XIX. EN SAN MIGUEL DE NUEVITAS
¡Oh, mi entrada en San Miguel de
Nuevitas![1]
A caballo, a la cabeza de la columna, cerca del brigadier, por entre dos filas
de muchedumbre popular. Notas de cornetas y clarines. Sol espléndido. Mi novia
en el balcón, saludándome con su manecita, sonriéndome amorosa. Yo daba por
bien empleadas todas las penalidades sufridas y aun las que me esperaban.
-¿Quién es esa
niña que le saluda a usted tan afectuosa? – me preguntó Escande.
-Mi novia, mi brigadier.
-Le felicito
por su buen gusto. Vaya un encanto de chiquilla. Ahora mismo se apea usted y entrega el caballo a un ordenanza;
corra a hablar con su novia, y por hoy, queda relevado de todo servicio.
-Muchas gracias; me apearé en el
sitio donde haga alto la columna.
-No, señor;
aquí mismo. Obedezca usted.
-Bien, bien.
-Y de mi
parte, le ofrece usted a su novia todos mis respetos.
Galita me esperó en una ventana del
piso bajo. Nuestro diálogo fue un desbordamiento de frases amorosas,
entremezcladas son sentencias que ella se traía aprendidas de memoria:
“Tener el amor ausente
es llevar la muerte en el alma; volverle a ver es revivir.” “La ausencia es la
piedra de toque para contrastar el verdadero amor.”
-Mire, mi
Claudio: confié nuestro amor a mis papás, y ellos se muestran propicios a que
seas presentado en mi casa esta misma tarde, mas no como prometido, sino como
amigo, por ahora.
-Me parece muy bien. ¿Y quién me va a
presentar?
-Un señor
muy amigo nuestro: don Procopio Fernández, un señor que sabe mucho, un
verdadero sabio y médico muy afamado.
Me dio la dirección donde habitaba don
Procopio y fui a visitarle, aunque la presentación a los padres de Gala no
acababa de satisfacerme: siempre -desde el vapor- los vi observándome
analíticamente, con seriedad y altivez un tanto molestas.
Recibióme don Procopio con suma
cortesía. Vistióse larga levita negra, pantalón blanco y sombrero jipi. Salimos
hacia casa de Galita.
Era un señor entre mulato y negro. En
la manera de expresarse demostraba tener gran cultura; no había exagerado
Galita al adjetivarle sabio. Por el camino le pregunté:
-¿Usted es doctor en Medicina?
-El doctorado no lo cursé
paladinamente[2],
ni tampoco la licenciatura; yo nunca estudié Medisina ni la echo en falta ni
detrimento, pues ejerso por la Homepatía, o sea la Terapeútica microscópica.
Luego continuó:
-Va usted a entroncar con una familia
muy pudiente: el papá de Niña Gala posesiona un gran ingenio[3],
muchas fincas y gana el oro a raudales.
En la presentación que hizo de mí a
los padres de Gala se excedió a sí mismo:
-Mi señora doña Melancia; mi señor y amigo
don Capranio; mi señorita Niña Gala; hoy me exalta el inédito honor y el
superlativo emolumento de presensiarles al, aquí presente, belígero don Claudio
Béjar, oficial de rutilosos servicios bélicos, en el cual se superponen,
compenetran y distienden el intensivo de una ilustrasión y caballerosidad
emotiva a la ebúrnea[4]
triangulasión de un sentimiento dinámico, evolutivo y metódico que,
seguramente, le hará alcansar las más altas graderías en le hermeneútica
sedante de la carrera donde su apellido se escalafona. Yo espero y congratulo
que esta presentasión se cristalise en la gema ponderatriz de una amistad
perpetrante y jamás descoyuntivada por intestinidades ni diferensiasiones
mesopotámicas, por ello me permisiono
ofresionarles mi anticipado parabién.
Como se ve, don Procopio era un
precursor de algunos escritores actuales.
Los papás, graves y ceremoniosos,
tendiéronme la mano, y don Procopio marchó a ver a sus enfermos.
Mi visita fue muy corta y de cumplido.
Doña Melancia se limitó a preguntarme: “¿Le agrada
nuestro país?” “¿Le agrada este clima?”
Y don Capranio: “¿Está contento
con su carrera?” “¿Lleva usted mucho tiempo en el servicio de las armas?” Preguntas
hechas con la misma gravedad y en igual tono que un juez me hubiera preguntado:
“¿Ha sido usted encausado alguna vez?”
Con la misma gravedad me dijo don
Capranio al despedirnos:
-Comemos a las sinco y media. Esperamos
que mañana nos honre en la mesa.
Ya en la calle, hablé con Gala por la
ventana. Le hice presente la violencia que me causaba asistir a la comida
después de observar la tiesura con que sus padres me habían recibido.
-Es su
carácter; despreocúpate de ello; no dejes de venir y probarás el bienmesabe: un
postre que haré en tu obsequio.
Hubiera sido un desaire a Galita no ir
a probar el bienmesabe.
De casa de Galita marché a reiterarle
mi agradecimiento al brigadier por su bondad.
De hablar con Escande acababa de salir
un capitán muy joven.
-¿Sabe usted
quién es ese? -me preguntó el brigadier.
-No, señor.
-El hijo del
general S.S.; acaban de ascenderle a capitán por la acción del Potrerillo del
Guayo.
-Si ese oficial no estuvo en esa
acción…
-Ya lo sé. Por
aquella acción lo propuse a usted para una recompensa, y se la han birlado. Es
usted un caso del método Ollendorf:[5]
-¿Le dieron a usted el empleo de
teniente por lo de Potrerillo? -No, señor; pero han hecho capitán al hijo del
general S.S.
Llegó en esto un jefe de Ingenieros,
íntimo amigo de Escande. Me marché de la antesala, desde donde escuché, sin pretenderlo,
algunos trozos de diálogo que hablaron a gritos. Decía Escande:
-Yo no he dado
jamás un parte en falso no amañado, te lo juro, Paco, porque hasta los muertos
hechos al enemigo los cuento por mí mismo. Y ahí tienes a XX.; ya lo tengo
delante de mí. ¿Ves que lo han ascendido por la acción de K.? Pues a mí me
consta, por dos de mis apóstoles, que no hubo tal acción ni tales
carneros.
-¿Y XX.
dio parte de esa acción?
-Con la mayor
frescura. Y a ese nos lo hemos de ver ministro de la Guerra, con el tiempo. Un
embustero, un farsante; hará carrera.
-Sí; recibí
orden de construiros unos cuarteles provisionales de madera. Contesté que no
tenía madera ni clavazón, y me mandaron un oficio diciéndome lo de siempre: “Supla
usted con su celo la falta de clavazón y de madera.”
-¿Supla usted
con su celo?
-Es lo que
contestan cuando estoy falto de elementos para construir cualquier cosa; lo
mismo si se trata de una línea férrea que de una instalación telegráfica: “Supla usted con su celo.”
-Que es como
si te contestaran: “sople usted con su c…”
Comí en casa de Galita. Una comida
espléndida.
Partió la columna. Había de quedar una
sección destacada en San Miguel de Nuevitas y el brigadier tuvo la atención de
que fuese la mía para que yo continuase al lado de Niña Gala.
Un atardecer, después de larga
conversación amorosa, me dijo la cubanita:
-Necesito
haserte una confidensia. Yo sé que eres un caballero y sabrás guardar el
secreto de lo que voy a confiarte. Mira, Claudio mío; mis papás acsedieron
gustosos a tu presentasión en casa; mas, para dar asentimiento a la
continuasión de de nuestros amores exigen de ti una condisión, y espero que
acsederás a ella, puesto que me amas con toda tu alma.
-Así es.
-Pues
bien; nosotros, como es natural, simpatizamos con la iusurrecsión. Mi papá la
protege, y para fomentarla y sostenerla continúa contribuyendo con muchos
pesos.
-¿Y qué es lo que exige de mí?
-pregunté sobresaltado.
-Que pidas
la separasión del Ejérsito te pases a
nuestro bando.
-¡Qué dices, Gala! ¿Has medido bien
el alcance de tu proposición?
-¡Sí, lo
medí!
-Y si me niego a semejante desatino,
¿dejarás de amarme?
-A ello me
veré obligada, a pesar mío.
-Entonces, ¿porqué me juraste amor
tantas veces?
-Porque
esparansaba converserte.
-Eso, jamás; ni lo sueñes.
-En todo
caso, considera que eres enemigo nuestro…
-¡Basta! Si yo accediera a la infamia
que me propones, no sería digno ni de la mujer más pervertida y despreciable.
Di a tus padres que soy un hombre de honor y con más vergüenza que ellos.
Sin decir más, tomé la puerta, corrí a
mi casa. Deseaba estar solo. Necesitaba llora, y lloré largo rato. Me sentí
escalofriado, enfermo. Me acosté. Dije a mi asistente que llamase a un médico,
encargándole mucho que no fuese don Procopio Fernández.
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[1] El
poblado de San
Miguel de Nuevitas en el siglo XIX, según se cuenta en el siglo XXI desde
Cuba (con su ideología comunista, y sus faltas de ortografía): “San Miguel
empezó a prosperar a principios del siglo XIX, cuando allí se establecieron
nuevas familias de Nueva Orleáns y La Florida, a cada una se les entregó una
caballería de las tierras donadas por el Padre Cisneros, con el imperativo de
cultivarlas. Fue tal el auge de aquella región que se hizo construir en 1853
una vía férrea desde ese lugar hasta las costas de El Bagá, de la cual
aún quedan pistas.
De sus campos
se extrajeron grandes cantidades de madera, explotaron magníficos colmenares,
acopiaron plátanos, viandas, caña, y se
fabricó queso y tasajo, también, se establecieron fincas de crianza de
ganado y varios trapiches en el valle que circundaba el lugar.
Durante la primera guerra por la independencia de
Cuba, en 1868, se vio menguado el auge de San Miguel, al extremo que la vía
férrea dejó de prestar servicios y aunque tuvo sus vaivenes hasta concluida la
contienda no pudo mostrar nuevamente modestos avances.
Por sólo
señalar algunos ejemplos de cuan activa resultó aquella zona durante la gesta
emancipadora vasta referir
los hitos siguientes: el 4 de noviembre de 1868 es tomado San Miguel por Augusto Arango; el 21 de mayo de 1869 se
produce allí un combate bajo la dirección del general Ángel del Castillo
Agramonte; el 18 de enero y el 25 de marzo de 1872, respectivamente, es atacado
el poblado por el comandante Martín Castillo Castillo; el 12 de abril de 1874
se produce el sonado ataque de Máximo Gómez, el que logra, a pesar de la
resistencia española, apoderarse de un gran botín.
Por otra parte, el 18 de enero de 1875 San Miguel
recibe la envestida del capitán Aurelio Valdés y el 4 de abril del propio año
se produjo la ocupación de Gregorio Benítez (…)”.
[2] PALADINAMENTE: adv. M. Públicamente,
claramente, sin rebozo.
[3] INGENIO DE AZUCAR: 1 m. Conjunto de
aparatos para moler la caña y obtener el azúcar. 2 m. Finca que contiene el
cañamelar y las oficinas de beneficio.
[4] EBÚRNEA: adj.
cult. Del marfil, o de características semejantes a las suyas, espec. su color.
Adora su figura estilizada y su piel ebúrnea.
[5] El
MÉTODO OLLENDORF: en esta novela leemos cómo se aplica en la milicia, en los
capítulos VIII. DOS REYES DE ESPAÑA NO MENCIONADOS POR LA HISTORIA y XIX. EN
SAN MIGUEL DE NUEVITAS.
El lingüista alemán Heinrich Gottfried Ollendorff
(1802 – 1865) fue el creador en el siglo XIX de un revolucionario método de
aprendizaje de idiomas; consistía en enseñar una lengua de una forma peculiar.
Mientras la estructura sintáctica de la oración fuera correcta no importaba el
significado. De tal forma que las conversaciones podían no tener sentido,
aunque fueran correctas. La pregunta podía no tener nada que ver con la
respuesta. La comunicación con este método era complicada y aunque, a la larga
el estudiante podía aprender la lengua de forma más natural, a corto plazo no
podía comunicarse con soltura.