V. PACO LAÍNEZ
Al día siguiente, después de almorzar,
Andoaga vino a la fonda. Como cosa propia le dolía que la aventura de la viudita
conmigo tuviese término.
-Es una
lástima que te embarques esta tarde; tú serías feliz mitigando la infelicidad
de esa desdichada que llora la pérdida de su idolatrado esposo, muerto antes de
llegar al tálamo. Encuentro en todo esto una ternura ideal, una interesante
poesía.
-También a mí me ha
interesado sobremanera, y me he pasado buena parte de la noche pensando en
Aurora; recordando aquella carita de virgen, aquel semblante hermoso y dolorido
que, a pesar de haberlo admirado dos solos instantes, se me quedó fotografiado[1]
en el alma.
-Sientes
compasión infinita por Aurora; como yo.
-Algo más que compasión.
-¿Te has enamorado
de ella?
-Sí; te lo confieso.
-Lo suponía y
me alegro; por eso no he querido venir sin indagar detalles de la familia de
Aurora: mi íntimo amigo Paco Laínez me ha enterado de que Aurora es rica: su
suegro la deja heredera de la fábrica de alcoholes y de algunas fincas más; una
fortuna que, si te casas con la viudita, te permitirá enviar la carrera a
paseo.
-Eso, jamás. Tengo mucho
cariño al uniforme.
-Ya comprenderás
que para enterarme de esto, he tenido que confiarle a Paco Laínez lo ocurrido
anoche.
-Lo siento.
-No temas ni
pases cuidado: es un excelente amigo y me ha jurado guardar el secreto. Tu lo
que debes hacer es no marcharte sin ver a Aurora.
-Imposible; faltan dos horas
para embarcar.
-Le pones una
carta.
Me pareció muy bien, pues era lo que
yo deseaba hacer; y escribí una carta diciendo a la viudita que la amaba tanto
como pudiera haberla amado su malogrado esposo, o más.
Nos echamos a la calle en busca de
quién nos diera la dirección de míster Brighton, en cuya casa habitaba Aurora.
En la puerta de la fonda nos
encontramos con Paco Laínez que venía en busca de Andoaga.
Era el malagueño Paco Laínez un buen mozo
de unos treinta años, simpático y decididor; no se le conocía profesión ni carrera;
estaba muy bien relacionado, y así que era presentado a cualquiera, encontraba
modo de hablar de las yeguas de vientre, los cochinos, los borregos, las vacas
y los pastos de su dehesa; y todo esto debía ser verdad, pues al encontrarnos
con él, vestía chaqueta con coderas, pantalones con cachirulo, sombrero cordobés
y todo lo demás necesario y clásico para montar en una jaca de campo y marchar
a visitar su hacienda.
Al serme presentado por Andoaga, se
mostró muy afectuoso, y me dijo:
-Mire uté:
yo soy muy amigo de mis amigos, y basta conque sea uté compañero de Andoaga, y
ademá forastero, para que yo le apresie y considere como uno de mi mejore
amigo. Lo que siento y me da fatiga es que se
marche uté tan pronto, porque tendría mucho gusto en llevarle un día a
almorsar a mi dehesa; este año se me ha dao medianamente; no tengo má que
treinta y dó yeguas de vientre, cuatrosientos cochino, seisientos borregos y
sincuenta vacas; pero no estoy descontento de los pastos y demás. Aquí, el
amigo Andoaga, le he ofresío llevarlo también un día.
-Hombre, sí;
hace más de un año que me lo estás ofreciendo.
-Es que
quiero llevarte cuando hayan parío la yeguas pa que veas los potrillos.
-Oye, Laínez:
nos vas a decir dónde vive míster Brighton.
-¿Aurorita,
la viuda de Miguelillo Brighton?
-Es lo mismo.
-Pues, a
eso vengo; como que ya estaba yo tirando pa la dehesa y lo he dejao ná má que por
eso. Bueno; vamo a tomano unos chatitos ahí a la vera, y mientras tanto les
diré a utede lo que hay del asunto, porque la cosa tiene su mijita que
explicar.
Nos llevó a un colmado inmediato, pidió
unas copas de vino blanco, y me dijo:
-Ya le he
dicho a uté que yo soy muy amigo de mis amigos; eso é; pues bien, ha llegao el
momento de explicarle a uté lo de anoche, antes de que las cosas sigan
adelante; eso é: Aurorita perdió a su marido, como uté ya sabe; y uté se parese
a su marido como una gota de agua a otra gota de agua; todo eto é la chipé,
pero vamos al caso: Yo ayer tarde al volvé de mi dehesa, dio la casualidá de
que le vi a uté salir der sementerio de lo inglese y, la verdá, me extrañó que
en una tarde de Carnavá, cuando tó er mundo se está divirtiendo, un ofisial
joven como uté saliera de un sitio tan triste; y ademá me fijé en lo mucho que
se parese uté a Miguelillo Brighton, tanto, que si no hubiese uté ido de
uniforme, hubiera creído que era el propio Miguelillo que había resutiao y se
iba a ver las mácaras. Me fuí a casa de una familia amiga, y utede me dispensarán
si no digo cuál, porque prometí cállalo. Conté que lo había visto a uté salir
der sementerio y su paresío extraordinario con el marido de Aurora; y a las dos
niñas de la casa y a su mamá, que son las más guasonas de Málaga, se les antojó
dale a uté una bromita de Carnavá; y Rosarito, la má pequeña, que é de la misma
piel de Barrabá, fué la que le escribió la cartita y la encargada de jalealo a
uté en el baile hasiéndose pasá por la viudita; eso é; ya sé que Rosarito hiso
muy bien la comedia, porque é una chiquilla muy lista, pero sepa uté que Aurorita
ni ha salío de su casa desde que murió su esposo, ni saldrá en mucho tiempo, y
hasta se dise que piensa meterse en un convento; eso é. Yo pensaba callame, y ahora
me iba pa la dehesa cuando de pronto he reflexionao aserca de que ha confiao
aquí el amigo Andoaga, he dejao la jaca en la cuadra y me he dicho: voy
corriendo a desengañá a ese joven ofisial, no sea que siga la cosa adelante, pue
yo no pudo consentí que a un amigo de mi amigo le pongan en ridículo; eso é;
porque una broma ya sabemos que es una broma, pero las bromas tienen su límite,
¿é verdá o é mentira? Con que ya sabe uté lo que hay; en tocante a mí, cuente
uté con que nadie ha de saber una palabra de lo de anoche; por mi salú.
-Muchas gracias.
-Pue ya ve
tú si no llego a vení; selebro haber dao ete paso, ya ve tú si aquí el amigo manda
la carta, el diguto que se lleva la viudita, la metedura de pata del amigo y la
risita de Rosarito y de su familia y de tó Málaga que se hubiera enterao. Vaya
otro chatito.
-No, gracias; no bebo más.
-Me parece
que la broma le ha hecho a uté pupa; le veo a uté aplanuti.
-No me duele la broma de su
amiga Rosarito, sino el recordar que he querido a varias mujeres; en cada amor
he sufrido un desengaño, y acabaré por tener callosidades en el corazón y no
volveré a mirar a ninguna mujer.
-Harás mal -replicó Andoaga-; si hubieses leído a Mantegazza[2], como he leído yo, sabrías
que la mujer es adorable siempre, y que sus pequeños defectos y debilidades la
hacen más atractiva y seductora; y no debe juzgarse a todas por el modo de ser
de una.
-Lo que han dicho aquí el
amigo Andoaga está muy bien y es la chipenda.
Andoaga
y su amigo ya no se separaron de mí hasta dejarme a bordo de mi camarote a
bordo del trasatlántico Celedonio Gómez. Paco Laínez pagó el gasto del
colmado, y el bote que nos condujo a bordo con mi equipaje; él subió mi maleta
y la colocó en mi camarote; el me recomendó al segundo de a bordo, a quién
conocía. No he visto hombre más atento y cariñoso que Paco Laínez. Sobre
cubierta estuvo dándome consejos contra el mareo, hasta el momento de levar
anclas; se despidió de mí con iguales transportes de afecto que si hubiésemos
sido íntimos amigos de toda la vida, y me hizo prometer que si a mi regreso de
Canarias desembarcaba en Málaga, le buscaría para tener el gusto de almorzar en
su dehesa.
Partió
el vapor. Me asomé a una borda para dar el último adiós a Andoaga y a Paco Laínez,
que me gritaba desde el bote:
-¡Adiós, amigo! ¡Buen
viaje y que no coja uté polvo por el camino! Verá uté qué bonitas son las
mujeres canarias, con un cabello negro como una chimenea, y unos ojos que no
caben en ese trasatlántico. ¡Adiós! ¡Buen viaje!
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[1] El 10 de
noviembre de 1839 se tomó en Barcelona el primer daguerrotipo de
la España peninsular, y ocho días después se realizó otro en Madrid,
extendiéndose en otros lugares en poco más de dos o tres años. Los primeros
daguerrotipos eran vistas exteriores de ciudades y monumentos, a causa del
largo tiempo de exposición que se requería, pero a comienzos de la década
siguiente se empezaron a tomar retratos de personas.
[2] Paolo Mantegazza (1831 - 1910)
fue un médico, neurólogo, fisiólogo y antropólogo italiano, notable por haber
aislado la cocaína de la coca, que utilizó en numerosos experimentos,
investigando sus efectos anestésicos en humanos. También es conocido como
escritor de ficción. Una de sus obras es: “Fisiología del amor”