X. CADETE. ALFÉREZ [EN LA ACADEMIA DE INFANTERÍA DE TOLEDO. 1872 - 1873]

 

 X. CADETE. ALFÉREZ




Me vestí de cadete. Tuve que aguantar la novatada.

-Novato: para dentro de una semana téngame copiados estos apuntes.

Esta novatada se consideraba de buena ley, aunque al antiguo le ahorrase trabajo o las pesetas que le habría cobrado un copista.

-Novato: escriba y remita una carta de declaración a Fulanita de Tal, y me presentará usted la contestación.

Con esta novatada puse en ridículo a una señorita de la localidad. También se consideraba de las de buena ley la falta de respeto a una señorita.

-Novato: ¡qué cara de bestia tiene usted!

No ser de muy buen gusto para ser dirigida a una persona a quién se habla por primera vez.

-Novato: se va usted a beber ahora mismo estos cuatro vasos de agua.

Si algún novato se rebelaba contra estas novatadas de buena ley y a ellas oponía resistencia, buscábase un antiguo de talla y fuerzas superiores, un luchador de ventaja, para que vapuleara al rebelde; y, de no haberle con seguridades de victoria, reuníanse con el mismo fin una masa de maniobra compuesta de unos cuantos antiguos para sopapear al novato. También esto era de buena ley.

Algunos padres de familia llevaron quejas al director y de nada sirvieron. Muchos profesores opinaban que la novatada era práctica conveniente para estrechar lazos de amistad y compañerismo.

-Sopórtalo con resignación y paciencia- me aconsejó mi tío-, pues son compañeros y con ellos habrás de convivir; pero te aconsejo, querido Claudio, que cuando seas antiguo no uses de igual derecho: no des novatadas. No puedo admitir que la amistad y el compañerismo se fomenten con la grosería, el insulto y la falta de urbanidad, son con todo lo contrario. La opinión sustentada por algunos profesores acerca de la novatada, es inadmisible por lo falsa, pero es cómoda, muy cómoda, pues, tumbándose en ella, no han de molestarse en perseguir y castigar costumbre tan lamentable. Pon, pues, gran atención a lo que te digo y graba estas palabras en tu memoria: el diccionario de la Lengua define de este modo la palabra novatada: “Vejamen y molestias que los alumnos de ciertos colegios y academias causan a sus compañeros de nuevo ingreso”. Esta definición es deficiente; la verdadera es esta otra: “Vejamen y molestias que los reclusos en las penitenciarías causan a los delincuentes de nuevo ingreso”; pues has de saber que esta costumbre innoble y ruin es originaria de las cárceles y de los presidiarios, y, por lo tanto, no ha de mirarse desde el punto de vista material, sino a través del prisma moral. Hazlo así: medita si es decoroso que, quienes como tú, ostentan un apellido honrado y visten ese uniforme, practiquen una costumbre inventada y seguida por los seres más degradados de la sociedad.



Poco duraron mis estudios. Habíase encendido la guerra civil carlista[1]. Faltaban oficiales y se dispuso que ascendiéramos a alféreces los que tan solo llevábamos siete meses en la Academia. Por eso nos llamaron la promoción de los sietemesinos. He aquí por qué me adjetivo sietemesino en el título de este libro.

En aquellos siete meses no sufrí un arresto ni una reprensión. Perdonen mi inmodestia, pero creo que fui un alumno ejemplar por mi aplicación[2], formalidad y respeto a mis superiores. Mis pasadas travesuras habían sido propias de una edad irreflexiva, y como si con ellas hubiera arrojado los demonios del cuerpo, quedé un hombrecito serio amante de mi carrera y dispuesto a dar mi vida por la Patria.

Un tanto temeroso estaba yo de la escasez de estudios impuesta por las circunstancias, pero mi tío me animó:

-En la biblioteca de la Catedral tenemos las Ordenanzas Militares de Pedro Gallo, y en ellas dice textualmente: “El oficial de Ingenieros y Artillería deberá conocer las cuatro reglas de sumar, restar, multiplicar y dividir, y no le vendrá mal saber algo de raíz cuadrada.” Tú sabes bastante más, y menos matemáticas supieron Epaminondas, el César, y el gran Alejandro; conque, no te apures; con tu buen deseo y amor al estudio, que no debes dejar, y con el ejemplo de los superiores, podrás llenar cumplidamente tus obligaciones y demostrar que un sietemesino puede comportarse como el mejor de los oficiales.

Recibí carta de Eulalia:

Apreciable Claudio: He sabido que has ascendido a oficial, lo cual me ha alegrado mucho y recibe mi enhorabuena y de mis padres que también se alegran mucho. Mucho me alegraría que te mandasen a esta guarnición y nos volveríamos a ver, a ver si te mandan y sentiría mucho que te mandasen a la guerra. Si te mandan a la guerra no dejes de ponerte el escapulario que te di, y no te mandan también. Expresiones de mis padres y a tu señor tío, y de ésta tu buena amiga de la infancia que los es, -Eulalia.

Eulalia, mi primera visión de amor, pero una chica de pueblo… y yo, un oficial.

También me escribió la francesita, mas no fue para darme la enhorabuena:

Estimado amigo Claudio: acabo de ser solicitada para casarme[3]. He pedido una semana para pensar mi respuesta definitiva. Antes de darla, te ruego que con toda franqueza me digas tu opinión acerca de lo que debo contestar. Hará lo que tú me digas. De tu caballerosidad espero que guardes el secreto de esta carta. Tu afma. amiga que tanto te quiere,-Mari.

El resumen de mi contestación debía ser: “Cásate y sé feliz”, mas esto era un desaire y había de hacerse en forma lo menos molesta posible, con habilidad, con política; yo estaba poco ducho en malabarismos retóricos: confié el asunto a mi tío, y como él estaba acostumbrado a secretos de confesión, no tuve inconveniente en contarle mis continuas visitas a Mari, mis paseos con ella por el jardín, y el gran cariño que nos profesábamos.

Don Exuperio me dictó lo que yo quería decir y no sabía expresar, dorando hábilmente la píldora.

-Sírvate de lección- me dijo-. No te acerques mucho a una mujer hermosa si no te quieres quedar enredado y prendido entre sus trenzas que cuelgan a manera de rizos El medio más seguro de no ser herido por el amor, es huir de él.

Guardé con gran cuidado la cartita[4] de Mari. Era un recuerdo que halagaba mi amor propio: de mi voluntad dependió el que se casara o no con el otro.

Mi tío contaba con valiosas influencias: en Toledo había hecho amistad con jefes que ascendieron a generales y con otros muchos personajes cuando vinieron a visitar la Imperial ciudad, pues casi todos trajeron recomendación para que el ilustrado bibliotecario de la Catedral le sirviera de Cicerone. Quiso aprovechar estas influencias para procurarme un buen destino, y no fiándose de cartas, tomamos el tren y nos trasladamos a Madrid.


A nuestro departamento[5] subió el ex coronel Deza[6], a quién ya conocen ustedes. Venía malhumorado. No le faltaba razón, según nos explicó:

-Por no estar ocioso, por ocuparme en algo útil, vine a Toledo a poner, como puse, una fábrica de fósforos en la que daba de comer a cuarenta y tres operarios, entre hombres y mujeres. ¡Cuarenta y tres enemigos! Cuarenta y tres ratones que se me llevaban hasta el algodón de las cerillas y el cartón de hacer las cajas. He cerrado la fábrica. Una y no más.

-¿Y no le alcanza a usted la nueva ley de retiros para coroneles?

-No, señor.

-Es una lástima, pues tengo entendido que se retiran con un sueldo opíparo, casi doble que el de usted.

-Así es; pero esa ley es un traje hecho a la medida y sólo les encaja a los coroneles que se hayan retirado en el mes de marzo de este año [1873]; a los que nos hemos retirado antes y a los que se retiren después, ni agua.



-Extraño, me parece.

-No debe extrañarle. Recuerde lo que le conté de Cachimbo y Tirabeque en el otro viaje que hicimos juntos. Esa ley se debe a la conveniencia particular del coronel Tirabeque[7] que iba a retirarse precisamente en marzo de este año.

-¿Tanto puede Tirabeque?

-Ya lo creo; como que ha sido del [Regimiento] Fijo de Madrid toda su vida: mejor dicho, del [Regimiento] Fijo de Constantinopla, porque esto es Turquía[8] pura.

-¿Y qué justificación dan a tamaño desafuero?

-Cuantas usted quiera le darán; justificaciones basadas en argucias y sutilezas sin consistencia y parecidas a ésta: “Si la ley sólo beneficia a los coroneles retirados en Marzo de 1873, es porque teniendo en consideración que el mes de Marzo está dedicado a Marte, dios de la guerra, y observando que 1873 dividido por los cinco mandamientos de la Iglesia, da de resto 3, que son las personas de la Santísima Trinidad, se ha hecho esta singular excepción con el mes de Marzo de este año para patentizar la íntima unión que existe entre el Ejército nacional y la Santa Madre Iglesia, procurando de este modo restar partidarios a la causa carlista[9]. Aquí todo se explica; todo baile tiene su música; todo intríngulis su pastora; cada conveniencia particular, su tranquilo para defenderla, y es perder el tiempo revolverse en contra. ¿Sabe usted quién fue Fray Pedro de Valls[10]?

-Ya lo creo: un escritor de la Orden de los Capuchinos, que floreció a principios del siglo pasado, y escribió una sátira titulada “Mandúcome frumen[11].

-Pues recuerde aquella redondilla de esa sátira:[12]

En cuestiones de criterio

huelga toda discusión;

siempre tiene la razón

el que está en el Ministerio

Y como Tirabeque estaba en el Ministerio, él se lo guisó y él se lo comió.

-¿Y cómo pudo Tirabeque pasarse toda la vida en Madrid?

-Creándole, para él solo, un destino especial e innecesario.

-Carape, carape[13]; no acierto a comprender eso del destino innecesario.

-Es muy fácil.



[1] Antiguamente fue conocida por la historiografía española como «segunda guerra civil». La tercera guerra carlista fue una guerra civil que tuvo lugar en España de 21/abr/1872 a 28/feb/1876, entre los partidarios de Carlos, duque de Madrid, pretendiente carlista al trono, y los gobiernos de Amadeo I, de la I República y de Alfonso XII.

[2] Sobre la aplicación al estudio de los cadetes, sirva de ejemplo la crónica ‘LA QUÍMICA EN VERSO’, por Melitón González, publicado en la revista BLANCO Y NEGRO, Madrid, 01-05-1897, página 17. Eran años de campañas en Ultramar y en el Rif.

[3] El pretendiente de Mari era el coronel don Sebastián Botifueros, íntimo amigo de don Exuperio, y jefe del Regimiento de Sobreda; éste fue el primer destino como oficial de Claudio Béjar. Allí se produjo un bochornoso equívoco a casusa de esa carta, narrado en el capítulo XII. EN EL REGIMIENTO DE SOBREDA.

[4] Esta carta de Mari ‘la Francesita’ motivó un desagradable malentendido cuando el alférez Claudio Béjar en su primer destino, el Regimiento de Sobreña.

[5] El primer ferrocarril español se construyó en 1837 en la entonces provincia española de Cuba, la línea La Habana-Güines. Unos años más tarde, en la península ibérica, se construyó la línea de Barcelona a Mataró en 1848. A partir de esa fecha se producirá una rápida expansión con la construcción de numerosas líneas de ferrocarril de ancho ibérico a cargo de las que se convertirán en las principales empresas ferroviarias de la época: la Compañía de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (1856), la Compañía de los Caminos de Hierro del Norte de España (1858) o la Compañía de los Ferrocarriles Andaluces (1877).

[6] Dionisio DEZA Roldán, coronel de Caballería, retirado. Claudio Béjar, siendo adolescente ya huérfano, lo conoció en el FFCC de Madrid a Toledo, escuchando las  historias del Cadete Tirabeque y el loro Cachimbo. Años después, recién egresado el alférez Béjar de la Academia de Infantería, volvieron a coincidir en el FFCC de Toledo a Madrid, donde el coronel (R.) Deza narró la historia del destino especial e innecesario del oficial Tirabeque, con la redondilla:

 “En cuestiones de criterio huelga toda discusión; siempre tiene la razón el que está en el Ministerio” .

[7] TIRABEQUE no es un apellido real. Un TIRABEQUE es un tirachinas. Al oficial Tirabeque le precedió con tal nombre un personaje ficticio, un lego del popular Fray Gerundio; y en los años del Sexenio Revolucionario y la I República, época en la que suceden estas páginas, fue un periódico semanal SATÍRICO-POLÍTICO-BURLESCO, Y ALGO MÁS. El Coronel TIRABEQUE de esta novela se retiró en 1873, y aparece para nuestro divertimento en los capítulos VIII. DOS REYES DE ESPAÑA NO MENCIONADOS POR LA HISTORIA, X. CADETE. ALFÉREZ, y sobre todo en XI. CÓMO SE INVENTÓ UN DESTINO (ESPECIAL E INNECESARIO) de esta novela.

[8] Abdülaziz I era el sultán del Imperio Otomano en el periodo comprendido entre 1861 y 1876, cuando pasa a retiro el Coronel Tirabeque.

[9] La tercera guerra carlista fue una guerra civil que tuvo lugar en España de 1872 a 1876, entre los partidarios de Carlos, duque de Madrid, pretendiente carlista al trono, y los gobiernos de Amadeo I, de la I República y de Alfonso XII.

[10] Posiblemente un personaje ficticio. El autor de esta novela, don Pablo Parellada, nació en Valls (Tarragona).

[11]Mandúcome frumen”: Juego de palabras que hace Pablo Parellada con Manduca y Manduco me flumen, “latinajo” que no tiene traducción y que querría significar “¡cómo me río!

Y va de cuento: hemos leído que éranse cuatro estudiantes de una Universidad de España que, encontrándose sin un céntimo, dispusieron que uno de ellos “se enfermara”, para que sus familiares le mandaran dinero.

Pero los familiares pensaron que sería mejor venir, y cuando estaban de visita, los tres compañeros del enfermo comenzaron a presumir de mucho latín; “De hac si non est pallium”, dijo el primero, es decir, “De esta si no es capa”, queriendo decir “De esta sí no escapa”.

Non redibit in epistolam alienam”, sentenció el segundo, “No volverá a carta ajena”, en lugar de “no volverá a Cartagena”, su tierra natal.

El tercero, dándose cuenta de que sus compañeros estaban desbarrando de lo lindo, lanzó esta exclamación: “Manduco me flumen illorum!” “Cómome río de ellos” en lugar de “Cómo me río de ellos”.

Desde entonces, cada vez que algún pretencioso está disparatando horriblemente, en la creencia de que está quedando muy bien, se acostumbra decir Manduco me flumen”, que como hemos dicho, no tiene traducción y que se forma con estas tres palabras: “Manduco”, “como” del verbo comer; “me” acusativo del pronombre “ego”, es decir, a mi; “flumen”, el río.

[12] Advertimos de la coincidencia buscada por  PABLO PARELLADA,  autor de esta novela publicada en 1919, MEMORIAS DE UN SIETEMESINO: En su popular monólogo en verso LAS CHIMENEAS, publicado en 1917 y conocido como LA RAZÓN OFICIAL, se cuentan las vicisitudes de los coroneles SAVIRÓN (Ingeniero Comandante de la plaza de Gijón) y PALAREAS (en Valencia); quienes, al igual que con el coronel TIRABEQUE en esta novela, nos recuerdan que “En cuestiones de criterio huelga toda discusión; siempre tiene la razón el que está en el Ministerio.”

[13] CARAPE: interj. eufem. coloq. caramba. Sin.: caramba, córcholis, recórcholis, caracho.