VI. EN LAS PALMAS DE GRAN CANARIA
Fui a presentarme al gobernador
militar.[1]
Antes de la presentación, me enteré
minuciosamente del nombre de Su Excelencia, edad, naturaleza, estado, número de
hijos, Arma de su procedencia y demás circunstancias personales, a fin de
prevenirme contra cualquier qui pro quo[2]
en el caso de verme obligado a hablar, y, aun en este caso, estaba decidido a
hacerlo discretamente, con las menos palabras posibles: tan escamado estaba yo
de las presentaciones. El comandante de Artillería, ayudante[3]
de Su Excelencia, me preguntó:
-¿Ha venido en ese barco algún otro
oficial?
-No, señor; yo solo, que sepa.
Asomó a la puerta del despacho y
anunció:
-Mi general: el teniente que llegó
ayer noche en el Celedonio Gómez.
-Que pase
en seguida:
Entré. El general se levantó, se
colocó delante de la mesa de su despacho y antes de terminar mi oración de
ritual, me atajó en esta forma:
-Señor
oficial: con su señor tío me unen antiguos y verdaderos lazos de amistad.
Amistad que jamás eché en olvido. Olvido que tampoco tuvo él según se desprende
de su última carta. Carta que me anuncia la llegada de su sobrino en el vapor Celedonio
Gómez, y a la vez me habla de la desdichada y deplorable conducta de usted.
Usted, señor oficial, ha seguido una conducta que deja mucho que desear, pues
conozco algunos de sus hechos. Hechos reprensibles por los cuales su señor tío
me suplica que no le pierda a usted de vista y, si necesario fuese, le aplique
la Ordenanza[4]
en todo su rigor. Rigor que yo estoy dispuesto a emplear con usted, si bien
abrigo la esperanza de que no será necesario, pues yo espero que usted
reflexionará y sabrá modificar, mejorándola, su detestable conducta. Conducta
que seguirá sujetándose a la que exige el prestigio del uniforme y el apellido
que usted lleva.
-Mi general, yo…
-No he terminado. Hasta
aquí he hablado como general y superior. Ahora habla el amigo: en esta casa,
que es la suya desde este momento, se almuerza a la una, y siempre que usted
quiera honrarnos en mi mesa tiene un cubierto.
Y
dándome un cachete amistoso, me despidió sonriente:
-Vaya usted con Dios,
buena pieza.
Saludé
y salí al antedespacho. Mi tío[5], por
su larga permanencia en Toledo, tenía muchos amigos militares y, por lo tanto,
no me extrañaba aquella amistad con el general; lo que sí me preocupaba es que
el bueno de don Exuperio diese tanta importancia a mis diabluras de chico, y
más todavía me contristaba que no las hubiese olvidado después del tiempo
transcurrido y de haberme yo formalizado tan radicalmente. Aquella carta
delatora de hechos infantiles era inconcebible en persona tan bondadosa como mi
tío el Canónigo.
El
ayudante me miró sonriente y me confió:
-Esté usted tranquilo; volverá usted a la península
tan pronto varíe de conducta; es lo convenido con su tío de usted.
-Pero si yo no hice nada particular; niñerías propias
de la edad.
-Niñerías, ¿eh? Cuénteme, cuénteme; ¿cómo se las
arregló usted para llevarse una mujer a un antepalco del Real, durante un
baile, remangarla las faldas con camisa y todo, atárselas por encima de la
cabeza y sacarla de este modo de la sala?
-¿Yo?
-Sí, señor; creo que se armó un escándalo tremendo, y
no la desatan pronto se asfixia la individua.
-No, señor; eso es una calumnia; yo no he pisado
jamás el teatro Real.
-Sí, hombre, sí; hará unos veinte días.
-Hace veinte días estaba yo en Pamplona, que es donde
estaba destinado.
-¿No estaba usted destinado en Madrid?
-No, señor; ni lo estuve nunca.
-¿No se llama usted José Urzainqui?
-No, señor; me llamo Claudio Béjar y
Paredes.
-¿No es usted sobrino del general
Urzainqui, actual subsecretario del Ministerio de la Guerra?
-No tengo más tío que un canónigo de
Toledo.
-¿No ha venido el teniente Urzainqui
con usted en el Celedonio Gómez?
-No, señor.
-Espere usted.
El ayudante entró precipitadamente en
el despacho del general y le enteró de que yo no era el sobrino del general
Urzainqui, cuyas eran la carta y recomendación recibidas, y a través de la mampara escuché:
-¿De
manera que el teniente Urzainqui no ha embarcado?
-No, señor.
-Ese punto[6] se ha quedado a pasar los
Carnavales en Málaga. ¡Y yo que le he chillado al otro!
-No sabe usted con qué disgusto está.
-Dígale
usted que pase.
Volví al despacho de Su Excelencia[7]
y, con la misma gravedad de antes, me dijo:
-Señor
oficial: ya habrá usted comprendido que todo ha sido una equivocación.
Equivocación debida a un quid pro quo. Quid pro quo[8] del cual es
responsable mi ayudante. Por lo tanto, de cuanto le dije acerca de la conducta
de usted, de la amistad con su tío y del rigor de la Ordenanza, no hay nada de
lo dicho. Puede usted retirarse.
-A la orden de Vuecencia.
-¡Ah!; y lo del cubierto
en mi mesa, tampoco hay nada de lo dicho.
Tomé el mando de mi compañía[9],
porque el capitán[10]
no se había incorporado desde que a Canarias lo destinaron, pues siendo de los
del Fijo de Madrid, consiguió quedarse en comisión en la corte por tiempo indefinido.
Me arranché[11]
en república de solteros con cuatro oficiales de mi regimiento y el jefe de
Artillería don Justo Salvi, al cual se le admitió interinamente llegaba su
familia de la Península.
Durante el almuerzo del primer día se
presentó un cabo[12] con
el libro de la orden y el servicio de Plaza para el siguiente:
-Oiga
usted, cabo -dijo Salvi-; aquí hay una
equivocación: mañana me toca a mí el servicio de reconocimiento de provisiones,
me han saltado el turno, y han nombrado al siguiente; adviértalo.
-No es equivocación, mi teniente
coronel; es que el general gobernador ha dado orden de que no se le vuelva a
nombrar a usted para este servicio.
Después de marcharse el cabo dijo el
teniente coronel, riendo:
-Me han
relevado de reconocimiento de provisiones.
-Pues, ¿y eso?
-No sé; el
primer día que hice ese servicio llegué a la Administración a la hora debida;
no había nadie más que un ordenanza, y me presentó un pan y el libro de actas
para que yo firmase el “conforme” de que todos los panes de la hornada tenían
el peso exacto y eran de buena calidad. Me negué. Hice reunirse a la Junta de
reconocimiento, como está mandado. Vinieron corriendo el oficial de
Administración y el médico, sorprendidos de que se les obligara a cumplir lo
dispuesto. Hice pesar los panes de la
hornada uno por uno: al que no le faltaban treinta, le faltaban
cincuenta, sesenta y hasta ochenta gramos. Di parte por escrito al general
gobernador; éste me suplicó que retirase el parte, pues había de ser suficiente
la providencia que pensaba tomar. Cuando me nombraron de reconocimiento de
provisiones por segunda vez se repitió la escena; volví a dar parte por escrito
y a retirarlo, asegurándome el general que iba a tomar una providencia eficaz.
Puede que la providencia tomada se ésta: no volverme a nombrar de reconocimiento
de provisiones.
Ya advertí que todo suceso
extraordinario ocurría estando yo de guardia; mi primera estaba haciendo en las
Palmas, cuando observé que el cielo tomaba un tinte ligeramente verdoso, el sol
brillaba menos que de costumbre y el paisaje presentaba un aspecto sombrío.
Salí a la calle y, poco a poco, noté en la boca un malestar como si en ella
tuviese tierra. Me miré el uniforme, y estaba cubierto de un polvillo sutil y
terroso.
-Es lluvia de
arena, mi teniente[13] -me dijo el
sargento[14], que
era natural de la isla.
Lluvia de arena era, en efecto. Este curioso fenómeno se observa algunas veces en aquel archipiélago; es una arena finísima, como harina, transportada por el viento y a gran altura desde África. Hacía muchos años que no se había repetido. Parecióme llegado el caso de guarecer al centinela en la garita, y en ella le ordené cobijarse.
No opinó del mismo modo el comandante,
que llegó al poco tiempo, y me dijo:
-En las
Ordenanzas está escrito que el centinela se meterá en la garita en caso de
lluvia. Yo entiendo por lluvia el llover, y por llover, caer agua
de las nubes. Este es el verdadero espíritu de la Ordenanza, pues nadie ha
visto llover en seco. ¡Que salga el centinela de la garita!
Más tarde llegó el coronel:
-Oiga usted, Béjar: ¿cómo no se ha
mandado usted que el centinela se meta en la garita?
-Mi coronel, ya se me había ocurrido;
pero dice el comandante Estévez que caer arena no es llover.
-Ya lo creo que lo es: llover es caer
sobre uno con abundancia alguna cosa, sea agua, arena, vino o mostaza o lo que
fuere; y éste es el verdadero espíritu de la Ordenanza. ¡Que se meta el
centinela en la garita!
Llegó la noticia al gobernador militar
de que, en mi regimiento, el centinela de la puerta principal estaba metido en
la garita; y el general, no considerando lluvia al meteoro aquél, ordenó
que el oficial de guardia fuese arrestado a su casa así se hiciese entrega de
la guardia.
Mi coronel corrió a ver al general,
ante el que me defendió, asumiendo para sí toda responsabilidad, y el arresto
quedó sin efecto; y después de la larga discusión entre ambos acerca de si el
caer arena del desierto en abundancia debía considerarse como llover,
quedaron en que era un caso opinable, no previsto en las Ordenanzas y merecedor
de ser consultado a la superioridad.
Respecto de tan importante asunto se
dividieron los pareceres de la oficialidad y se discutió acalorada y
formidablemente durante una semana, mientras yo pensaba: “Los elementos
esperaban mi primera guardia para enviarnos la lluvia de arena: es mucha pata
la mía.”
---
[1] GOBERNADOR . En las plazas de primer órden es el segundo jefe de ella. Autoridad militar superior de una provincia subalterna .
[2] QUID PRO QUO. 1. Loc. lat. (pron. [kuíd-pro-kuó]) que significa literalmente 'algo a cambio de algo'.
Se usa como locución nominal masculina con el sentido de 'cosa que se recibe como compensación por la cesión de otra': «La oposición se quejó moderadamente […], pero en el fondo aceptó el quid pro quo: el PRI seguiría ganando […] en las zonas alejadas del centro político o económico del país, a condición de que el PAN y el PRD pudiera triunfar limpiamente en las principales ciudades del país» (País [Esp.] 17.7.1997).
También significa 'error
que consiste en tomar a una persona o cosa por otra': « “Dirá usted el
Obispo”. “¿No dije el Obispo?” “No. Dijo el Papa”. “Fue un quid pro
quo, porque yo no estuve nunca con el Papa”». No es correcta la
forma ⊗qui pro quo.
[3] AYUDANTE DE CAMPO: Oficial de cualquiera graduación à las inmediatas órdenes de un general para comunicar a las tropas las órdenes que aquel dicta . El capitán general de ejército puede tener cuatro ayudantes , dos el teniente general y uno el mariscal de campo . Mas en tiempo de guerra tanto el general en jefe , como los de cuerpo de ejército, división o brigada tienen los necesarios para desempeñar las muchas y diversas comisiones de su instituto.
[4] ORDENANZA.
Código, cuerpo de leyes y recopilación general de las reales órdenes y
reglamentos expedidos por diferentes soberanos , en que están consignados los
deberes , atribuciones y las penas a que están sujetos los individuos del
ejército , desde el simple soldado hasta el más alto escalón de la jerarquía
militar , así en campaña como en guarnición y cuartel.
[5] Don
Exuperio Béjar, canónigo y bibliotecario de la catedral de Toledo, acogió a su
sobrino Claudio al quedar huérfano de padre. Resuelve con sus amistades en el
Ministerio de la Guerra las peticiones del joven oficial para cambiar de
guarnición por las situaciones incómodas que le suceden en esta novela, por lo
que Claudio Béjar permanece poco tiempo en sus destinos en la Península.
[7] ESCELENCIA.
Tratamiento que así por escrito como de palabra se da á los capitanes y
tenientes generales , á los caballeros grandes cruces de San Fernando , San
Hermenegildo y otras.
En su origen el título de escelencia no se daba
sino a los reyes , como vemos en los franceses de la primera y segunda raza, y
también al Papa . Generalizado con el tiempo , los monarcas adoptaron el tiempo
, los monarcas adoptaron el de alteza , magestad, etc.
[8] QUID PRO QUO. También significa 'error que
consiste en tomar a una persona o cosa por otra'.
[9] COMPAÑÍA . s. f . Subdivisión táctica y administrativa adoptada en la infantería y antiguamente también en la caballería. Corresponde comúnmente en aquella a la octava parte de un batallón, y está mandada inmediatamente por un capitán . Su fuerza , así de oficiales como de soldados , ha sufrido continuas variaciones. Hoy día , por término medio , las compañías de los regimientos europeos tienen cuatro oficiales, cuatro sargentos , 12 cabos y de 80 a 100 soldados . Las de preferencia , especialmente las de cazadores , suelen tener más clases de tropa . Las compañías forman por numeración correlativa , en vez de hacerlo rigiéndose por la antigüedad de los capitanes según se hacía en los siglos XVI y XVII .
[10]
CAPITÁN: Hoy día es el oficial que manda una compañía de soldados en cualquiera
de las armas o institutos del ejército, cuyo empleo es superior al de teniente
è inferior al de comandante. Es el administrador de su compañía, jefe superior
de ella e inmediato responsable a los superiores de su instrucción, disciplina
, aseo , etc. Ha usado de diferentes insignias como distintivo de su empleo
hasta el día , que lleva tres galones en ángulo en la parte superior de ambos
brazos y tres estrellas en la parte interior de aquel .
[11] ARRANCHARSE. r. Juntarse en
ranchos. RANCHO: Comida que se hace para muchos en común.
[12] CABO. En la actualidad lleva este nombre el individuo cuya autoridad está más inmediata al soldado. Su distintivo son tres galones de estambre para el primero , colocados desde el codo à la bocamanga del uniforme; el segundo lleva dos en la misma forma. Su nombramiento, por elección , es del jefe del cuerpo a propuesta del capitán de la compañía , previo el examen de su aptitud , aplicación y buena conducta. Sus funciones son : enseñar al soldado a vestir el uniforme , a marchar con marcialidad , a manejar las armas con destreza . En las guardias se entrega del utensilio , releva las centinelas, reconoce toda gente armada o sospechosa que se acerca al puesto , desempeñando además , así en paz como en campaña , la multitud de cargos , que exige su empleo .
[13] TENIENTE: el subalterno que sigue en graduación al capitán , al que suple en el mando , y es superior al subteniente, con quien alterna en el servicio. Económico de su compañía . Las insignias del teniente desde el año de 1860 se han variado , siendo dos galones puestos en ángulo en la parte superior de la manga del uniforme , añadiendo dos estrellas, que significan la efectividad del empleo. En la clase de tenientes es obligatorio el retiro a la edad de 54 años .
[14] SARGENTO
. El jefe de clase de tropa más inmediato a la categoría de oficial , y a la
cual puede aspirar por su mérito , antigüedad y valor en las funciones de
guerra . Los sargentos son el alma de los regimientos; ejercen sobre la tropa
una vigilancia mas continua , mas en detalle que los oficiales , y su influencia
es mucho mayor que la de estos . Armados y sujetos a las mismas formaciones que
el soldado, viviendo con él en los cuarteles , conocen las circunstancias de
cada uno de sus subordinados. Un buen cuerpo de sargentos evitará siempre las
sediciones en los regimientos y en los destacamentos . En cada compañía hay un
sargento primero y dos ó tres segundos . Aquel tiene el cargo de distribuir el
prest, ajustar y llevar la cuenta à todos los individuos de tropa , bajo la
inmediata inspección y responsabilidad del capitán, cuyas funciones de cuenta y
razón desempeña desde principios del siglo XVIII : los segundos le ayudan a sostener
la disciplina y fomentar la instrucción , aseo y buen orden de la tropa . El
sargento no es una institución moderna: data desde los primeros tiempos de la
edad media , si bien sus funciones no siempre han sido las mismas , como
diremos después, porque al principio fue hombre de guerra exclusivamente , y después
se constituyó como soldado y como encargado de la contabilidad y documentación
de su compañía . Las necesidades de los tiempos. y los adelantos de la ciencia
militar hizo que esta clase tan apreciable se fuese aumentando , y nosotros
hemos conocido durante la guerra civil , que aseguró en el trono à Isabel II ,
cinco sargentos por compañía .