XVI. NIÑA GALA
En el vapor Francisco Pérez, y en
primera de primera, venía también a Cuba, desde España[1],
una familia cubana: don
Capriano Basusa, rico hacendado de San Miguel de Nuevitas[2],
con gran cadena de oro en competencia con las del barco; su esposa doña Melania ,
con un reflector en cada oreja, y su hija Gala, de diez y seis años y de desarrollo físico como de
algunos más; una chiquilla encantadora, ideal, que sorbía los sesos a cuantos jóvenes íbamos en el vapor.
A esta familia acompañaba la negra
Jacoba, nodriza que fue de Galita, y, en la actualidad, su ama seca e
inseparable consejera.
Pronto observé la preferencia que Niña
Gala tenía por mí, y la simpatía con que Jacoba me miraba.
Mis largas y continuas pláticas con la
cubanita, sentados sobre cubierta, eran vistas por sus padres y a ellas no se
oponían, pues Gala era el único fruto de aquel matrimonio, en ella se miraban,
y la niña mandaba y disponía y sólo atendía los consejos de Jacoba. Quiere
decir que la negra era el soberano de aquella familia, amaba entrañablemente a
su niña, y se conoce que vio en mí el futuro y pintiparado[3]
esposo para Galita.
La simpatía de Jacoba por mí era
debida, seguramente, a que en mi primera conversación yo la llamé señorita
Jacoba; ella me lo agradeció confiándole a Niña Gala que yo era un español muy
atento, muy bien educado y muy lindo, y que a pesar de ser patón tenía
el pie chiquito[4] y bien
conformado.
Patones[5] nos llamaban a los españoles en Cuba.
Una tarde íbamos a sentarnos los tres
en el centro de la cubierta.
-No, no;
aquí no -dijo Jacoba-; mejor es pegaditos a
la barandilla del barco y mirando hasia la mar, para que no vengan moscones a
interrumpir a ustede.
Trasladamos las butacas de mimbre y
como indicó Jacoba nos colocamos: Niña Gala en medio; Jacoba, entretenida con
su labor.
-¿No había usted visitado nunca
España, Galita?
-No,
señor; ni mis papás tampoco. Hemos hecho un viaje de recreo para conoserla no
más.
-¿Y qué le ha parecido?
-Me gusta
más mi país.
-He oído decir que es muy hermoso.
-Muchísimo;
ya verá usted: aquello es un vergel, un paraíso, un suelo ubérrimo, uberrísimo;
allí nadamos en oro:
Cuba es un jardín de flores,
en Cuba todo se ensierra;[6]
no crea que le
superlativo en demasía; usted lo verá.
-No conozco aquella isla, pero tengo
ya motivo sobrado para presentir que cuanto allí nace es muy hermoso.
-Mire,
mire qué galante -intervino la negra-. Y
mire con cuánta delicadesa y habilidensia supo llamar hermosa a Niña Gala para
no darla rubor.
Yo fui quién se ruborizó al oír a
Jacoba.
-Muchas
grasias -me agradeció Galita, dirigiéndome una mirada tropical, y
continuó:
-Sabe
expresarse; se conose que estudió Literatura. ¿Le gusta la poesía?
-Ya lo creo; mucho.
-Pues ya
verá; en mi país casi todos son poetas y saben versar, hasta los mulatos y los
morenos, y contamos con poetas de gran inspirasión, como Edilberto Banderas,
Filomeno Varaona y Panchito Merengue, que superan a Espronseda, a Sorrilla y a
Bécquer. ¿Usted no leyó poesías de Banderas, Varaona y Merengue?
-No… recuerdo; me parece que sí.
-Óigame una de Edilberto Banderas.
¡Lindísima!:
Por lo que va y lo que trusa
lo mismo aquí que en Lisboa,
yo soy de Guanabacoa
y escribo con mucha musa;
la guayaba es inconcusa;
el que cuestiona, discute;
se hacen telas con el yute;
es digestable la piña,
y la cara de mi niña
relambumbia y repercute.
-Sí que es cosa linda y de
pensamientos muy profundos.
-¿Le
agradó? Yo le daré una apuntasión de ella si así lo desea.
-Sí, sí; hará el favor de darme una
copia.
-Pues
óigame esta otra de Filomeno Varaona; una que me escribió despidiéndose para
siempre porque lo desairé en sus pretensiones.
-¿En sus pretensiones amorosas quizá?
-Sí,
señor; me requirió de amores, pero yo no quise aseptarle; a Jacoba tampoco le
satisfasía.
-A ver, esa despedida poética de
Filomeno Varaona.
-Hase
llorar; mire:
Mi corazón se transida
por tus desdenes pertrechos
en holocausto deshechos
con el amor que se anida;
si el tuyo no se expansida
y en mí no se desmorona,
apuraré la corona del sentimentismo
pulcro inflingiéndome el sepulcro
Filomeno, Varaona.
-Sí que hace llorar esa décima[7].
-Es una
guajira, como la anterior. ¿Sabe qué son guajiras?
-¿Guajiras? No.
-Désimas
para cantarlas.
-¿Y bailarlas?
-No; lo
que allá bailamos es el dansón. ¿Sabe qué es el dansón?
-Sí; la habanera, que llamamos en
España.
-No me
diga; la habanera española es el dansón cubano echado a perder. No puede usted
inferir los malos ratos que pasé en España cuando quisiéronme obsequiar con
habaneras. Lueguito de comer iremos al piano y tocaré y cantaré un dansón
clásico con poesía de Panchito Merengue para que oiga y compare.
-¿Usted no
baila el dansón? - Me preguntó Jacoba.
-No; ni lo conozco; sólo sé que es un
baile…
-Sabroso;
mire- continuó la negra-. Si encontramos a
bordo quien lo toque, Niña Gala le enseñará a bailarlo.
-Con mucho gusto lo aprenderé.
-Pero mire
que no se aprende fásil, y harán falta varias lecsiones.
-¿Tan difícil es?
-Tiene
complicaciones -continuó Galita- y
diferentes partes: el chiquitito abajo, el cangrejito, el
cambrán y otras muchas más que son, como si dijéramos, las diferentes
partes de la asignatura.
Niña Gala y yo continuamos conversando
de los cambiantes colores del mar, de la brisa, de la estela del barco, de los
reflejos del sol poniente, de la bruma, del horizonte… nada de particular y,
sin embargo, procurábamos no ser escuchados por Jacoba; hablábamos muy bajito y
muy cerca para oírnos; y, cuando nada se nos ocurría, nos mirábamos y
sonreíamos.
La campana nos llamó al comedor.
Terminada la comida, pasamos donde
estaba el piano, y Niña Gala tocó y cantó un danzón con poesía de Panchito
Merengue.
Siento no recordar más que este trozo,
pues la letra, como verán ustedes, es una preciosidad:
Yo no quiero que me pague la quinsena,
no tengo almuerso,
no tengo sena.
Yo no quiero que me pague la quinsena
porque me sobra con el café.
Tengo yo un par de muchachas
que se las regalo a usté,
pues no se ven las cucarachas
por la paré.
El resto de la velada la pasó Gala
enseñando a tocar el danzón[8]
en el piano a otra señorita para empezar nuestras lecciones coreográficas al
día siguiente. Yo, escuchando a un señor Busquets, comerciante catalán
establecido en la Habana:
-¡Oh!; los
catalanes an todas las épuques hemos sido muy garreros y amigos de d’avanturas,
y si no, lea ustet la Historia: los almugáraves catalanes llegaron hasta
Gresia, atravesando toda l’Auropa, y eso que entonces no ni había de
ferrocarriles; vea ustet la historia dels Mosos d’Escuadra y dels Sumaténs, y
de aquellos que fueron con Prim a la guerra d’África; y a mí ma consta, de modo
indubitabla, que’l primero que consiguió subir a la torra de Maladof cuando el
asalto, fue un catalán con barratina, sí, señó. Y ya verá, ya, lo bien que se
baten los voluntarios catalanes que vinieron a Cuba. Yo astaba en Barsalona
cuando se urganisaron; furmaron an un sitio que se llama Atarasanas, al janaral Córduba diriquió la palabra a los
tres batallones; sa ma cadaron muy impresas las palabras que les va a desir: “¿Estáis contentos?” Todos cuntastaron: “¡Sí!” Y cuntinuó’l
janaral: “Eso quiero yo.
Allí tendréis quefes que os cuidarán como padres; allí ancontraréis ufisiales
que os tratarán como hermanos.” Atsetra. Yo bien
an un mismo vapor que ellos; y no quiera ustet saber al rasibimiento que se les
hiso al dasfilar por la calles de la Habana: flores, tabaco, dinero; no piense
que es acsacarasion: hubo mumento que se tuvieron que parar parque la calle se
obstrucsionó con ramos de flores y cacas de sigarros puros. ¡Oh!, un franasí, un
antusiasmo indascriptibla.
Las lecciones de danzón duraron todo
el resto de la travesía, pues si bien Galita me dio por aprobado con buena
nota, érame muy grato el cangrejito, el chiquito bajo y, muy
especialmente, el cambrán, y no deseaba perfeccionarme hasta el
doctorado.
Estas lecciones tuvieron una
interrupción: Galita se constipó y guardó cama un día.
La negra Jacoba subió a cubierta y me
dijo:
-¿No sabe?
Niña Gala está enfermita.
-¿Qué le pasa?
-Se conose
que anoche bailando con usted se sofocó y sudó mucho; después tomó relente
sobre cubierta, sin parar en sofocasión ni sudasión, y hoy quedándose en el
lecho.
-¿No será nada grave?...
-Felismente,
no; la ha visto don doctor y dice que está fluxioná. Ho no podrá usted bailar
el dansón con ella ni conversar. Comprendo que usted lo sentirá
ponderativamente.
-Muchísimo.
-Ella
también lo siente; le es muy grato conversar con usté.
-Y a mí; no sabe usted, señorita
Jacoba, cuánto daría yo por hablar hoy con ella, pero ya comprendo que no es
posible, y menos estando sus papás en el mismo camarote.
-Cierto;
pero cuando los papás vayan al comedor, Niña Gala quedará sola conmigo.
-Sí; pero cuando los papás estén
comiendo, yo también estaré en el comedor.
-No coma
cuando todos; pretexte indisposición; pida extraordinarios entre horas y
páguelos.
-Es verdad.
-Váyase a
su propio camarote; escóndase y acuéstese, como indispuesto; a las horas de
comer y de almorzar aguaite y mire en el comedor y, en estando allí los papás,
véngase al camarote nuestro; yo estaré a la puerta.
-Muy bien; así lo haré. Y muchas
gracias, señorita Jacoba.
-Quede con
Dios. Y mire: no me vuelvan a bailar el dansón con cangrejito ni cambrán,
que eso produce mucha sofocasión y sudasión: ya se lo previne a Niña Gala.
Adió, don Claudio.
Cuando esto ocurría, ya Galita y yo
nos habíamos jurado amor eterno.
Fue la noche anterior; después de la
lección de baile salimos del saloncillo del piano y nos sentamos a tomar el
fresco sobre cubierta: de esto me acuerdo muy bien. Lo que no recuerdo ni me
expliqué nunca es cómo habiendo empezado nuestra conversación haciendo
comparaciones entre la bondad de las frutas españolas y las cubanas, derivamos
a las ideas y ramificamos los conceptos hasta meternos en ese laberinto que
sólo tiene el amor como única salida. Ni sé, a decir verdad si fue Galita o fui
yo el primero en decir: “Te amo”, o lo dijimos ambos a la vez.
Tiene razón mi tío[9]:
No te acerques mucho a una mujer hermosa si no quieres quedar enredado y
prendido entre sus trenzas, que cuelgan a manera de rizos.
Los rizos de Galita eran muy
atrayentes y seductores; por la boca tan pequeña de aquella criatura salían
frases muy grandes, muy agradables para mí, y en las que yo no había ni soñado.
Aproveché la estancia de sus papás en
el comedor durante el almuerzo y corrí al camarote de la cubanita.
A la puerta me esperaba Jacoba, y me
dijo, en voz mu baja:
-Mire,
Niño Claudio; mi niña pasó en desvelo la noche y ahoritica está durmiendo
tranquila; no me la despierte ni embulle; entre sigiloso y de puntitas, y
contémplela no mas; ya platicará con ella a la hora de comer.
Largo rato estuve contemplando,
extasiado, aquella hermosa cabecita dormida, mientras Jacoba me repetía al
oído:
-Linda,
¿verdá? Usté es su primer amor; yo se lo garanto.
A la hora de comer volví a visitar el
camarote. Jacoba me salió al encuentro en el pasillo:
-Mi niña
se incorporó y vistióse muy arropada para recibirle. Hablarán ustedes a la
puerta del camarote. No le parese bien que usté entre ni que la vea en el
lecho; mire si es prudente Niña Gala.
¿Dónde había leído aquella niña o
quién le habría dicho los bellos pensamientos[10]
que me recitaba y yo escuché embelesado?
Decíame: “Amor
es un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulse
amargura, una deleitable dolensia, un alegre tormento, una blanda muerte. Amar
es encontrar la propia felisidad en la felisidad del que amamos. En ustede, los
hombres, el amor es un episodio de su vida; para nosotras, es la vida entera.”
Se me hizo muy corta la travesía. En
ella discurrieron horas muy agradables para mí.
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[1] La
travesía en un vapor-correo entre la Península Ibérica y Cuba podía durar un
mes.
[2] El
poblado de San
Miguel de Nuevitas en el siglo XIX, según se cuenta en el siglo XXI desde Cuba:
“San Miguel empezó a prosperar a principios del siglo XIX, cuando allí se
establecieron nuevas familias de Nueva Orleáns y La Florida, a cada una se les
entregó una caballería de las tierras donadas por el Padre Cisneros, con el
imperativo de cultivarlas. Fue tal el auge de aquella región que se hizo
construir en 1853 una vía férrea desde ese lugar hasta las costas de El Bagá, de la cual
aún quedan pistas.
De sus campos
se extrajeron grandes cantidades de madera, explotaron magníficos colmenares,
acopiaron plátanos, viandas, caña, y se
fabricó queso y tasajo, también, se establecieron fincas de crianza de
ganado y varios trapiches en el valle que circundaba el lugar.
Durante la primera guerra por la independencia de
Cuba, en 1868, se vio menguado el auge de San Miguel, al extremo que la vía
férrea dejó de prestar servicios y aunque tuvo sus vaivenes hasta concluida la
contienda no pudo mostrar nuevamente modestos avances.
Por sólo
señalar algunos ejemplos de cuan activa resultó aquella zona durante la gesta
emancipadora vasta referir
los hitos siguientes: el 4 de noviembre de 1868 es tomado San Miguel por Augusto Arango; el 21 de mayo de 1869 se
produce allí un combate bajo la dirección del general Ángel del Castillo
Agramonte; el 18 de enero y el 25 de marzo de 1872, respectivamente, es atacado
el poblado por el comandante Martín Castillo Castillo; el 12 de abril de 1874
se produce el sonado ataque de Máximo Gómez, el que logra, a pesar de la
resistencia española, apoderarse de un gran botín.
Por otra parte, el 18 de enero de 1875 San Miguel
recibe la envestida del capitán Aurelio Valdés y el 4 de abril del propio año
se produjo la ocupación de Gregorio Benítez (…)”.
[3] PINTIPARADO: De pintiparar. 1 adj.
Dicho de una cosa: Que viene adecuada a otra, o es a propósito para el fin
propuesto. Sin.: apropiado, adecuado, conveniente, oportuno. Ant.: inoportuno,
inadecuado.
[5] Don
Santiago Ramón y Cajal, al relatar sus experiencias cuando estuvo en Cuba
durante los años 1870 en su libro Mi
infancia y juventud , señalaba que los cubanos llamaban a los españoles:
gorriones o patones
[6]
Evocación a los versos de ‘La flor de los
recuerdos: Ofrenda que hace a los
pueblos hispano-americanos: Cuba’, de don José Zorrilla.
[7] DÉCIMA: f. Métr. Combinación
métrica de diez versos octosílabos, de los cuales, por regla general, rima el
primero con el cuarto y el quinto; el segundo, con el tercero; el sexto, con el
séptimo y el último, y el octavo, con el noveno. Admite punto final o dos puntos
después del cuarto verso, y no los admite después del quinto.
[8] Tenemos
noticia de que Pablo Parellada, autor de esta novela, lo fue de la letra de un
danzó cubano: “QUE SE QUEMA ‘LA SAPATERA’"
[Partitura para canto y piano (con letra)]-
música de Navarro Tadeo, Enrique, 1894-1965; letra de Pablo Parellada.
[9] Don
Exuperio Béjar, canónigo y bibliotecario de la catedral de Toledo, acudió presuroso
a la ciudad tan pronto se enteró de la grave enfermedad del padre de Claudio; y
lo acogió cuando quedó huérfano.
[10]
“MELIBEA.- ¿Cómo dices que llaman a este
mi dolor, que así se ha enseñoreado en lo mejor de mi cuerpo? CELESTINA.- Amor dulce. MELIBEA.- Eso me declara qué es, que en sólo oírlo me
alegro.
CELESTINA.- Es
un fuego escondido, una agradable llaga, un sabroso veneno, una dulce amargura,
una delectable dolencia, un alegre tormento, una dulce y fiera herida, una
blanda muerte.”