IV. LA REVOLUCIÓN
DE SEPTIEMBRE [DE 1868]
Si era o no conveniente, yo no estaba
en edad de medirlo, pero deseos tenía de que estallara la revolución para ver
un espectáculo nuevo. Lo mismo le sucedía a mi amigo Mollat el cojuelo[1]
de la panadería. Este me aseguraba que la gorda se armaría en breve, y se
documentaba con alguna proclama revolucionara de las repartidas al mozo de pala
y demás operarios de la tahona; proclamas redactadas en forma de letanía:
Ciudadanos:
El Gobierno nos roba.
Nos vende.
Nos traiciona.
Nos escupe.
Nos esclaviza.
No seáis esclavos.
Sed libres.
Todo es vuestro.
Nada es de los otros.
Arriba nosotros.
Abajo los demás.
Revolución es libertad.
Libertad es revolución.
¡A las armas!
Mas, ¡oh decepción! Amaneció un día en
que la criada nos dio noticia de haber sido derrocada la Monarquía[2].
La revolución[3]
estaba hecha sin que en la ciudad hubiese sonado un solo tiro, es decir, sin yo
ver cómo era una revolución tal como me la hicieron concebir.
Mollat vino a buscarme, lleno de alegría:
-Anda,
vístete vámonos a la calle. Ya verás, ya verás: hoy no tenemos clase. Nadie
trabaja. Todos andan por ahí dando vivas y mueras, y armados hasta los dientes.
A Carranza[4]
le cogió la noticia escondido en la tocinería de Braulio. Se ha puesto muy
majo, con polainas de cuero, escarapela en el sombrero, dos pistolones así de
grandes en el cinturón y una corbata colorada, color de fuego.
-Ca -terció mi padre-, no es color de fuego,
es color de apunten, nada más.
-Pero,
bien -dije yo-, si todo está arreglado, ¿para qué tantas armas?
-Por
un por si acaso: en un corro ha dicho Carranza que está esperando órdenes de
Madrid. Vete a saber las órdenes que podrán darle. Ah, ¿no sabes? Así que se
tuvo noticia de la revolución, fueron a matar al gobernador[5].
-¿Han matado al gobernador? -preguntó mi padre.
-No,
señor; se conoce que le avisaron a tiempo, y cuando asaltaron la casa para
matarlo, ya se había escapado.
-Pero esas gentes -continuó mi padre- ¿son imbéciles,
perversas o están locas? ¡Un gobernador al que sólo beneficios debe la
población! No tardarán en suspirar por otro don Julián Mela.
-También
fueron en busca de Blanes[6],
tampoco lo encontraron; creen que no ha salido de la población, y si lo cazan,
pobre del él: lo escabechan.
-Harán muy mal -continuó mi padre-; digo de Blanes
lo mismo de señor de Mela.
Oímos una música. Me vestí apresuradamente y a la calle. Mollat y yo nos
unimos a una multitud precedida de charanga[7]
tocando el himno de Riego[8].
De trecho en trecho contestábamos “Viva” sin saber qué, pues
estábamos a la cola y no oíamos la invitación que se nos hacía desde la cabeza,
y más de una vez contestamos “viva” cuando debimos contestar “muera”;
pero daba los mismo: la cuestión era expandirse.
Así recorrimos la ciudad, parándonos en alguna tasca que otra. En una de
esas paradas los músicos preguntaron al manifestante que parecía director de la
función y estaba empinando la bota:
-Y a nosotros, ¿quién nos paga nuestro
trabajo?
-Miá, qué pregunta: ¿quién os va a pagar?
Nadie; aquí se sopla por la Libertá.
Y continuó bebiendo.
-Sí, pero una cosa es soplar de la bota y
otra es soplar en el cornetín de pistón.
-Eso de que hoy no trabajemos más que los
músicos, no pué ser -protestó el del trombón.
-Decís eso porque sois unos malos patriotas.
-Bien; pues si somos malos patriotas, nos
vamos a casa y que sople el cierzo[9].
¡Qué hubieran dicho! ¿Marcharse a casa? De ningún modo.
-Si no tocáis os romperemos los instrumentos
en la cabeza.
No hubo más remedio: los músicos continuaron soplando a la fuerza en
nombre de la libertad individual.
Nos encontramos con el gran Carranza Se le obsequió con un “viva” a su
persona. Él contestó quitándose el sombrero grave, con la majestad de un
emperador romano. Se le invitó a que se uniera a la manifestación, y se negó
porque iba a conferenciar con la junta local revolucionaria para tomar
acuerdos; pero sospeché que era un pretexto para no mezclare con el populacho
del cual ya se consideraba jefe absoluto, pues, al despedirse, y en tono de
ordeno y mando, dijo:
-Esta tarde, a las dos, todo el mundo en la
plaza de toros.
Allá fuimos. Sobre la mesa del toril estaba la mesa presidencial.
Carranza actuó de presidente. Tomó la palabra. No sé si lo hizo bien o mal; las
condiciones acústicas del local impedían que se le oyera. Nada se consiguió con
gritarle “¡Que no se oye!” “¡Que grite más!” Como tan solo oíamos los “Yo…” “Yo…” con
que empezaba los párrafos del discurso, y en los yo gastaba toda la poca
energía de sus pulmones, nos largamos al teatro Euterpe, donde también se
discurseaba.
Oímos hablar a un orador que más tarde fue concejal. También comenzaba
los párrafos con “Yo…” “Yo…”
“Yo he pasado años perseguido y oculto como
los cristianos en la catetumbas de Roma para no verme al bordo
del precipio…”
“Yo he tenido que apurar el cáliz hasta las hélices
para romper el circo vicioso en que estábamos…”
“Yo he contribuido a rasgar la tela de Penálope
que tapaba los ojos al pueblo, al ojecto de que pudiera levantar sus
ideales como ha conseguido lo cual que, si se me permite la frase, ha sido
poner una piedra en Flandes…”
Fue muy aplaudido y elogiado el discurso.
No faltaron oradores que hablaron sesudamente, con elocuencia y
elevación de miras.
Un oyente pidió la palabra. Después de larga discusión entre el público
y la presidencia sobre si se le había o no de conceder, el peticionario subió a
la tribuna entre las protestas de muchos. Quiso empezar con “Pueblo soberano”; mas como la nerviosidad y
azoramiento propios del caso le convirtieron en un tartamudo accidental, se
enredó en “Pueblo so… so… so…”
Una voz. -¡Sopas!
Y se armó la marimorena de la que escapamos corriendo Mollat y yo, pues
no eran confites lo que allí se repartían.
No todo fue diversión en aquel día memorable.
Entrada la noche, cuando mi amigote y yo nos despedíamos, oímos tremendo
vocerío.
Por extremo de la calle vimos desembocar una avalancha de hombres,
mujeres y chicos ululando como cafres y con algunas antorchas cuyos
resplandores ponían tintes siniestros en los rostros de aquellos energúmenos.
La calle era estrecha y gateamos por una reja, para no ser arrollados
por aquella ola humana.
Quedamos horrorizados: arrastraban el inanimado cuerpo de Blanes.
De los primeros, venía la tía Pilatos[10]
ostentando el quepis[11]
del policía.
Manguara y su sobrino[12]
tiraban de la cuerda atada a los pies del cadáver.
Yo no los puede distinguir, pero adiviné entre aquella chusma a todos
los de la ralea del Manguara; a la cáfila[13]
de mecheras[14],
espigaderas[15],
tusonas[16] y
arañas[17]
congéneres de la tía Pilatos; a los dos que rasgaron el vestido de la señora y
la insultaron, por añadidura[18];
al gracioso mozalbete del escaparate de la joyería[19],
y a tantos otros castigados por sus bellaquerías en la vía pública, y otros
excesos.
También Blanes nos había detenido y multado a Mollat y a mí por alguna
travesura de chicos, pero comprendíamos que fue merecido y Blanes había
procedido en justicia.
Mollat y yo no pudimos contener un impulso de indignación y gritábamos:
-¡Cobardes! ¡Asesinos! ¡Canallas!
Afortunadamente, nuestras voces quedaron apagadas por las de aquella
gentuza; si no, mal lo hubiéramos pasado.
[1] MOLLAT. Personaje
que aparece en el Capítulo II A LA CIUDAD de esta novela: “mi inseparable
camarada y condiscípulo Lino Mollat, chico ligeramente cojo, listo como una
ardilla, travieso como mico, hijo de un rico tahonero habitante en las afueras
de la ciudad, y tan pigre o más que yo, el tal Mollat..”
[2] Acaudillaron
la Revolución los generales Serrano y Prim y el almirante Topete. Prim,
procedente de Londres, llegó a Gibraltar el 17 de septiembre de 1868. En la
mañana del día 18, la Armada, concentrada en la bahía de Cádiz, señaló con sus
cañonazos el gran pronunciamiento anunciado desde la fragata Zaragoza por Prim
y Topete. El general Serrano llegó a Cádiz el día 19 en la fragata
Buenaventura, con otros militares desterrados. En esa misma tarde, se hizo
público el manifiesto Viva España con Honra. Serrano desde Sevilla,
poniéndose al frente de un gran ejército, se dirigió hacia Madrid, derrotando a
las fuerzas gubernamentales mandadas por el general Novaliches, en el puente de
Alcolea, sobre el río Guadalquivir, próximo a Córdoba. Era el último acto del
reinado de Isabel II, que desde San Sebastián, donde se encontraba veraneando,
cruzó en tren la frontera con Francia el 30 de septiembre de 1868. Iba a
cumplir treinta y ocho años. La Revolución de 1868 —La Gloriosa— terminó con su
reinado.
[3] Sexenio
Revolucionario: 1868-1874 (Gobierno Provisional - Regencia del general Serrano
y gobierno de Prim - Reinado de Amadeo I, y Primera Republica). La revolución
conocida como La Gloriosa
comienza el 18 de septiembre de 1868 con el pronunciamiento de la Armada en
Cádiz, al mando del almirante Juan Bautista Topete y del ejército dirigido por
los generales Juan Prim y Francisco Serrano.
[4]
CARRANZA: personaje que aparece en el Capítulo II A LA CIUDAD de esta novela. ‘Ponía
gran vehemencia en sus palabras y extremada fe en el próximo lanzamiento del
grito y triunfo de la revolución consiguiente, y terminaba sus párrafos: “¡Ay
del día en que el pueblo sepa lo que vale!.’”
[5] MELA. Personaje
que aparece en el capítulo III. PRELUDIOS [A LA REVOLUCIÓN DE SEPTIEMBRE DE
1868] de esta novela. “Otro personaje memorable: don Julián Mela,
alcalde-corregidor, como entonces se llamaba el que reunía las atribuciones de
gobernador civil y de alcalde. Fue un gobernante y un administrador modelo,
pues dedicó todos sus afanes al engrandecimiento de la ciudad. Inició
ensanches, abrió necesarias calles a través del antiguo laberinto de estrechas
y tortuosas callejuelas. Realizó espléndida Exposición . Durante su
permanencia, la ciudad trabajaba, vivía; había salido de su marasmo.”
[6] BLANES. Personaje
que aparece en el capítulo III. PRELUDIOS [A LA REVOLUCIÓN DE SEPTIEMBRE DE
1868] de esta novela. “Blanes fue un jefe de policía activo, honrado y muy
cumplidor de su deber. Se multiplicaba como si poseyera el don de la ubicuidad;
parecía que la población disponía de diez o doce Blanes.”
[7] CHARANGA: Banda
pequeña de música, frec. de carácter popular o jocoso, formada por instrumentos
de viento y percusión.
[8] Himno de Riego es la
denominación que recibe el himno que cantaba la columna comandada por el
teniente coronel Rafael del Riego durante el pronunciamiento que lleva su
nombre y empezó el 1 de enero de 1820 en Las Cabezas de San Juan.
[9] CIERZO: m. Viento septentrional más o
menos inclinado a levante o a poniente, según la situación geográfica de la
región en que sopla.
[10] La TÍA
PILATOS: Personaje que aparece en el capítulo III. PRELUDIOS [A LA REVOLUCIÓN
DE SEPTIEMBRE DE 1868] de esta novela. “Si aquí hubiera vergüenza a ese
recondenao de Blanes ya le hubiéramos ajustao las cuentas.”
[11] QUEPIS: m. Gorra cilíndrica o
ligeramente cónica, con visera horizontal, que como prenda de uniforme usan los
militares en algunos países.
[12]
MANGUARA, y su sobrino: Personajes que aparece en el capítulo III. PRELUDIOS [A
LA REVOLUCIÓN DE SEPTIEMBRE DE 1868] de esta novela, ambos vividores del
trabajo ajeno. “-Siquiá sea esta misma noche par coger a ese ladrón de
Blanes y degollarlo. -Y arrastrarlo.”
[13] CÁFILA: f. coloq. Conjunto o
multitud de gentes, animales o cosas, especialmente las que están en movimiento
y van unas tras otras. Sin.: multitud, muchedumbre, conjunto, montón, tropel,
banda, grupo, pandilla, cuadrilla, bandada, tracalada.
[15] ESPIGADERA: m. y f. Persona que
recoge las espigas que quedan o han caído en la siega. Sin.: espigadera,
recolectora.
[17] ARAÑA:
1 Persona muy aprovechada y vividora. 2 f. prostituta.
[18]
Individuos de no menos de 25 años que parecen en el capítulo III. PRELUDIOS [A
LA REVOLUCIÓN DE SEPTIEMBRE DE 1868] de esta novela. “-¿Por qué tienen que
llevarlos presos? ¿Qué daño han cometido? Total, pisarle la cola del vestido a
una señora.”
[19] Un
chicuelo que parece en el capítulo III. PRELUDIOS [A LA REVOLUCIÓN DE
SEPTIEMBRE DE 1868] de esta novela. “levantó ligeramente una pierna y dedicó
a los de la luna de miel la acción peor sonante y más sucia que persona puede
soltar en público, y escapó a correr, con gran regocijo suyo y de sus
compinches ”