi inconveniente en que nos echaran
la bendición en la capilla elegante; mas, al hacerme observar que en la capilla
elegante los derechos eran veinticinco duros, contesté:
— Entonces, no; tan casados
quedaremos en esta capilla como en la otra.
Sin duda no esperaba esta contestación
el cura, pues insistió:
— ¿Y va a
casarse todo un señor capitán como se casaría un cabo de Carabineros?
Mi tío Exuperio, que era el padrino,
le objetó:
— Sí,
señor; como un cabo de Carabineros: Jesucristo predicó la humildad.
Además de este pequeño incidente,
presenciamos una discrepancia de criterio entre el cura que nos casó y el cura
castrense que, por obligación, estaba presente, acerca de cuál de ambos debía
cobrar los derechos de casamiento.
Empezaron con un suave discreteo y al
ver que empezaban a subirse de tono, mi tío cortó la discusión pagando los
derechos al uno y al otro.
*
* *
Delicia no interrumpida fué nuestra
estancia en Suiza. Estuvimos en Ginebra, Lausana, Berna, Lucerna, Zurich,
Constanza y Como. Atravesamos el San Gotardo. Navegamos por los lagos de
Ginebra, Constanza y Neuchatel. Unas veces yo, otras Aurora, sacamos multitud de
instantáneas con nuestra maquinita fotográfica.
De regreso a Madrid, llevé las placas
impresionadas a un fotógrafo para que las revelase. Cuando volví en busca de
las positivas, me dijo el fotógrafo:
— ¿Pero, qué han hecho
ustedes? Aquí no hay tales paisajes de Suiza.
— ¿Cómo que no? Más de ciento.
— No, señor; aquí no hay más
que dos clases de placas: unas con los ojos de usted, y otras con los ojos de
su señora. Vea usted.
En efecto: Aurora y yo, inexpertos en
el manejo de la máquina, en todas las instantáneas habíamos colocado el
objetivo ante nuestros ojos, y el ocular mirando al paisaje. Habíamos
fotografiado nuestros ojos nada más.
Nos quedamos sin fotografías de Suiza,
pero Aurora y yo nos reímos mucho del chasco.
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* *
La fortuna de Aurora era mucho mayor
de lo que yo podía imaginarme.
En el término de Málaga y en manos de administradores,
poseía fincas muy productivas, y mucho más rendimiento dieran estando sobre
ellas y administrándolas su mismo dueño.
Por esta razón accedí a los reiterados
ruegos de mi esposa: pedí el retiro para dedicarme exclusivamente a la
administración y cuidado de las fincas de mi mujer, que no es flojo trabajo.
Desde entonces vivimos en el campo, no
muy lejos de la ciudad, en una casita blanca donde nadie nos molesta con
visitas inútiles, y tenemos cuanto es necesario para ser felices:
Una
heredad en el campo,
una casa
en la heredad
y, en la
casa, pan y amor;
ésta es
la felicidad.
FIN