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Este blog está dedicado a D. PABLO PARELLADA MOLAS, alias "MELITÓN GONZÁLEZ". Porque... “EN CUESTIONES DE CRITERIO HUELGA TODA DISCUSIÓN; SIEMPRE TIENE LA RAZÓN EL QUE ESTÁ EN EL MINISTERIO”.

VIII. HERMINIA COLLANTES [UNA CÓMICA POR LAS CIRCUNSTANCIAS. EN SEVILLA]

 

VIII. HERMINIA COLLANTES


 Hacía una semana que yo había llegado a Sevilla.

Salí del cuartel en dirección a mi casa.

En una callejuela vi un mócete sentado sobre un baúl mundo; cerca del mocete, una señora y una señorita ataviadas con lo más modesto e indispensable para tener derecho a ser clasificadas como señora y señorita. Llevaban en las manos algunos pequeños bártulos propios para viaje.

Como la calleja era de las más estrechas de Sevilla, las dos mujeres hubieron de moverse para dejarme paso; me fijé en la señora y reconocí en ella a doña Severa, esposa de uno de los clientes que mi padre tenía en la capital de mi pueblo, cuando yo estudiaba en el Instituto.

El gesto de ambas mujeres era mezcla de contrariedad y de tristeza que contrastaba con el buen humor del mocete, el cual, sentado sobre el baúl, canturreaba:

Tu mare.. .

dice que come pescao

y lo que come es potaje.

Volví sobre mis pasos y dije a la señora:

Usted perdone; si mal no recuerdo, usted es la esposa del señor de Collantes.

Servidora de usted.

Yo, para servir a ustedes, soy hijo del doctor Béjar, el médico que tenían ustedes.

¡Ah!, ¿usted es hijo del doctor Béjar?

Sí, señora. Las he visto aquí paradas; supongo que vienen ustedes de viaje; y si de algo puedo servirlas, estoy a su disposición.

Muchas gracias. El cielo le envía a usted.

Pues, ¿qué les pasa?

Que hemos estado en dos casas de huéspedes y no nos han querido admitir.

¿No tenían sitio para ustedes?

Sí , tenían; pero como somos cómicas, no nos admiten si no responde alguna persona por nosotras. Ahora pensábamos ir a casa del empresario para que saliese fiador. ¿Le parece a usted, qué situación, la nuestra?

Por lo visto, pertenecen ustedes a la Compañía de José Alberite, que debuta mañana con el Tenorio.[1]

Sí, señor; pero mi hija nada más.

Pues, nada; no se apuren ustedes: vénganse a la casa de huéspedes donde yo estoy, y responderé por ustedes si la patrona exige fiador.

No sabe usted cuánto se lo agradecemos.

Echamos a andar.

Herminia, la hija de aquella señora, era una jovencita cuya palidez, pronunciadas ojeras y mirada triste la hacían muy interesante.

Por el camino, la mamá fué contándome sus cuitas:

Ya ve usted, al morir mi esposo quedamos solas en el Mundo, y sin recursos. Gracias a que Herminia tiene alguna disposición para las tablas, y este verano, cuando pasó por allá la Compañía de José Alberite, a fuerza de recomendaciones, pudimos conseguir un puesto para mi hija.

¿Esta es la primera turné que hacen ustedes?

La primera, sí, señor; lo sensible es que no sea la última.

¿Tan mal les va a ustedes?

Malísimamente: ni Herminia ni yo podemos acostumbrarnos a esta vida de teatro, porque ya sabe usted que estamos acostumbradas a tratar con otra clase de personas; pero ¿qué le vamos a hacer? Paciencia; las circunstancias nos obligan.

Menos mal que van ustedes con un buen director, José Alberite, una eminencia; además, tengo entendido que es muy buena persona...

Regular nada más: tiene a su esposa, con dos hijos, medio abandonados en Madrid, hace muchos años, y él gastando y triunfando como un duque.

Yo tenía entendido que su esposa era La Bertóldez, la primera actriz de la Compañía.

Eso creen muchos, porque paran en la misma fonda y se visten en su mismo cuarto en el teatro; pero La Bertóldez no es la esposa de Alberite.

Herminia estaba violenta oyendo a su mamá.

Para atajar a la señora, pregunté a Herminia:

¿Ha tomado usted parte en muchas obras?

Sí, señor; he trabajado ya en Murcia y en Cartagena, pero en papeles de poca importancia; y aunque muchas personas entendidas me aseguran que tengo madera de primera actriz, ni ambiciono serlo, ni creo que podré acostumbrarme a esas miserias e intrigas de bastidores. La necesidad me obliga, pero yo no he nacido para esto.

La Humanidad es muy egoísta — continuó la mamá — , y el egoísmo del teatro es de un refinamiento tal que a ningún otro se parece: ya ve usted, La Berlóldez, gordota como está y hecha un vejestorio, pues tiene sus cuarenta cumplidos, no cede su papel de doña Inés a ninguna de las jóvenes de la Compañía; y usted la verá hacer una novicia que está para profesar, cuando para lo que está es para salir de su cuidado de un momento para otro.

En todas las compañías pasa algo de eso.

Como en ésta, en ninguna: ni La Bertóldez ni Alberite consienten que alguno de sus compañeros tenga un éxito, y desgraciado del que se gane un aplauso, porque me le ponen la proa o lo echan a la calle. En Murcia les llevaron una obra de un autor local, de un periodista que les daba bombos; hubo que estrenarla, naturalmente; en el reparto había dos papeles de dama, importantes y de lucimiento los dos; pues, amigo mío, obligaron al autor a que de los dos personajes hiciera uno solo para La Bertóldez; y claro está, como las dos damas figuraban ser dos rivales enamoradas del galán, al quedar reducidas a una sola, desapareció el argumento, la obra se convirtió en un ciempiés y fué al foso; pero La Bertóldez consiguió su objeto: que no se luciera también otra. Pues, en Cartagena, no quiera usted saber: se le metió en la cabeza debutar con un papel de niña tobillera, con las patazas que ella tiene; una visión; la medio zumbaron, pero ella todo lo da por bien empleado mientras otra no se luzca.

¿Van a estar ustedes mucho tiempo en Sevilla?

Toda la temporada de invierno.

¿De qué hace usted en el Tenorio, señorita?

Doblo: hago la Lucía y la Tornera.

Tendré el gusto de ir a aplaudirla.

Llegamos a la casa de huéspedes, donde presenté a las forasteras.

La patrona se encampanó un tanto al enterarse de que eran del teatro, pero, con mi fianza, fueron admitidas en un cuartito interior.

En la misma casa de huéspedes se alojaba el capitán Salaverri, compañero mío de promoción, y ayudante del Capitán general.

Al sentarnos a la mesa para almorzar, le dije a mi compañero:

Tenemos dos huéspedes nuevos: la actriz Herminia Collantes y su madre; verás qué chiquilla más hermosa. ¡Me dan una lástima! Ya ves tú: han estado en una posición muy desahogada, son personas muy finas y muy bien educadas, y ahora tienen que andar por los escenarios haciendo comedias.

Yo me hubiese alegrado de almorzar al lado de Herminia o, por lo menos, tenerla sentada delante de mí, en el comedor, y contemplarla; pero observé que el número de cubiertos era el mismo de los días anteriores. Pregunté a la patrona:

¿No almuerzan esa señorita y su mamá?

Sí, señor.

¿Cómo no ha puesto usted cubiertos para ellas?

Quieren comer solas en su cuarto.

¿Lo ves? — dije a Salaverri — ; les es violento comer en mesa redonda, con gente desconocida. Solamente con esto demuestran que son unas verdaderas señoras.

De acuerdo: el comer es un acto que sólo deberíamos realizar junios personas de la familia o de una gran intimidad; y día ha de llegar en que se considere indecoroso el comer en una misma mesa personas que se ven por primera vez o se tratan con cumplido.

La patrona aprovechó la ocasión de colocar un frutero en la mesa, para decirme al oído:

No pueden pagar lo que usted; por eso comen aparte las pobrecitas.

Aquella noticia me amargó el almuerzo.

Salaverri y yo hubiésemos sentido gran bienestar aliviando, a medida de nuestros escasos recursos, la situación de aquellas dos infelices; mas, ¿cómo hacerlo sin excitar su sonrojo?

Por la tarde, Salaverri y yo nos colamos en el teatro y, desde la obscuridad de una platea proscenio, presenciamos el ensayo.

La Bertóldez estaba sentada, a un lado del escenario; repantigada en un sillón; apoyados los pies en una pequeña alfombra; en la mano tenía un ejemplar arrollado, a manera de cetro.

Daba la sensación de una soberana en el trono.

Los actores y actrices, según iban llegando, se acercaban a saludarla y a interesarse por la salud de su directora; a rendirle vasallaje.

Los jovenzuelos de la Compañía ronroneaban alrededor de Herminia, la más joven y más hermosa de las actrices; a ella dedicaban ingeniosos donaires y chistes de los que ella no se reía, y la hacían blanco de atenciones y galanterías que escuchaba con marcada indiferencia.

Terminado el ensayo, un galancete con botines salió con Herminia y su madre, con intención de acompañarlas. Nos acercamos mi compañero y yo. Herminia despidió discretamente al de los botines, y yo la acompañé a casa mientras Salaverri me complacía formando pareja con la mamá.

Este acompañamiento se repitió al día siguiente, y en ambos Herminia continuó doliéndose de verse obligada a tratar con aquellas gentes, y más con José Alberite, por el cual sentía verdadera repugnancia.

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[1] El autor, Pablo Parellada, fue entre otras facetas un autor teatral de éxito. En estos capítulos VIII, IX y X de la segunda parte de esta novela, el autor describe circunstancias de los cómicos,  empresas y público de entonces, mediante la viuda Collantes y su hija Herminia, y la representación del Tenorio.


Leamos por capítulos esta novela, MEMORIAS DE UN SIETEMESINO, con notas y apostillas a pie de página

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