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Este blog está dedicado a D. PABLO PARELLADA MOLAS, alias "MELITÓN GONZÁLEZ". Porque... “EN CUESTIONES DE CRITERIO HUELGA TODA DISCUSIÓN; SIEMPRE TIENE LA RAZÓN EL QUE ESTÁ EN EL MINISTERIO”.

XII. EN EL REGIMIENTO DE SOBREDA [UNA POBLACIÓN MUY MEDIANA Y ALEJADA]

  

XII. EN EL REGIMIENTO DE SOBREDA 

 

De nada me sirvieron las amistades de mi tío[1]. Los mejores destinos ya habían sido adjudicados. Me fue ofrecido ir a un regimiento de guarnición en Sobreda[2], destino que le pareció bien a don Exuperio por estar aquel regimiento mandado por su íntimo amigo el coronel don Sebastián Botifueros.

 No puse muy buen gesto, porque Sobreda es una población muy mediana y alejada de Madrid; pero los jefes y oficiales de la sección me salieron al paso, asegurándome que yo debía considerarme muy satisfecho y afortunado con ir a Sobreda, porque si bien era una población tristona y sin vida, en cambio tenía muy buenos alrededores; que me envidiaban el destino, y yo procedería muy cuerdamente aceptándolo en el acto, pues había muchos golosos que lo ambicionaban; lo habían pedido interponiendo grandes influencias, y estaba expuesto a quedarme sin aquella breva.

Me mostré agradecido a tanta bondad y acepté el destino, hacia el que partí a los pocos días.

Mi tío me entregó una tarjeta para su amigo el coronel y otra para el obispo de Sobreda. Mientras me abrazaba en su despedida, me dijo:

-Nada te aconsejo, querido Claudio: si fuiste travieso, hoy eres un chico formal, y sé que en toda ocasión te portarás como cristiano y como caballero.

Llegué a Sobreda; fui a presentarme al coronel y el entregué la tarjeta de don Exuperio.

-Mi tío me ha encargado que le salude en su nombre y entregue a usía[3] esta tarjeta.

-¡Hombre!, ¡de don Exuperio Béjar! ¿Tío de usted?

-Sí, señor.

-Puede usted dejar el tratamiento. Pero, oiga, oiga: su tío de usted no tiene que besarme el anillo; esta tarjeta no es para mí.

-Usted perdone -contesté azorado-; es para el señor obispo. He confundido las tarjetas…

Y entregué la que al coronel iba dirigida. Este me estrechó la mano efusivamente; me ponderó cuánto apreciaba a don Exuperio, y me ofreció un cigarrillo, que fumé mientras explicaba lo mucho que el bueno de mi tío había hecho por mí.

-Le advierto -me dijo el coronel- que en este cuartel tenemos pabellones para los jefes y para los oficiales que estén casados.

Y añadió riendo:

-De modo que, si usted está casado, ya lo sabe.

-No señor -contesté familiarmente, ya que la broma del coronel me daba cierta confianza-; eso de casarme de alférez no lo hace más que un majadero.

-Oiga usted -replicó el coronel, poniéndose grave-, yo me casé de alférez y no me tengo por un majadero.

-Perdone, mi coronel; yo ignoraba… pero, no hay regla sin excepción…; después de todo… si bien se mira… hizo usted perfectamente, porque… preferible es casarse de alférez a cometer la majadería de casarse de coronel y hecho un carcamal.

-Señor oficial: si le han contado a usted que hace una semana me he casado en segundas nupcias, no tolero que lo califique de majadería.

-Le aseguro, mi coronel, que yo no sabía.. que nadie me ha contado… yo le ruego… que me dispense…

-¡Bien, bien!, lo creo; pero ya que usted es sobrino de don Exuperio, le recomiendo que esto le sirva de escarmiento, y le aconsejo que en lo sucesivo se abstenga de emitir opiniones delante de personas cuyos antecedentes y circunstancias desconozca; porque es imprudente hablar de gibosos, en una concurrencia, sin tener la seguridad de que no hay giboso alguno en ella ni en las familias de los presentes.

Me despidió muy amable, al parecer:

-Vaya con Dios, y además de jefe considéreme como buen amigo y compañero.[4]

Del despacho del coronel salí hondamente preocupado. Referí el caso a mis compañeros en el cuarto de banderas y rieron de lo lindo.

-Has metido la pata.

-Las cuatro.

-Hace una semana, con motivo de su boda, recibió el coronel una cencerrada mayúscula, y se malicia que nosotros tomamos parte.

-Seguramente ha creído que lo dicho por ti ha sido a sabiendas.

-No fue a sabiendas, se lo juro a ustedes.

-Con mal pie entra usted en el regimiento, pollo[5] -me dijo el comandante que estaba de jefe de cuartel.

Al día siguiente hice mi primer servicio de semana. Los compañeros me informaron del modo de hacerla, pues, si bien me lo enseñaron en la Academia, hay pequeños detalles que varían de un regimiento a otro:

-Ten especial cuidado -me dijeron- de que en la revista presenten todos los soldados los dos pares de calcetines reglamentarios, pues procuran evitarlo, sobre todo cuando está de oficial de semana algún oficial nuevo, como tú.

-¿Cuántos pares de calcetines son los reglamentarios? – pregunté.

-Cuatro: un par puesto, otro en la lavandera y dos en revista.

Subí al dormitorio de mi compañía vi que entre las prendas puestas en revista no había calcetines.

-¿Y los calcetines? -pregunté al sargento.

-No tienen calcetines, mi alférez.

-¡Cómo que no tienen calcetines1 ¡A mí qué me va usted a contar!

En ese momento se presentó el capitán en el dormitorio y le di parte:

-Novedades: entre las prendas puestas en revista faltan los calcetines.

-¿Los calcetines?

-Sí, señor.

-¿Quién le ha dicho a usted que los calcetines son prenda de reglamento?

-Mis compañeros.

-Se han guaseado[6] de usted. ¿Y usted se lo ha creído?

-Sí, señor, me lo he creído; ¿por qué no?

-Pero, ¿en qué cabeza cabe que los calcetines sean prenda reglamentaria?

-En la mía, mi capitán: yo no concibo que los soldados lleven guantes y no lleven calcetines; y entiendo que los calcetines debían ser prenda reglamentaria con preferencia a los guantes; y encuentro una anomalía que una persona con guantes blancos no lleve calcetines.

-No siga usted por ese camino, porque eso es murmurar de lo dispuesto por la superioridad y no puedo consentirlo.[7]

Mis compañeros se rieron de mí. Me habían dado la novatada. Paciencia. Yo seguí opinando que los calcetines son preferibles a los guantes.

Mis compañeros se rieron de mí. Me habían dado la novatada. Paciencia. Yo seguí opinando que los calcetines son preferibles a los guantes.


Para dentro de tres semanas después de mi incorporación se preparaban grandes fiestas para celebrar el centenario de la creación del Regimiento. Uno de los festejos había de ser la lidia y muerte de dos becerretes por los oficiales. Como se habían más aspirantes a matadores que reses figuraban en el programa, se procedió a la votación de los que formarían las cuadrillas, así como de las señoritas presidentas, por ser también muchas las indicadas y distintas las opiniones.

En la casa de huéspedes donde nos alojábamos cuatro oficiales, estábamos de sobremesa cuando trajeron recado de que fuésemos al cuartel para proceder a la elección de cuadrillas y presidentas.

Mis tres camaradas de hospedaje escribieron sus papeletas, y yo la mía, con los nombres de las presidentas y diestros que ellos preferían.

Llegamos al cuarto de banderas, donde reinaba alegría y buen humor.

Invitamos al coronel para que se encargara de recibir los votos y de hacer el escrutinio, y tuvo la complacencia de aceptar la comisión en medio de nuestros aplausos.

El coronel fue recibiendo las papeletas dobladas. Yo tiré de cartera y entregué la mía. Reunidos todos se empezó el escrutinio, y el capitán secretario fue tomando nota.

El coronel detúvose en una papeleta que no leyó en alta voz como había hecho con las anteriores. Su semblante, hasta entonces risueño, adquirió un gesto dramático. Guardose la papeleta, se levantó y dijo al teniente coronel:

-Continúe usted.

Y tomó la puerta.

Todos nos miramos mutuamente como conviniendo en que algo extraordinario le ocurría a nuestro primer jefe.

A poco rato entró un ordenanza[8] y dijo al teniente coronel:

-De parte del señor coronel que suba usted.

El comandante continuó el escrutinio:

-Algo ocurre -comentamos.

-El coronel se ha llevado una de las papeletas…

-Milagro será -dijo el comandante- que en esa papeleta no se hayan permitido ustedes alguna broma de dudoso gusto.

-No, señor -protestamos todos.

Volvió el ordenanza y me dijo:

-De parte del señor teniente coronel que pase usted a su despacho.

Allá me fui. Pedí permiso. Entré. El teniente coronel cerró la puerta con llave. Quedose mirándome fijamente, atravesándome con su mirada:

-¿Usted sabe lo que ha hecho, señor oficial?

-Mi teniente coronel, no comprendo…

-Vea usted la papeleta que ha entregado al coronel.

Era la carta de Mari[9]; la carta que por pueril vanidad conservé dobladita en mi cartera:

-Aquí dice -continuó el jefe-: “Estimado amigo Claudio”, y entre la oficialidad no hay más Claudio que usted.

-Es verdad, yo he sido quién ha entregado esa carta por una equivocación que lamento; la papeleta es ésta que traje en la cartera, y confundí la papeleta con la carta.

-¡Buena la ha hecho usted!

-Yo creo que eso no tiene nada de particular.

-Es que no sabe usted lo más importante: la “Mari” que firma esta carta es la actual esposa del coronel.[10]

-¿La esposa del coronel?

-Sí, señor; calcule el horrendo disgusto de esa pobre señora después de haberle mostrado esta carta[11] su esposo. Ha sembrado usted la discordia en un matrimonio feliz. Y como ya en la presentación se permitió usted censurar el casamiento del coronel, éste sospecha que aquello y esto fue intencionado.

Tembloroso, creo que hasta con calentura, referí al teniente coronel la historia de mis amores platónicos con la francesita. Le juré, bajo mi palabra de honor y de caballero, y hasta por mi fe de cristiano, que todo fue debido a la fatalidad, a mi torpeza, y estaba dispuesto a dar al coronel cuantas explicaciones y satisfacciones fuesen necesarias y me exigiese.

-Le creo a usted -me dijo el teniente coronel-. Cuando usted me acaba de manifestar se lo trasladaré al coronel, y espero que estas explicaciones le satisfagan; pero, comprenda que, después de esto, la situación de usted en este regimiento ha de ser muy violenta, y lo mismo la del coronel. Yo, en el caso de usted…, piénselo.

-Sé lo que debo hacer, mi teniente coronel.

Corrí a mi casa [de huéspedes] y escribí a mi tío contándoselo todo y rogándole que escribiera a sus amigos del Ministerio para que, inmediatamente, me destinasen[12] a cualquier parte, al fin del mundo.

El tiempo transcurrido hasta verme destinado se me hizo eterno. Los compañeros me abrasaban con sus bromas, y mi tormento era mayor, pues de ellas no salían bien parados el primer jefe y su esposa.

Fui destinado al otro extremo de la península.

En mi despedida del teniente coronel, éste me dijo que el coronel me dispensaba de la presentación de despedida. ¡Cuánto se lo agradecí! 

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[1] En el capítulo X. CADETE. ALFÉREZ, el alférez de Infantería “sietemesino”, recién egresado de la Academia de Infantería en Toledo, se desplazó en FFCC a Madrid con su tío, el canónigo don Exuperio: “Mi tío contaba con valiosas influencias: en Toledo había hecho amistad con jefes que ascendieron a generales y con otros muchos personajes cuando vinieron a visitar la Imperial ciudad, pues casi todos trajeron recomendación para que el ilustrado bibliotecario de la Catedral le sirviera de Cicerone. Quiso aprovechar estas influencias para procurarme un buen destino, y no fiándose de cartas, tomamos el tren y nos trasladamos a Madrid.”

[2] SOBREDA es una parroquia y una aldea​ española del municipio de Saviñao, en la provincia de Lugo, Galicia. Nunca tuvo guarnición. Posiblemente, el autor de esta novela quiere darnos a entender que Claudio fue destinado a un lugar triste, simple y lejano.

[3] Usía y vuecencia prácticamente sólo se usan en el ámbito militar español; el pronombre usía (vuestra señoría) se emplea para el empleo de Coronel y vuecencia (vuestra excelencia) para el de General. Además, el pronombre usía también se emplea a veces con altos cargos como jueces.

[4] Siendo ésta la presentación en 1873 de un alférez recién egresado, y considerando cómo le recibe el jefe de su Regimiento, invito al lector a recrearse con ‘LA PRESENTACIÓN DEL CORONEL’, por Melitón González, en la Revista semanal BLANCO Y NEGRO, MADRID, 10-02-1894 página 16

[5] POLLO: 7 m. coloq. p. us. Hombre joven. U. t. en sent. despect. Sin.: chico, muchacho, joven, mozo, señorito, chaval.

[6] GUASEARSE: prnl. Usar de guasas o chanzas. Sin.: bromear, burlarse, mofarse, reírse, pitorrearse, cachondearse.

[7] En esta novela a menudo me viene a la memoria lo siguiente: “Algunos militares son sospechosos de sentido común; y el sentido común siempre ha parecido debilidad en todos los ejércitos del mundo. Por eso los militares cometen, brillantemente, tantas tonterías.” JEAN LARTÉGUY (1920 – 2011).

[8] ORDENANZA: El soldado que se nombra diariamente para que lleve las órdenes y comunicaciones oficiales del jefe del cuerpo al cuartel y á las autoridades de la plaza.

[9] Claudio, al egresar en Toledo de la Academia de Infantería, recibió una carta de Mari “La Francesita”, un año mayor que él, según se cuenta en el capítulo X. CADETE. ALFÉREZ.

[10] MARI, LA FRANCESITA. Hija de un horticultor amigo del padre de Claudio Béjar y un año mayor que éste, vivía en las afueras de la ciudad frente a la tahona del padre del cojuelo Luis ‘Lino’ Mollat. Un Claudio adolescente la quería al tiempo que a Eulalia, sin decidirse por ninguna, en cuando la República, en el capítulo VI. LA BATALLA DEL PETARDO; y así se lo dijo a ambas cuando huérfano se marchó a Toledo acogido por su tío el canónigo Exuperio Béjar, y posteriormente  por carta cuando egresó como Alférez de la Academia de Infantería. Al poco casó Mari con el Coronel del regimiento de Sobreña, primer destino de Claudio, y causa de un triste malentendido que motivó el destino de Claudio a Pandolfa.

[11] El texto de la carta de Mari dirigida a Claudio que llegó a manos del coronel, es: “Estimado amigo Claudio: acabo de ser solicitada para casarme. He pedido una semana para pensar mi respuesta definitiva. Antes de darla, te ruego que con toda franqueza me digas tu opinión acerca de lo que debo contestar. Hará lo que tú me digas. De tu caballerosidad espero que guardes el secreto de esta carta. Tu afma. amiga que tanto te quiere,-Mari.”

[12] El alférez Claudio Béjar podía ser destinado a unidades en LA PENÍNSULA (e islas adyacentes), o en las provincias de ULTRAMAR (Cuba, Puerto-Rico, y Filipinas).

Leamos por capítulos esta novela, MEMORIAS DE UN SIETEMESINO, con notas y apostillas a pie de página

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