XIX. EN SAN MIGUEL DE NUEVITAS [CAMAGÜEY, 1877]

 

XIX. EN SAN MIGUEL DE NUEVITAS



 

¡Oh, mi entrada en San Miguel de Nuevitas![1] A caballo, a la cabeza de la columna, cerca del brigadier, por entre dos filas de muchedumbre popular. Notas de cornetas y clarines. Sol espléndido. Mi novia en el balcón, saludándome con su manecita, sonriéndome amorosa. Yo daba por bien empleadas todas las penalidades sufridas y aun las que me esperaban.

-¿Quién es esa niña que le saluda a usted tan afectuosa? – me preguntó Escande.

-Mi novia, mi brigadier.

-Le felicito por su buen gusto. Vaya un encanto de chiquilla. Ahora mismo se apea  usted y entrega el caballo a un ordenanza; corra a hablar con su novia, y por hoy, queda relevado de todo servicio.

-Muchas gracias; me apearé en el sitio donde haga alto la columna.

-No, señor; aquí mismo. Obedezca usted.

-Bien, bien.

-Y de mi parte, le ofrece usted a su novia todos mis respetos.

Galita me esperó en una ventana del piso bajo. Nuestro diálogo fue un desbordamiento de frases amorosas, entremezcladas son sentencias que ella se traía aprendidas de memoria:

“Tener el amor ausente es llevar la muerte en el alma; volverle a ver es revivir.” “La ausencia es la piedra de toque para contrastar el verdadero amor.”

-Mire, mi Claudio: confié nuestro amor a mis papás, y ellos se muestran propicios a que seas presentado en mi casa esta misma tarde, mas no como prometido, sino como amigo, por ahora.

-Me parece muy bien. ¿Y quién me va a presentar?

-Un señor muy amigo nuestro: don Procopio Fernández, un señor que sabe mucho, un verdadero sabio y médico muy afamado.

Me dio la dirección donde habitaba don Procopio y fui a visitarle, aunque la presentación a los padres de Gala no acababa de satisfacerme: siempre -desde el vapor- los vi observándome analíticamente, con seriedad y altivez un tanto molestas.

Recibióme don Procopio con suma cortesía. Vistióse larga levita negra, pantalón blanco y sombrero jipi. Salimos hacia casa de Galita.

Era un señor entre mulato y negro. En la manera de expresarse demostraba tener gran cultura; no había exagerado Galita al adjetivarle sabio. Por el camino le pregunté:

-¿Usted es doctor en Medicina?

-El doctorado no lo cursé paladinamente[2], ni tampoco la licenciatura; yo nunca estudié Medisina ni la echo en falta ni detrimento, pues ejerso por la Homepatía, o sea la Terapeútica microscópica.

Luego continuó:

-Va usted a entroncar con una familia muy pudiente: el papá de Niña Gala posesiona un gran ingenio[3], muchas fincas y gana el oro a raudales.


En la presentación que hizo de mí a los padres de Gala se excedió a sí mismo:

-Mi señora doña Melancia; mi señor y amigo don Capranio; mi señorita Niña Gala; hoy me exalta el inédito honor y el superlativo emolumento de presensiarles al, aquí presente, belígero don Claudio Béjar, oficial de rutilosos servicios bélicos, en el cual se superponen, compenetran y distienden el intensivo de una ilustrasión y caballerosidad emotiva a la ebúrnea[4] triangulasión de un sentimiento dinámico, evolutivo y metódico que, seguramente, le hará alcansar las más altas graderías en le hermeneútica sedante de la carrera donde su apellido se escalafona. Yo espero y congratulo que esta presentasión se cristalise en la gema ponderatriz de una amistad perpetrante y jamás descoyuntivada por intestinidades ni diferensiasiones mesopotámicas,  por ello me permisiono ofresionarles mi anticipado parabién.

Como se ve, don Procopio era un precursor de algunos escritores actuales.

Los papás, graves y ceremoniosos, tendiéronme la mano, y don Procopio marchó a ver a sus enfermos.

Mi visita fue muy corta y de cumplido. Doña Melancia se limitó a preguntarme: “¿Le agrada nuestro país?” “¿Le agrada este clima?”

Y don Capranio: “¿Está contento con su carrera?” “¿Lleva usted mucho tiempo en el servicio de las armas?” Preguntas hechas con la misma gravedad y en igual tono que un juez me hubiera preguntado: “¿Ha sido usted encausado alguna vez?”

Con la misma gravedad me dijo don Capranio al despedirnos:

-Comemos a las sinco y media. Esperamos que mañana nos honre en la mesa.

Ya en la calle, hablé con Gala por la ventana. Le hice presente la violencia que me causaba asistir a la comida después de observar la tiesura con que sus padres me habían recibido.

-Es su carácter; despreocúpate de ello; no dejes de venir y probarás el bienmesabe: un postre que haré en tu obsequio.

Hubiera sido un desaire a Galita no ir a probar el bienmesabe.

De casa de Galita marché a reiterarle mi agradecimiento al brigadier por su bondad.

De hablar con Escande acababa de salir un capitán muy joven.

-¿Sabe usted quién es ese? -me preguntó el brigadier.

-No, señor.

-El hijo del general S.S.; acaban de ascenderle a capitán por la acción del Potrerillo del Guayo.

-Si ese oficial no estuvo en esa acción…

-Ya lo sé. Por aquella acción lo propuse a usted para una recompensa, y se la han birlado. Es usted un caso del método Ollendorf:[5]

-¿Le dieron a usted el empleo de teniente por lo de Potrerillo? -No, señor; pero han hecho capitán al hijo del general S.S.

Llegó en esto un jefe de Ingenieros, íntimo amigo de Escande. Me marché de la antesala, desde donde escuché, sin pretenderlo, algunos trozos de diálogo que hablaron a gritos. Decía Escande:

-Yo no he dado jamás un parte en falso no amañado, te lo juro, Paco, porque hasta los muertos hechos al enemigo los cuento por mí mismo. Y ahí tienes a XX.; ya lo tengo delante de mí. ¿Ves que lo han ascendido por la acción de K.? Pues a mí me consta, por dos de mis apóstoles, que no hubo tal acción ni tales carneros.

-¿Y XX. dio parte de esa acción?

-Con la mayor frescura. Y a ese nos lo hemos de ver ministro de la Guerra, con el tiempo. Un embustero, un farsante; hará carrera.

-Sí; recibí orden de construiros unos cuarteles provisionales de madera. Contesté que no tenía madera ni clavazón, y me mandaron un oficio diciéndome lo de siempre: “Supla usted con su celo la falta de clavazón y de madera.”

-¿Supla usted con su celo?

-Es lo que contestan cuando estoy falto de elementos para construir cualquier cosa; lo mismo si se trata de una línea férrea que de una instalación telegráfica: “Supla usted con su celo.”

-Que es como si te contestaran: “sople usted con su c…”

Comí en casa de Galita. Una comida espléndida.

Partió la columna. Había de quedar una sección destacada en San Miguel de Nuevitas y el brigadier tuvo la atención de que fuese la mía para que yo continuase al lado de Niña Gala.

Un atardecer, después de larga conversación amorosa, me dijo la cubanita:

-Necesito haserte una confidensia. Yo sé que eres un caballero y sabrás guardar el secreto de lo que voy a confiarte. Mira, Claudio mío; mis papás acsedieron gustosos a tu presentasión en casa; mas, para dar asentimiento a la continuasión de de nuestros amores exigen de ti una condisión, y espero que acsederás a ella, puesto que me amas con toda tu alma.

-Así es.

-Pues bien; nosotros, como es natural, simpatizamos con la iusurrecsión. Mi papá la protege, y para fomentarla y sostenerla continúa contribuyendo con muchos pesos.

-¿Y qué es lo que exige de mí? -pregunté sobresaltado.

-Que pidas la separasión del Ejérsito  te pases a nuestro bando.

-¡Qué dices, Gala! ¿Has medido bien el alcance de tu proposición?

-¡Sí, lo medí!

-Y si me niego a semejante desatino, ¿dejarás de amarme?

-A ello me veré obligada, a pesar mío.

-Entonces, ¿porqué me juraste amor tantas veces?

-Porque esparansaba converserte.

-Eso, jamás; ni lo sueñes.

-En todo caso, considera que eres enemigo nuestro…

-¡Basta! Si yo accediera a la infamia que me propones, no sería digno ni de la mujer más pervertida y despreciable. Di a tus padres que soy un hombre de honor y con más vergüenza que ellos.

Sin decir más, tomé la puerta, corrí a mi casa. Deseaba estar solo. Necesitaba llora, y lloré largo rato. Me sentí escalofriado, enfermo. Me acosté. Dije a mi asistente que llamase a un médico, encargándole mucho que no fuese don Procopio Fernández.

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[1] El poblado de San Miguel de Nuevitas en el siglo XIX, según se cuenta en el siglo XXI desde Cuba (con su ideología comunista, y sus faltas de ortografía): “San Miguel empezó a prosperar a principios del siglo XIX, cuando allí se establecieron nuevas familias de Nueva Orleáns y La Florida, a cada una se les entregó una caballería de las tierras donadas por el Padre Cisneros, con el imperativo de cultivarlas. Fue tal el auge de aquella región que se hizo construir en 1853 una vía férrea desde ese lugar hasta las costas de El Bagá, de la cual aún quedan pistas. 

 De sus campos se extrajeron grandes cantidades de madera, explotaron magníficos colmenares, acopiaron plátanos, viandas, caña, y se  fabricó queso y tasajo, también, se establecieron fincas de crianza de ganado y varios trapiches en el valle que circundaba el lugar.  

Durante la primera guerra por la independencia de Cuba, en 1868, se vio menguado el auge de San Miguel, al extremo que la vía férrea dejó de prestar servicios y aunque tuvo sus vaivenes hasta concluida la contienda no pudo mostrar nuevamente modestos avances.  

 Por sólo señalar algunos ejemplos de cuan activa resultó aquella zona durante la gesta emancipadora vasta referir los hitos siguientes: el 4 de noviembre de 1868 es tomado San Miguel  por Augusto Arango; el 21 de mayo de 1869 se produce allí un combate bajo la dirección del general Ángel del Castillo Agramonte; el 18 de enero y el 25 de marzo de 1872, respectivamente, es atacado el poblado por el comandante Martín Castillo Castillo; el 12 de abril de 1874 se produce el sonado ataque de Máximo Gómez, el que logra, a pesar de la resistencia española, apoderarse de un gran botín.

Por otra parte, el 18 de enero de 1875 San Miguel recibe la envestida del capitán Aurelio Valdés y el 4 de abril del propio año se produjo la ocupación de Gregorio Benítez (…)”.

[2] PALADINAMENTE: adv. M. Públicamente, claramente, sin rebozo.

[3] INGENIO DE AZUCAR: 1 m. Conjunto de aparatos para moler la caña y obtener el azúcar. 2 m. Finca que contiene el cañamelar y las oficinas de beneficio.

[4] EBÚRNEA: adj. cult. Del marfil, o de características semejantes a las suyas, espec. su color. Adora su figura estilizada y su piel ebúrnea.

[5] El MÉTODO OLLENDORF: en esta novela leemos cómo se aplica en la milicia, en los capítulos VIII. DOS REYES DE ESPAÑA NO MENCIONADOS POR LA HISTORIA y XIX. EN SAN MIGUEL DE NUEVITAS.

El lingüista alemán Heinrich Gottfried Ollendorff (1802 – 1865) fue el creador en el siglo XIX de un revolucionario método de aprendizaje de idiomas; consistía en enseñar una lengua de una forma peculiar. Mientras la estructura sintáctica de la oración fuera correcta no importaba el significado. De tal forma que las conversaciones podían no tener sentido, aunque fueran correctas. La pregunta podía no tener nada que ver con la respuesta. La comunicación con este método era complicada y aunque, a la larga el estudiante podía aprender la lengua de forma más natural, a corto plazo no podía comunicarse con soltura.