X. LA COLLANTES
A la mamá de Herminia parecióle muy
bien mi propuesto casamiento con su hija y que ésta se retirase del teatro
definitivamente; mas, su cariño de madre no debía reconocer, en público, el
fracaso de Herminia por falta de aptitudes, y propalaba que la retirada de la escena
obedecía al mal trato de Alberite influenciado por la envidia de La Bertóldez,
la cual impedía que a Herminia se le diesen papeles con que ésta pudiera
lucirse y a ella desbancarla.
Enteré a mi tío Exuperio[1]
de la angustiosa situación de Herminia y su madre, describiendo, al propio
tiempo, las bellas cualidades de ambas, y ponderándole mi anhelo de casarme con
la chica.
Contestóme el canónigo aplaudiendo mi propósito,
pues con esta resolución satisfacía yo mi enamoramiento y libraba a Herminia de
una vida de azares y peligros.
Pedí los papeles para casarme. La mamá
pidió también los de su hija.
Todos los documentos necesarios
estaban ya en Sevilla; podíamos casarnos desde luego, pero, a instancias de
Herminia y de su madre, aplazamos la boda.
Hasta cierto punto, estaba justificado
el aplazamiento: faltaban veinte días para terminar la temporada de teatro;
Alberile había tenido la consideración de no despedir a Herminia a pesar de
haber llegado de Madrid otra actriz para substituirla; lo correcto era
corresponder a esa consideración continuando en la Compañía hasta que ésta
saliera para Córdoba dentro de veinte días. Herminia y su mamá eran dos
personas bien educadas y como tales debían portarse, y más teniendo presente que
en las últimas obras representadas recayeron en Herminia papeles de alguna
importancia.
Para nuestro nido de amor encontré un
pisito casi en los suburbios; vivienda muy reducida, lo justo para el
matrimonio y la mamá; y fui viendo y apalabrando algunos muebles; yo contaba
con diez pagas retrasadas, que de Cuba acababa de cobrar, y dos mil pesetas que
mi tío me envió para poner la casa.
Herminia vino con su madre a ver el pisito,
y parecióles bien, más a la chica que a la madre en la cual sorprendí un mohín
de disgusto al ver la falta de luz y escasas dimensiones del dormitorio a ella
destinado.
Las oí hablar del traje blanco, velo y
flores de azahar. Insinué alguna objeción contra este gasto superfluo y, para
nosotros, excesivo; mas hube de batirme en retirada al protestar la mamá que su
hija debía casarse como se había casado su madre y con arreglo a lo que exigía
su condición; y me di por derrotado ante las miradas de Herminia, forzosamente vencedoras
por lo amorosas y tímidas.
Diez funciones faltaban para terminar
la temporada y casarnos, cuando una mañana, al volver del cuartel, tuve con
Herminia y su madre la escena siguiente:
Mamá. — ¿Sabe usted quién ha venido a visitarnos?
Herminia. — No puedes figurártelo.
Yo. — ¿Quién?
Herminia. — Pepe Alberite.
Yo. — ¿Pepe Alberite? ¿Y a qué obedece
esa visita?
Mamá. — A . . . un acto de cortesía.
Yo. — Fuere por lo que fuere, unas
señoras decentes no deben recibir en su cuarto la visita de un sujeto como ese.
Herminia. — No, Claudio; no le hemos
recibido en nuestro cuarto, sino aquí, en el comedor.
Yo. — Es igual: quien le haya visto
entrar o salir de esta casa no sabe en qué habitación le han recibido ustedes.
Herminia. — ¿Qué íbamos a hacer? La
patrona nos pasó recado de que en el comedor había un caballero que necesitaba
hablar con nosotras; salimos y nos encontramos con Alberite. Si yo llego a
sospechar que era él, te aseguro que no salgo.
Mamá . — Mi primera intención, al
verle, fue despedirle con cualquier pretexto; pero me le encontré tan humilde y
acongojado que me cortó la acción.
Herminia. — Parecía otro,
completamente.
Yo. — Pero, bien; ¿puedo saber a qué
diablos ha venido?
Herminia. — No te alteres, Claudio: ha
venido a realizar una acción noble.
Yo. — ¡Noble! ¿Alberite, una acción
noble?
Herminia. — No lo dudes. Muy
angustiado nos ha dicho: «Señoras mías: vengo,
única y exclusivamente, a felicitar a ustedes por el próximo enlace de Herminia
con el simpático y valeroso capitán señor de Béjar, gloria de nuestro Ejército
y, además, a jurarles bajo mi palabra de honor y por el recuerdo de mi santa madre,
que esté en gloria, que me encuentro pesaroso, avergonzado y arrepentido de mi
comportamiento con Herminia. Sí, amigas mías: reconozco que en algunos
momentos, por la índole ingrata y especial de mi cargo de primer actor y
director, me dejé arrastrar por impetuosidades de mi carácter irreflexivo; proferí
denuestos inmerecidos contra Herminia, faltando, estúpido de mí, a la
consideración que merece y al respeto a que tiene derecho indiscutible una
señorita de su ilustre apellido y esmerada educación. Esto, bien lo sabe Dios,
no es vana palabrería; es sincera manifestación, ingenua, espontánea y
desinteresada surgida del fondo de mi alma. Ruego a ustedes, suplico a ustedes
que me perdonen y que me honren considerándome como un verdadero amigo e
incondicional servidor. A los pies de ustedes.»
Mamá. — No dijo más; y se marchó que
se le caían las lágrimas.
Herminia. — Si hubieses estado
presente te hubiera dado lástima.
Yo. — Mucho me extraña esa humillación
en un hombre tan soberbio y orgulloso; bien pudiera ser una comiquería de
Alberite que sabe decir eso y mucho más sin sentirlo.
Herminia. — Opino como tú.
Mamá . — Fingida o no fingida, siempre
es una atención tenida con nosotras y hay que agradecérsela.
*
* *
Aquella noche tuvimos en el teatro un
entreacto muy largo: La Bertóldez estaba con un tremendo síncope y no encontraban
modo de volverla en sí. Al pasar yo hacia el cuarto de Herminia oí los
chillidos de la accidentada; me acerqué al grupo formado a la puerta del cuarto
de La Bertóldez; allí estaba Salaverri que me informó:
— Alberite acaba de tener un violento
altercado con su prójima, a consecuencia de haberle dado a Herminia un papel
que la otra reclama como suyo y a título de primera actriz, con muchísima
razón; parece ser que Alberite ha replicado que La Bertóldez está ya muy
avanzada, el público se pitorrea al verla en ese estado, y debe quedarse en
casa hasta salir de su paso. Se han puesto como dos fieras; un escándalo
tremendo.
Corrí al cuarto de Herminia y me la
encontré muy entusiasmada estudiando el papel causante del patatús de La
Bertóldez.
Yo. — Herminia: ¿es cierto que te han
repartido un papel de primera actriz?
Herminia. — (Muy contenta.) Sí;
un papel precioso.
Mamá. — Y de mucho lucimiento.
Herminia. — Un papel en que voy a
salir
vestida en traje de sociedad, muy
elegante, muy elegante.
Yo. — Y faltando pocos días para dejar
el teatro, ¿vas a hacer ese gasto?
Mamá . — Sí, porque durante esos días,
mi hija será la primera actriz y le suben el sueldo: ocho duros.
Yo. — Herminia: yo te suplico que te
dejes de ilusiones y no aceptes eso.
Mamá . — Tiene que aceptarlo a la
fuerza: La Bertóldez ya no está para salir a escena.
Herminia. — ¿Cómo quieres que deje
colgada a esta gente?
Yo. — Que se encargue otra de las
actrices de ese papel.
Herminia. — Eso le he dicho yo a
Alberite, pero él jura y perjura que no hay en la Compañía otra actriz de
mejores disposiciones que yo; y tanto ha insistido.. .
Y o .— ¿Estás loca, Herminia? ¡Que tú
tienes disposiciones para el teatro! ¿Y te lo has creído? Recuerda las
atrocidades que soltaste en el Tenorio.
Mamá . — Aquello fué . . . por lo que
fué.
Herminia. — Dice Alberite que él tuvo
la culpa por haberme puesto nerviosa diciéndome inconveniencias cuando yo iba a
salir a escena. El pobre casi se ha puesto de rodillas, y me ha dicho: «Por Dios, Herminia; sálvame, por lo que más quieras; si
tú no sustituyes a la primera actriz, yo me pego un tiro.» Ponte en mi
caso.
Yo. — ¿Y has permitido que te llame de
tú?
Herminia. — No le he dado importancia,
porque eso es costumbre suya con todas las actrices Jóvenes.
Herminia actuó de primera actriz
interinamente. Una clac[2]
reforzada por Alberite, y el público, siempre indulgente con una hermosa joven
principiante, amañaron un éxito que repercutió en la Prensa.
Hija y madre, rebosantes de satisfacción,
me leyeron las alabanzas que los periódicos dedicaban a Herminia Collantes; la
mayoría hablaban de la hermosura de la actriz más que de sus méritos
artísticos. Uno de los críticos se excedía en sus optimistas apreciaciones al
escribir: «La Collantes es naciente estrella que
aparece en el cielo del arte dramático para deslumbrarnos con sus fulgores y eclipsar
mortecinas luces de oíros astros moribundos que caminan rápidamente hacia el ocaso.»
Un semanario festivo publicó esta
cruel grosería:
«A la
Collantes dan bombo
críticos
de bastidores;
también
bombo consiguió,
y no
flojo, La Bertóldez.»
El crítico de los astros moribundos
era amigo inseparable de Alberite; La Bertóldez, achacando a éste la
inspiración de aquella indirecta, rompió con él y se despidió de la Compañía.
Alberite no deseaba otra cosa.
*
* *
Herminia. — Nos mudamos de casa.
Mamá. — Vamos a una fonda de las
mejores.
Yo. — ¿Cómo es eso?
Herminia. — Yo lo siento mucho, pero
nos lo exige la Empresa.
Mamá. — Aunque sólo quedan nueve
funciones, dice la Empresa que una primera actriz de la categoría de Herminia
no debe vivir en una modesta casa de huéspedes, pues eso va en desdoro de la
Compañía.
Y se fueron a la fonda.
Ya sólo faltaban dos días para que la
Compañía se marchase. Gracias a Dios, pensaba yo; pero Salaverri vino a darme
una amarga noticia: se estaba ensayando una obra, que había de estrenarse para
debutar en Córdoba, y, en ella, Herminia desempeñaba el principal papel.
¡Oh! No era posible; aquella noticia
sería un invento de los cómicos.
Corrí a la fonda donde se alojaban las
dos mujeres. Cuando yo subía a su cuarto, bajaba Alberite la escalera, orondo, finchado,
rebosante de satisfacción. Hizo intento de saludarme: esquivé su saludo.
Llamé a la puerta. Abrieron. Entré.
— Herminia, ¿es verdad que
vas a estrenar una obra en Córdoba?
Por toda contestación, bajó los ojos,
dejóse caer en, una butaca, ocultó el rostro con las manos, y rompió a llorar o
hizo como que lloraba.
Yo continué:
— Si por un momento te
deslumbró el puesto de primera actriz, yo te lo perdono; pero reflexiona con
calma, vuelve en ti, querida Herminia, y no mates mis ilusiones prefiriendo el
ruido de los aplausos a mis amorosas palabras. ¿No me dijiste que aborrecías la
vida del teatro? ¿No me has jurado amor? ¿No me
has ofrecido ser mi esposa? Contesta. . .
¡Contéstame! — grité
procurando separar sus manos del rostro.
Intervino la madre:
— No la
mortifique usted más. ¿No ve usted con qué pena está la pobre?
— Es que yo tengo derecho a
que se me conteste, y no me marcharé de aquí sin contestación.
— Es muy
sencillo: nos vamos a Córdoba y después a América con la Compañía que, desde
pasado mañana, se llamará «Compañía Collantes- Alberite».
— De manera que . . .
¿Herminia?
— Es la
substituta de La Bertóldez. Ea; ya está usted contestado.
— ¡La substituta de La Bertóldez!
¿Herminia la substituta de La Bertóldez? ¿Y no se muere usted antes de proferir
semejante insulto contra su hija?
— No, señor;
estoy viva y con mucha salud, a Dios gracias.
— Herminia: ¿es verdad lo que
tu madre acaba de decir de ti?
Sin quitarse las manos de la cara,
Herminia contestó afirmativamente con un ligero movimiento de cabeza.
— Está bien; en este instante
siento estar bien educado, porque la educación me impide decir a ustedes cuanto
merecen.
Herminia se había echado de bruces
sobre el respaldo del asiento, más bien en actitud de dormir que de llorar. Me
acerqué a ella, y dije:
— No llores, desgraciada;
guarda esas lágrimas para cuando Alberite te pegue un puntapié y te abandone,
como acaba de hacerlo con la otra.
Tomé la puerta; bajé la escalera,
agarrándome al pasamano. Llevaba el alma dolorida y conturbada de penosa
emoción.
Escribí a mi tío la maldad de
Herminia, y me contestó: «Perdónala; probablemente,
Herminia es una buena muchacha; pero, el ambiente de la escena es enloquecedor,
y la consecución de un primer puesto suele estar por encima del amor y de las
conveniencias sociales.»
---
[1] Claudio
se refiere a su tío paterno don Exuperio Béjar, canónigo de la Catedral de
Toledo, quién lo acogió cuando quedó huérfano, y que es uno de los
protagonistas secundarios de esta novela.
[2] CLAC =
CLAQUE. Del fr. claque. 1 f. Grupo de personas que asisten a un espectáculo con
el fin de aplaudir en momentos señalados. La claque. Sin.: clac. 2 f. Grupo de personas que
aplauden, defienden o alaban las acciones de otra buscando algún provecho.