XI. CÓMO SE INVENTÓ UN DESTINO
Cuando Tirabeque[1]
terminó sus estudios en la Academia, el general jefe de la Sección del
Ministerio [de la Guerra] agarró unos papeles y con ellos se presentó al
Ministro:
-Mi
general: sería conveniente que se tomara alguna medida para evitar que los
papeles de los archivos y de las oficinas continuasen siendo roídos por los
ratones. Acabo de pedir unos antecedentes; me han traído estos documentos, y
vea usted el estado lamentable en que se encuentran, roídos casi por la mitad.
-¿Por qué no
pone usted queso envenenado?
-Eso es
peligroso, y no da resultado más que los primeros días; en seguida se conoce
que corre la voz entre los ratones y no lo tocan.
-Pues,
ratoneras.
- Sucede
lo mismo; conocen muy pronto el engaño.
-Entonces,
gatos.
-Eso es lo
más eficaz, desde luego; pero, dadas las grandes dimensiones de este edificio y
sus numerosos archivos y oficinas, serán precisos muchos gatos y, sobre todo,
una persona inteligente que se dedique a su cuidado y se encargue de
administrar los fondos necesarios para la reposición, alimentación y demás
cuidados que tan crecido número de gatos requiere. El asunto parece baladí,
pero es importantísimo; ya ve usted, se trata de la conservación de los
documentos del Ministerio…
-Los
documentos del Ministerio, ¿qué duda cabe de que es cosa de mucha importancia?
-Tan es
así, que yo había pensado proponer a usted la creación de un nuevo destino en
la plantilla del Ministerio.
-¿Cuál
destino?
-El de un
oficial que se encargase exclusivamente de tan importante y delicado servicio,
con algunos individuos a sus órdenes; así tendríamos a quién hacer responsable
de toda roedura ratonil en los documentos.
Lo de la responsabilidad terminó de convencer al
Ministro, y se creó la plaza de oficial interventor de gatos del Ministerio de
la Guerra para Tirabeque.
Ascendió Tirabeque a capitán, y acto seguido salió
en el Diario Oficial una disposición elevando a la categoría de capitán
la plaza de interventor de gatos para el Ministerio, la cual seguiría ocupando
el mismo Tirabeque que, en justicia, lo merecía, pues desempeñaba el cargo a
maravilla y se había revelado como gran especialista en el asunto. Igualmente
se procedió cuando Tirabeque ascendió a comandante, y para que la categoría de
jefe guardara relación con la importancia del cargo, se dio a este más amplitud
nombrando a Tirabeque inspector, no solamente de los gatos de Ministerio, sino
también de cuantos gatos hubiese en los cuarteles y Centros militares de la
Corte. Debo hacer constar que el comandante Tirabeque trabajaba con fe y sin
descanso; había hecho un estudio concienzudo de todas las razas de gatos, de
las costumbres de éstos, de sus enfermedades y medios para curarlas y
prevenirlas, reproducción de la especie, lo mismo en Enero que los demás meses
del año, y objetos a los que los morrongos muestran preferencia para jugar.
Así fue tirando Tirabeque hasta llegar a coronel.
Entonces se dispuso un Negociado especial con un comandante, dos capitanes y
cuatro oficiales a las órdenes de Tirabeque.
Todo esto era indispensable para el servicio, pues
anexa a este Negociado había una escuela adonde se hacía venir de provincias,
incluso de Baleares y Canarias, dos o tres soldados de cada regimiento a
instruirse en la manera de cortar la cordilla[2],
dar de comer y beber a los gatos, y demás cuidados que éstos necesitan, cosa
que solamente en Madrid y bajo la dirección de Tirabeque podía enseñarse a la
perfección.
Debo advertirle que en este Negociado nadie estaba
ocioso; se trabajaba, y mucho; allí se llevaba una estadística minuciosa de los
gatos: nombre, edad, color del pelo, raza, fecha en que hicieron su primera
caza, número de ratones cazados, y circunstancias especiales de cada minino,
para lo cual se ordenó que en todos los regimientos y Centros militares de
España enviasen a este Negociado una relación mensual, otra trimestral y otra
anual, con todos los datos necesarios. Yo quedé encantado una vez que visité a
Tirabeque en su oficina: estaban terminando la confección de un mapa de España,
donde las diferentes intensidades de las aguadas de carmín indicaban la mayor o
menor producción de gatos en las diversas regiones. Una labor tremenda. Por las
paredes tenía usted fotografías de Mizifuf, Zapirón, Zapaquilda y demás
celebridades gatunas, y gráficos murales indicadores de cómo habían ido
disminuyendo los ratones en los edificios militares desde la fundación del
Negociado hasta la fecha.
Entonces me enteré de un detalle muy curioso, que yo
desconocía y Tirabeque había descubierto: estudiando los gatos, observó y
comprobó que todo gato cuyo pelo es de grandes manchas, bien definidas,
amarillas, negras y blancas, no es gato, sino gata. Esto le valió una cruz
pensionada.
-Y ese
Negociado, ¿continúa?
-No, señor; al pasar Tirabeque a la
situación de retirado, se suprimió, alegando que ahora, con el empleo de los
foxterriers, ya no hacen falta los gatos.
-Ahora lo
que está indicado es la creación de un negociado de foxterriers.
-No diré que no lo creen: cuando
salga de las Academias otro Tirabeque.
---
[1]
TIRABEQUE no es un apellido real. Un TIRABEQUE es un tirachinas. Al oficial
Tirabeque le precedió con tal nombre un personaje ficticio, un lego del popular
Fray Gerundio;
y en los años del Sexenio Revolucionario y la I República, época en la que
suceden estas páginas, fue un periódico semanal SATÍRICO-POLÍTICO-BURLESCO, Y
ALGO MÁS.