VI. LA BATALLA DEL PETARDO [1872]

 

VI. LA BATALLA DEL PETARDO

 

 

Han pasado cinco años desde que salí de mi pueblo[1]. Estamos en época de la República[2].

Eulalia y sus padres habían venido a vivir a la ciudad. Me era muy grato pasar largas horas al lado de mi amiguita de la niñez, estudiando o figurando que estudiaba mientras ella hacía alguna labor casera, me bordaba un pañuelo o me confeccionaba una corbata de las de nudo hecho, aprovechando un retal rutilante. Muchas veces estuve a punto de desbordarme en franca relación amorosa, y siempre me contuvieron dos consideraciones: el aspecto y maneras pueblerinas de Eulalia y -esto principalmente- una gran cortedad que entonces yo tenía ante la mujer. Además, frente a la tahona de Mollat, en las afueras, vivía una francesita que me tenía trastornado. El padre de Mari -así se llamaba la francesita- era horticultor y amigo del mío.

Ella me guardaba las primeras flores del jardín y me obsequiaba con las primicias de los árboles frutales de la huerta. Yo no sabía a cuál quería más, si a Eulalia o a Mari[3], y de que las quería entrañablemente y ellas me correspondían, estábamos seguros, aun callándolo.

El anuncio del próximo desarme de los voluntarios de la Libertad[4] hacía temer días de luto, y ello nos tenía muy intrigados al cojuelo y a mí, pues sin él ni yo habíamos presenciado una revolución en debida forma.

Por fin se cumplió nuestro deseo. Una mañana aparecieron barricadas en las calles. No era prudente salir de casa, pero yo me escapé a la tahona de Mollat. En el camino me encontré con el mozo de pala y al otro panadero carlista armados de fusil.

-¿A dónde vais?

-A las barricadas.

-Pero vosotros, ¿no sois carlistas?

-Sí que lo somos; mi abuelo fue carlista, mi padre también, y yo, hasta morir.

-Entonces, ¿por qué vais a batiros a favor de la República?

-¿Qué más da?

Y se fueron a las barricadas.

Transcurrió la mañana sin novedad. Por la tarde pasé a visitar a la francesita. De cuatro a cinco de la tarde oímos los primeros disparos de cañón, después el fuego de la fusilería. Yo volví a casa de Mollat[5]. Éste y yo saltábamos de gozo. Ahora sí que íbamos a ver una revolución verdad. Fuerzas de infantería vinieron a colocarse en la puerta Sur de la ciudad para evitar que de los pueblos llegasen los muchos que se habían ofrecido venir en defensa de los milicianos. Todavía no han venido.

Nuestra decepción fue grande: la revolución se había armado, pero no la veíamos; la oíamos nada más. En aquel paseo de las afueras de la ciudad todo era paz y tranquilidad.

Llegada la noche, me quedé a dormir en el cuarto del cojuelo.

-¿Sabes cómo podríamos ver la revolución? -me dijo por lo bajo.

-¿Cómo?

-Saliendo a la carretera, ahora que es de noche oscura, y tirando un tiro al aire. Verías entonces qué manera de arrear a la tropa que está en la puerta Sur. ¿Vamos a hacerlo?

-¿Tenéis escopeta?

-Sí; pero mi padre la enterró ayer, por si acaso.

-Entonces, a dormir.

Y apagamos la luz.

Ni él ni yo pudimos conciliar el sueño escuchando los tiros lejanos que sonaban allá, en los barrios bajos.

-Oye -me dijo Mollat a más de media noche-, ahora me acuerdo que cuando deshollinábamos las chimeneas de los hornos, por Pascua de Resurrección, quedó pólvora[6]. Podríamos hacer un petardo; saltar por la ventana; ponerlo en medio de la carretera, darle fuego; a la cama otra vez, y adivina quién le dio.

Dicho y hecho: nos medio vestimos. Con gran sigilo recorrimos a tientas el obrador hasta llegar a un armario, de donde sacamos como una almorzada[7] de pólvora, que envolvimos en un papel, luego en otro y otro, atamos el envoltorio con bramante bien apretado, el cojuelo buscó unas alpargatas de los operarios, y, de un trozo de trencilla que de ellas arrancó, dispuso la mecha impregnada en pólvora y saliva, quedando el conjunto como de mano de un artificiero. Encendió mi camarada un pitillo, abrió una ventana y por ella se deslizó al exterior. Tardó en volver unos minutos que se me hicieron una eternidad. Volvió, entró y cerramos.

-¿Cómo has tardado tanto?

-Porque he ido a colocar el mandao más arriba, frente a la tienda de Fulano. Así, si ocurre algo le echarán la culpa a él.

El zambombazo no se hizo esperar. Inmediatamente fue contestado por las tropas que estaban a unos cuatrocientos metros, en la puerta de la ciudad. El fuego no cesó en toda la noche.

Nosotros, con la boca en la almohada para que la familia de Mollat no oyera nuestras carcajadas.

Al amanecer, la tropa reconoció la tahona y demás casas de la carretera, con grandes precauciones, y al mando un alférez joven, rubio, esbelto como un mimbre, que empuñaba un revólver, apoyada la culata en el pecho y dispuesto a pegarle un tiro a su propia sombra. Nada encontraron. El padre de Mollat les aseguró que él respondía de la tranquilidad del barrio. Llegó un capitán con gente de refuerzo. Después un comandante preguntó al alférez:

-¿Qué se ha encontrado?

-Nada, mi comandante; las fuerzas enemigas que anoche nos atacaron, han huido.

-¿Cuántos calculan ustedes que eran?

-Unos… doscientos.

-Bastantes más -añadió el capitán-; no bajarían de quinientos.

-¿Han tenido ustedes alguna baja?

-Sí, señor; un contuso.

-¿De bala?

-No, señor; con la oscuridad… tropezó con un árbol.

-Formulen ustedes una relación de los que más se hayan distinguido.

Pasado un tiempo, vimos al alferecito rubio con las insignias de teniente.

-A ese le hemos ascendido nosotros -me dijo Mollat.

Terminó la jornada con bajas en uno y otro bando, pues no fue broma todo, y los militares hicieron mucho más de lo que podían, dados los escasos elementos de los que disponían..

El mozo de pala y otro fueron los últimos en retirarse de la lucha.

Carranza, que era teniente coronel de milicianos, ¿qué hizo?

Ya lo refirió él mismo en la tahona de Mollat, donde fue a esconderse huyendo de la persecución.

-Sé que algunos me critican porque no estuve en las barricadas, y no tienen razón.

-Dicen que estuvo usted en la fábrica de galletas, a cuatro kilómetros de aquí.

-Sí, señor; allí estuve, a la retentiva[8], esperando que se incorporase los de los pueblos, y desde la fábrica, proteger la retirada de los nuestros si eran empujados hacia fuera de la ciudad.

Pasados algunos años supe que Carranza, perseguido siempre, fue a esconder a un pueblo cercano, coincidiendo con la época de la fruta; se pegó un atracón de higos[9] y cometió la imprudencia de tomar aguardiente encima de ellos. Esto le produjo un cólico cerrado que las llaves de la Ciencia no pudieron abrirlo, y murió. Como fue un mártir de sus ideas, se trasladaron los restos mortales de Carranza a la ciudad, y no se colocaron en el panteón de hombres ilustres por no haberlo; pero por suscripción popular se le erigió un pequeño mausoleo con este epitafio, en el cual alguien creyó ver una alusión al cólico cerrado[10]:

Carranza el ojo cerró;

con pistola, sable y lanza

la libertad defendió;

por la Libertad murió.

Imitemos a Carranza.



[1] Según el capítulo II. A LA CIUDAD de esta novela: ‘En 1867 mi padre obtuvo una plaza de médico en la capital, y a ésta nos trasladamos en diligencia’.

[2] Cuando se publicó esta novela, MEMORIAS DE UN SIETEMESINO los españoles sólo conocían de la REPÚBLICA: el régimen político vigente en España desde su proclamación por las Cortes, el 11 de febrero de 1873, hasta el 29 de diciembre de 1874, cuando el pronunciamiento del general Martínez Campos que dio lugar a la restauración de la monarquía borbónica.

[3] MARI, LA FRANCESITA. Hija de un horticultor amigo del padre de Claudio Béjar y un año mayor que éste, vivía en las afueras de la ciudad frente a la tahona del padre del cojuelo Luis ‘Lino’ Mollat. Un Claudio adolescente la quería al tiempo que a Eulalia, sin decidirse por ninguna, en cuando la República, en el capítulo VI. LA BATALLA DEL PETARDO; y así se lo dijo a ambas cuando huérfano se marchó a Toledo acogido por su tío el canónigo Exuperio Béjar, y posteriormente  por carta cuando egresó como Alférez de la Academia de Infantería. Al poco casó Mari con el Coronel del regimiento de Sobreña, primer destino de Claudio, y causa de un triste malentendido que motivó el destino de Claudio a Pandolfa.

[4] Desde la Guerra de la Independencia, las etapas revolucionarias del siglo XIX en España daban lugar a la formación de milicias ciudadanas. El alzamiento de septiembre de 1868 se produjo con la colaboración de ciudadanos armados, bajo el control de las Juntas Revolucionarias, que los organizaron bajo el nombre de VOLUNTARIOS DE LA LIBERTAD. La exclusión de los demócratas del Gobierno, la imposición de nuevos ayuntamientos sin mediar elecciones y sobre todo los decretos encaminados a la reorganización de los voluntarios, llevaron a enfrentamientos armados , que tuvo como consecuencia el desarme de las milicias ciudadanas.

[5] Recordemos que el padre del cojuelo Mollat era tahonero, y tenía su casa en las afueras de la ciudad. Y que por aquél entonces las poblaciones aún conservaban sus antiguas murallas y puertas.

[6] La novela MEMORIAS DE UN SIETEMESINO sucede en la segunda mitad del siglo XIX; con la tecnología y combustibles de entonces. En nuestro siglo XXI ya hay cartuchos deshollinadores exentos totalmente de pólvora y elaborados especialmente para desintegrar el hollín, resinas y alquitrán incrustado a la chimenea y cámara de combustión, mejorando así el rendimiento y prolongando la vida de la instalación.

[7] ALMORZADA: AMBUESTA, Del celta *ambŏsta, compuesto de *ambi- 'ambos' y *bosta 'hueco de la mano'; cf. irl. medio boss, bass, gaélico bas y bretón boz: f. p. us. Porción de cosa suelta que cabe en ambas manos juntas y puestas en forma cóncava.

[8] RETÉN: m. Mil. Tropa que en más o menos número se pone sobre las armas, cuando las circunstancias lo requieren, para reforzar, especialmente de noche, uno o más puestos militares.

[9] Al ser un fruto laxante por naturaleza, el consumo excesivo de HIGOS puede causar indigestión. A su vez, no se recomienda comer higos en grandes cantidades si sueles sufrir de acidez gástrica, diarrea, o en casos de personas con diabetes y sobrepeso. un consumo exagerado de higos puede producir diarrea debido a su alto contenido en fibra. Además, si se comen sin estar lo suficientemente maduros, pueden ocasionar fuertes dolores estomacales y diarrea. Por ello, debes consumirlos en su punto ideal de maduración y en temporada.

[10] CÓLICO CERRADO: m. Med. cólico en que el estreñimiento es pertinaz y aumenta la gravedad de la dolencia. [Aclaración: está cerrado “el ojo del culo”; casualmente (ó no), el protagonista de una obra de don Francisco de Quevedo: ‘Gracias y desgracias del ojo del culo, dirigidas a Doña Juana Mucha, Montón de Carne, Mujer gorda por arrobas / escribiolos Juan Lamas, el del camisón cagado’]