IX. ENTRE COMEDIANTES [UNA REPRESENTACIÓN DEL TENORIO]

 

IX. ENTRE COMEDIANTES


 

Amigo Salaverri: esta noche debuta la Compañía de Alberite. Yo quisiera ir todas las noches al teatro, pero mi erario no lo permite.[1]

No te apures; todas las noches vendrás conmigo a la platea del capitán general: sólo tendremos que pagar la pesetilla de entrada a palco.

¿A la platea del capitán general?

Sí; el general, como está de luto, no va al teatro.

¿Y cómo hace la primada de abonarse estando de luto?

No está abonado: todas las Empresas le tienen destinado un palco en cada teatro.

¡Ah!, no sabía yo que los capitanes generales tenían ese derecho.

Te diré: como tener derecho, no lo tienen; sólo tienen derecho a que se les reserve un palco hasta determinada hora del día, pero pagándolo.

¿Y los pagan?

Algunos suelen pagarlos; otros se hacen el longui, como este general que tenemos. Es una consideración que le tienen las Empresas; la misma consideración tienen con el gobernador civil, que tampoco paga su palco; como tampoco pagan sus localidades el gobernador militar, el administrador de Hacienda, los concejales, y un sin fin de personalidades que vienen de gorra al teatro, con sus familias; y los domingos, a las funciones de tarde, envían a la nodriza, las criadas y los niños.

¿Y eso te parece correcto?

¿Por qué no? Es una costumbre inveterada: ponte a la entrada del teatro; verás cuántos señorones pasan con sus familias, por delante de los porteros, sin presentar la

entrada y sin decir más que «Buenas noches». Todo el que veas entrar diciendo: «Buenas noches» forma parte del tifus oficial.

Comprendo que los funcionarios civiles procedan de ese modo, pues ni suelen afinar tanto como nosotros en delicadezas de ese género ni tienen, como tenemos nosotros, un Reglamento donde taxativamente se prohíba admitir dádivas ni realizar granjería alguna por razón del cargo que se ejerce; y me es doloroso ver a iodo un señor general revestido de autoridad admitiendo lo que a los inferiores se nos prohíbe.

Pues, ahí verás.

Fuimos a ver el Don Juan Tenorio con que debutaba la Compañía «Bertóldez-Alberite». [2]

La platea del capitán general estaba desocupada; como el cubierto del Comendador.

Entramos en ella.

En el primer acto el don Luis tuvo una equivocación garrafal:

DON JUAN

Puede ser.

DON LUIS

Vos lo decís.

DON JUAN

¿No os fiáis?

DON LUIS

No.

DON JUAN

Yo tampoco.

DON LUIS

Pues no hagamos más el coco;

Yo soy don Juan.[3]

 

Alberite, que hacía el don Juan, quedó un instante suspenso, y a punto estuvo de contestar:

«Yo, don Luis»; mas, se rehizo y enmendó:

DON JUAN

Perdonad: don Juan, soy yo.

DON LUIS

Es verdad: yo soy don Luis.

 

No hace falta describir el choteo del público, deseoso de más equivocaciones ya que éstas son la salsa de tan manoseada obra.

Todo fué como una seda, hasta la intervención del don Diego:

 

DON DIEGO

No puedo más escucharte,

vil don Juan, porque recelo

que hay algún río en el cielo

preparado a liquidarte.[4]

 

Durante el entreacto, entramos en el escenario, donde Alberite, hecho una Furia del Averno, por las equivocaciones habidas en el primer acto, increpaba a todos sus súbditos con las frases más soeces y los ditirambos más groseros, sin respeto a sexo ni edades.

Al que me vuelva a soltar otro camelo en escena, lo pongo de patas en la calle. ¡Esto es una Compañía de tronchos! La culpa me tengo yo y me está bien empleado; por atender a recomendaciones, tengo en la Compañía tarugos que no hablan y actrices que deberían estar en su casita haciendo toquillas para las tiendas.

Herminia temblaba. Era bien patente que lo de las actrices admitidas por recomendación lo había dicho mirándola a ella.

Procuré animar a Herminia, inútilmente; se le saltaban las lágrimas.

Cuando, en su papel de Lucía, se asomó a la reja, estaba la pobre Herminia azorada, con gran excitación nerviosa. Su escena con don Juan fué una desdicha:

DON JUAN

Doña Ana Pantoja, y

quiero ver a tu señora.

LUCÍA

¿Sabéis que casa doña Ana?

DON JUAN

Sí, mañana.

LUCÍA

¿Y ha de ser tan infiel ya?

DON JUAN

Sí será.

LUCÍA

Pues, ¿no es de don Luis García?[5]

DON JUAN

Ca, otro día.

(Por lo bajo a Herminia.) ¡Animal!

LUCÍA

¡Bah! Y ¿quién abre este bolsillo?[6]

D O N JU A N

Otro bolsillo.[7]

Y, en voz baja, lanzó una blasfemia de las de carretero borracho.

No pararon ahí las desdichas de Herminia: al salir vestida de Tornera, y pasar por junto a Alberite que estaba entre cajas, oyó decir a éste:

Ahí va doña Camelos.

No es, pues, de extrañar que la escena con la Abadesa se recitara en esta forma:

A B A D E S A

¿Qué hay? Decid.

T O R N E R A

Un doble anciano

quiere hablaros.[8]

A B A D E S A

Es en vano.

T O R N E R A

Dice que es de Carabaña

caballero; que sus faros

le autorizan a este peso

y que la urgencia del queso

le obliga al instante a hablaros.[9]

Volvimos al escenario. Mientras Herminia se cambiaba de vestido, la Estatua del Comendador nos invitó a pasar a su cuarto, donde estuvimos fumando un pitillo y comentando los camelos de aquella representación.

No les extrañe — nos dijo aquel viejo actor— : el Tenorio tiene el inconveniente de saberse demasiado de memoria; por eso decimos sus versos antes de pensarlos, y de ahí las equivocaciones. Para evitarlas, yo, a pesar de sabérmelo como el Padrenuestro, no digo frase sin antes oiría del apuntador. Esto no lo saben los principiantes, y menos esa niña que ha hecho la Tornera; la pobre obraría muy cuerdamente dejando el teatro, porque Dios no la llama por el camino del Arte; y es lástima, porque su figurita es una monería y su cara una divinidad.

¿Cree usted que no sirve?

Es una equivocada y será una de tantas víctimas del teatro. Miren ustedes: en mis treinta y cinco años de actor, he observado que hay fres clases de actrices: Las verdaderas; de éstas hay pocas; llegan a la cumbre por sus propios merecimientos artísticos y sin ayuda de nadie. Las inverecundas; éstas son las actrices mediocres, pero bonitas, que consiguen ocupar puestos preeminentes siendo hoy la concubina de este empresario, mañana la de aquel primer actor; en el pecado llevan la penitencia, pues, al salirles las primeras arrugas, son abandonadas por sus protectores y descienden a primeras actrices en Compañías que no pasan de Soria, Teruel y Badajoz, y no en época de feria. Y, por último: Las víctimas, esto es, las que no pudieron llegar a la cumbre por falta de aptitudes o por sobra de honradez; éstas son la generalidad.

El porvenir de Herminia me interesaba; Salaverri trataba algo a Pepe Alberite; me introdujo en el cuarto de éste para presentármelo e interceder por ella.

Hecha la presentación, Alberite, con ampulosas y rebuscadas frases, tono campanudo y actitud dramática, conceptuó a Herminia como lo había hecho la Estatua del Comendador.

Verdaderamente, era una desgracia el estar a las órdenes de Pepe Alberite: farfantón, endiosado, soberbio y procaz con los humildes, orgulloso, fatuo; sentía [gran admiración por sí mismo y estaba enamorado de su físico a pesar de que los cincuenta años le habían abultado el abdomen, conservaba la dentadura a fuerza de postizos y empastes, sus ojos lacrimeaban, y su cara y cuello presentaban huellas de enfermedades pegadizas; pero, con sus ternos llamativos, corbatas rutilantes y abrigos de moda inverosímil, todavía llamaba la atención por la calle.

Entró en el cuarto La Bertóldez y, sin parar en nosotros, disparó al primer actor, refiriéndose a Herminia:

Pepe: esa niña es un tiro; hay que darle pasaporte cuanto antes.

Desde luego; en eso estoy, pero ya esperaremos a terminar esta temporada.

¿Y por qué no ahora mismo?

Porque estamos faltos de personal.

Continuó el desacuerdo: La Bertóldez emperrada en despedir a Herminia aquella misma noche; Alberite en que convenía esperar a que llegase otra actriz de Madrid.

Como la polémica iba tomando caracteres dramáticos, mi compañero y yo creímos prudente despedirnos.

Yo me sentía invadido de un sentimiento de lástima y de simpatía por Herminia desde que la conocí, y una de las noches que la acompañé desde el teatro a casa, le dije:

Herminia: he oído decir a usted repetidas veces que detesta esta vida de teatro.

Mucho; no lo sabe usted bien.

De modo que si se le presentase ocasión de abandonarla, para siempre, por otra más tranquila y apropiada al modo de ser de usted...

Dejaría el teatro inmediatamente; pero no tendré tanta suerte...

¿Por qué no? Usted es merecedora de todo: de encontrar un hombre a quien unirse en matrimonio y la retire de la escena para siempre.

Ese es el único ideal con que sueño.

La realización de ese sueño puede ser un hombre que la ame a usted como la amo yo, Herminia, se lo juro. Para lo que usted se merece, poco soy, pero se lo ofrezco con toda mi alma y estoy dispuesto a que nos casemos lo antes posible; viviremos modestamente, como exige mi paga de capitán, pero viviremos felices, en paz, y lejos de ese ambiente de bastidores donde sólo espinas le esperan a usted.

¡Espinas solamente! Tiene usted razón.

Bien; ¿y qué me contesta usted, Herminia?

Por de pronto, le agradezco que se haya fijado en mí. En cuanto a la contestación... espere unos días; déjeme pensarlo...

¿Puedo acariciar alguna esperanza? ¿Sí?

¿Por qué no? — contestóme risueña y con visible alegría.

Las mujeres saben decir de infinidad de maneras; hasta diciendo no; y Herminia con su pregunta, supo decirme que correspondía a mi pasión.

Me acosté saboreando dos grandes satisfacciones: mi amor correspondido y la obra de caridad que realizaba casándome con Herminia.

---



[1] El autor, Pablo Parellada, fue entre otras facetas un autor teatral de éxito. En estos capítulos VIII, IX y X de la segunda parte de esta novela, el autor describe circunstancias de los cómicos,  empresas y público de entonces, mediante la viuda Collantes y su hija Herminia, y la representación del Tenorio.

[2] El lector tendrá presente en estos capítulos lo que era para el público el ‘Don Juan Tenorio’ de Zorrilla, y las decenas de obras de teatro que satirizaban algunos de sus actos.

El mismo Pablo Parellada, autor de la novela MEMORIAS DE UN SIETEMESINO, escribió al menos tres para ser representadas en los teatros: [1] TENORIO MODERNISTA: Comedia = "Remembrucia enoemática y jocunda, en una película y tres lapsos, ingénita del subintelectualmente Pablo Parellada" (sic). De las piezas de Parellada para la escena, se considera la más divertida y relevante, y  la más inspirada y desternillante de las muchas parodias del Modernismo, no desprovista además de serios fundamentos culturales”. Estrenada en el teatro Lara el 30 de octubre de 1906. [2] TENORIO MUSICAL: humorada en un acto y cinco cuadros; música heterogénea del maestro D. Tomás Barrera. La acción, en un pueblo de Aragón. Estrenada en el Teatro de Apolo el 28 de diciembre de 1912. [3 ] EL TENORIO DE CASTRO - VIRUTA: Comedia, imitación de Zorrilla ¿circa 1921?

[3] Esta frase le correspondía a DON JUAN, no a DON LUIS

[4] No puedo más escucharte,

 vil don Juan, porque recelo

 que hay algún rayo en el cielo

 preparado a aniquilarte.

[5] LUCÍA:  ¿Pues no es de don Luis Mejía?

[6] LUCÍA: ¡Bah! ¿Y quién abre este castillo?

[7] D. JUAN: Ese bolsillo.

[8] TORNERA: Un noble anciano quiere hablaros.

[9] TORNERA: Dice que es de Calatrava

 caballero; que sus fueros

 le autorizan a este paso,

 y que la urgencia del caso

 le obliga al instante a veros.