X. CADETE. ALFÉREZ
Me vestí de cadete. Tuve que aguantar
la novatada.
-Novato:
para dentro de una semana téngame copiados estos apuntes.
Esta novatada se consideraba de buena
ley, aunque al antiguo le ahorrase trabajo o las pesetas que le habría cobrado
un copista.
-Novato:
escriba y remita una carta de declaración a Fulanita de Tal, y me presentará
usted la contestación.
Con esta novatada puse en ridículo a
una señorita de la localidad. También se consideraba de las de buena ley la
falta de respeto a una señorita.
-Novato:
¡qué cara de bestia tiene usted!
No ser de muy buen gusto para ser
dirigida a una persona a quién se habla por primera vez.
-Novato:
se va usted a beber ahora mismo estos cuatro vasos de agua.
Si algún novato se rebelaba contra
estas novatadas de buena ley y a ellas oponía resistencia, buscábase un
antiguo de talla y fuerzas superiores, un luchador de ventaja, para que
vapuleara al rebelde; y, de no haberle con seguridades de victoria, reuníanse
con el mismo fin una masa de maniobra compuesta de unos cuantos antiguos para
sopapear al novato. También esto era de buena ley.
Algunos padres de familia llevaron
quejas al director y de nada sirvieron. Muchos profesores opinaban que la
novatada era práctica conveniente para estrechar lazos de amistad y
compañerismo.
-Sopórtalo
con resignación y paciencia- me aconsejó mi tío-, pues son compañeros y con ellos habrás de convivir; pero
te aconsejo, querido Claudio, que cuando seas antiguo no uses de igual derecho:
no des novatadas. No puedo admitir que la amistad y el compañerismo se fomenten
con la grosería, el insulto y la falta de urbanidad, son con todo lo contrario.
La opinión sustentada por algunos profesores acerca de la novatada, es
inadmisible por lo falsa, pero es cómoda, muy cómoda, pues, tumbándose en ella,
no han de molestarse en perseguir y castigar costumbre tan lamentable. Pon,
pues, gran atención a lo que te digo y graba estas palabras en tu memoria: el
diccionario de la Lengua define de este modo la palabra novatada: “Vejamen
y molestias que los alumnos de ciertos colegios y academias causan a sus
compañeros de nuevo ingreso”. Esta definición es
deficiente; la verdadera es esta otra: “Vejamen y molestias que los
reclusos en las penitenciarías causan a los delincuentes de nuevo ingreso”; pues has de saber que esta costumbre innoble y ruin es
originaria de las cárceles y de los presidiarios, y, por lo tanto, no ha de
mirarse desde el punto de vista material, sino a través del prisma moral. Hazlo
así: medita si es decoroso que, quienes como tú, ostentan un apellido honrado y
visten ese uniforme, practiquen una costumbre inventada y seguida por los seres
más degradados de la sociedad.
Poco duraron mis estudios. Habíase
encendido la guerra civil carlista[1].
Faltaban oficiales y se dispuso que ascendiéramos a alféreces los que tan solo
llevábamos siete meses en la Academia. Por eso nos llamaron la promoción de
los sietemesinos. He aquí por qué me adjetivo sietemesino en el título de este libro.
En aquellos siete meses no sufrí un
arresto ni una reprensión. Perdonen mi inmodestia, pero creo que fui un alumno
ejemplar por mi aplicación[2],
formalidad y respeto a mis superiores. Mis pasadas travesuras habían sido
propias de una edad irreflexiva, y como si con ellas hubiera arrojado los
demonios del cuerpo, quedé un hombrecito serio amante de mi carrera y dispuesto
a dar mi vida por la Patria.
Un tanto temeroso estaba yo de la
escasez de estudios impuesta por las circunstancias, pero mi tío me animó:
-En la
biblioteca de la Catedral tenemos las Ordenanzas Militares de Pedro Gallo, y en
ellas dice textualmente: “El oficial de Ingenieros y Artillería deberá
conocer las cuatro reglas de sumar, restar, multiplicar y dividir, y no le
vendrá mal saber algo de raíz cuadrada.” Tú sabes
bastante más, y menos matemáticas supieron Epaminondas, el César, y el gran
Alejandro; conque, no te apures; con tu buen deseo y amor al estudio, que no
debes dejar, y con el ejemplo de los superiores, podrás llenar cumplidamente
tus obligaciones y demostrar que un sietemesino puede comportarse como
el mejor de los oficiales.
Recibí carta de Eulalia:
“Apreciable
Claudio: He sabido que has ascendido a oficial, lo cual me ha alegrado mucho y
recibe mi enhorabuena y de mis padres que también se alegran mucho. Mucho me
alegraría que te mandasen a esta guarnición y nos volveríamos a ver, a ver si
te mandan y sentiría mucho que te mandasen a la guerra. Si te mandan a la
guerra no dejes de ponerte el escapulario que te di, y no te mandan también.
Expresiones de mis padres y a tu señor tío, y de ésta tu buena amiga de la
infancia que los es, -Eulalia.”
Eulalia, mi primera visión de amor,
pero una chica de pueblo… y yo, un oficial.
También me escribió la francesita, mas no fue para darme la
enhorabuena:
“Estimado
amigo Claudio: acabo de ser solicitada para casarme[3]. He pedido una semana para
pensar mi respuesta definitiva. Antes de darla, te ruego que con toda franqueza
me digas tu opinión acerca de lo que debo contestar. Hará lo que tú me digas.
De tu caballerosidad espero que guardes el secreto de esta carta. Tu afma.
amiga que tanto te quiere,-Mari.”
El resumen de mi contestación debía
ser: “Cásate
y sé feliz”, mas esto era un desaire y había de hacerse en forma lo
menos molesta posible, con habilidad, con política; yo estaba poco ducho en
malabarismos retóricos: confié el asunto a mi tío, y como él estaba
acostumbrado a secretos de confesión, no tuve inconveniente en contarle mis
continuas visitas a Mari, mis paseos con ella por el jardín, y el gran cariño
que nos profesábamos.
Don Exuperio me dictó lo que yo quería
decir y no sabía expresar, dorando hábilmente la píldora.
Guardé con gran cuidado la cartita[4]
de Mari. Era un recuerdo que halagaba mi amor propio: de mi voluntad dependió
el que se casara o no con el otro.
Mi tío contaba con valiosas
influencias: en Toledo había hecho amistad con jefes que ascendieron a
generales y con otros muchos personajes cuando vinieron a visitar la Imperial
ciudad, pues casi todos trajeron recomendación para que el ilustrado
bibliotecario de la Catedral le sirviera de Cicerone. Quiso aprovechar
estas influencias para procurarme un buen destino, y no fiándose de cartas,
tomamos el tren y nos trasladamos a Madrid.
A nuestro departamento[5]
subió el ex coronel Deza[6],
a quién ya conocen ustedes. Venía malhumorado. No le faltaba razón, según nos
explicó:
-Por no
estar ocioso, por ocuparme en algo útil, vine a Toledo a poner, como puse, una
fábrica de fósforos en la que daba de comer a cuarenta y tres operarios, entre
hombres y mujeres. ¡Cuarenta y tres enemigos! Cuarenta y tres ratones que se me
llevaban hasta el algodón de las cerillas y el cartón de hacer las cajas. He
cerrado la fábrica. Una y no más.
-¿Y no le
alcanza a usted la nueva ley de retiros para coroneles?
-No,
señor.
-Es una
lástima, pues tengo entendido que se retiran con un sueldo opíparo, casi doble
que el de usted.
-Así es;
pero esa ley es un traje hecho a la medida y sólo les encaja a los coroneles
que se hayan retirado en el mes de marzo de este año [1873]; a los que nos
hemos retirado antes y a los que se retiren después, ni agua.
-Extraño,
me parece.
-No debe
extrañarle. Recuerde lo que le conté de Cachimbo y Tirabeque en el otro viaje
que hicimos juntos. Esa ley se debe a la conveniencia particular del coronel
Tirabeque[7] que iba a retirarse
precisamente en marzo de este año.
-¿Tanto
puede Tirabeque?
-Ya lo
creo; como que ha sido del [Regimiento] Fijo de Madrid toda su vida: mejor
dicho, del [Regimiento] Fijo de Constantinopla, porque esto es Turquía[8] pura.
-¿Y qué
justificación dan a tamaño desafuero?
-Cuantas
usted quiera le darán; justificaciones basadas en argucias y sutilezas sin consistencia
y parecidas a ésta: “Si la ley sólo
beneficia a los coroneles retirados en Marzo de 1873, es porque teniendo en
consideración que el mes de Marzo está dedicado a Marte, dios de la guerra, y observando
que 1873 dividido por los cinco mandamientos de la Iglesia, da de resto 3, que
son las personas de la Santísima Trinidad, se ha hecho esta singular excepción
con el mes de Marzo de este año para patentizar la íntima unión que existe
entre el Ejército nacional y la Santa Madre Iglesia, procurando de este modo
restar partidarios a la causa carlista[9]. Aquí todo se explica; todo baile tiene su música; todo
intríngulis su pastora; cada conveniencia particular, su tranquilo para
defenderla, y es perder el tiempo revolverse en contra. ¿Sabe usted quién fue
Fray Pedro de Valls[10]?
-Ya lo
creo: un escritor de la Orden de los Capuchinos, que floreció a principios del
siglo pasado, y escribió una sátira titulada “Mandúcome frumen”[11].
-Pues recuerde aquella redondilla de
esa sátira:[12]
“En cuestiones
de criterio
huelga toda discusión;
siempre tiene la razón
el que está en el Ministerio”
Y como Tirabeque estaba en el Ministerio, él se lo
guisó y él se lo comió.
-¿Y cómo
pudo Tirabeque pasarse toda la vida en Madrid?
-Creándole, para él solo, un destino
especial e innecesario.
-Carape,
carape[13]; no acierto a comprender
eso del destino innecesario.
-Es muy fácil.
[1] Antiguamente
fue conocida por la historiografía española como «segunda guerra civil». La tercera guerra
carlista fue una guerra civil que tuvo lugar en España de 21/abr/1872 a 28/feb/1876,
entre los partidarios de Carlos, duque de Madrid, pretendiente carlista al
trono, y los gobiernos de Amadeo I, de la I República y de Alfonso XII.
[2] Sobre la
aplicación al estudio de los cadetes, sirva de ejemplo la crónica ‘LA
QUÍMICA EN VERSO’, por Melitón
González, publicado en la revista BLANCO
Y NEGRO, Madrid, 01-05-1897, página 17. Eran años de campañas en Ultramar y
en el Rif.
[3] El
pretendiente de Mari era el coronel don Sebastián Botifueros, íntimo amigo de
don Exuperio, y jefe del Regimiento de Sobreda; éste fue el primer destino como
oficial de Claudio Béjar. Allí se produjo un bochornoso equívoco a casusa de
esa carta, narrado en el capítulo XII. EN EL REGIMIENTO DE SOBREDA.
[4] Esta
carta de Mari ‘la Francesita’ motivó un desagradable malentendido cuando el
alférez Claudio Béjar en su primer destino, el Regimiento de Sobreña.
[5] El
primer ferrocarril español se construyó en 1837 en la entonces provincia
española de Cuba, la línea La Habana-Güines. Unos años más tarde, en la
península ibérica, se construyó la línea de Barcelona a Mataró en 1848. A
partir de esa fecha se producirá una rápida expansión con la construcción de
numerosas líneas de ferrocarril de ancho ibérico a cargo de las que se
convertirán en las principales empresas ferroviarias de la época: la Compañía
de los Ferrocarriles de Madrid a Zaragoza y Alicante (1856), la Compañía de los
Caminos de Hierro del Norte de España (1858) o la Compañía de los Ferrocarriles
Andaluces (1877).
[6] Dionisio
DEZA Roldán, coronel de Caballería, retirado. Claudio Béjar, siendo adolescente
ya huérfano, lo conoció en el FFCC de Madrid a Toledo, escuchando las historias del Cadete Tirabeque y el loro
Cachimbo. Años después, recién egresado el alférez Béjar de la Academia de
Infantería, volvieron a coincidir en el FFCC de Toledo a Madrid, donde el
coronel (R.) Deza narró la historia del destino especial e innecesario del
oficial Tirabeque, con la redondilla:
“En cuestiones
de criterio huelga toda discusión; siempre tiene la razón el que está en el
Ministerio” .
[7] TIRABEQUE
no es un apellido real. Un TIRABEQUE es un tirachinas. Al oficial Tirabeque le
precedió con tal nombre un personaje ficticio, un lego del popular Fray Gerundio;
y en los años del Sexenio Revolucionario y la I República, época en la que
suceden estas páginas, fue un periódico semanal SATÍRICO-POLÍTICO-BURLESCO, Y
ALGO MÁS. El Coronel TIRABEQUE de esta novela se retiró en 1873, y aparece para
nuestro divertimento en los capítulos VIII. DOS REYES DE ESPAÑA NO MENCIONADOS
POR LA HISTORIA, X. CADETE. ALFÉREZ, y sobre todo en XI. CÓMO SE INVENTÓ UN
DESTINO (ESPECIAL E INNECESARIO) de esta novela.
[8] Abdülaziz
I era el sultán del Imperio Otomano en el periodo comprendido entre 1861 y 1876,
cuando pasa a retiro el Coronel Tirabeque.
[9] La
tercera guerra carlista fue una guerra civil que tuvo lugar en España de 1872 a
1876, entre los partidarios de Carlos, duque de Madrid, pretendiente carlista
al trono, y los gobiernos de Amadeo I, de la I República y de Alfonso XII.
[10]
Posiblemente un personaje ficticio. El autor de esta novela, don Pablo
Parellada, nació en Valls (Tarragona).
[11]“Mandúcome
frumen”: Juego de palabras que hace Pablo Parellada con Manduca y Manduco me flumen, “latinajo”
que no tiene traducción y que querría significar “¡cómo me río!”
Y va de cuento: hemos leído que éranse cuatro
estudiantes de una Universidad de España que, encontrándose sin un céntimo,
dispusieron que uno de ellos “se enfermara”, para que sus familiares le
mandaran dinero.
Pero los familiares pensaron que sería mejor venir, y
cuando estaban de visita, los tres compañeros del enfermo comenzaron a presumir
de mucho latín; “De hac si non est pallium”,
dijo el primero, es decir, “De esta si no es capa”,
queriendo decir “De esta sí no escapa”.
“Non redibit in epistolam
alienam”, sentenció el segundo, “No volverá
a carta ajena”, en lugar de “no volverá a
Cartagena”, su tierra natal.
El tercero, dándose cuenta de que sus compañeros
estaban desbarrando de lo lindo, lanzó esta exclamación: “Manduco me flumen illorum!” “Cómome río de ellos” en lugar de “Cómo me río de ellos”.
Desde entonces, cada vez que algún pretencioso está
disparatando horriblemente, en la creencia de que está quedando muy bien, se
acostumbra decir “Manduco me flumen”, que como hemos dicho, no
tiene traducción y que se forma con estas tres palabras: “Manduco”, “como”
del verbo comer; “me” acusativo del pronombre “ego”, es decir, a mi;
“flumen”, el río.
[12]
Advertimos de la coincidencia buscada por
PABLO PARELLADA, autor de esta
novela publicada en 1919, MEMORIAS DE UN SIETEMESINO: En su popular monólogo en
verso LAS CHIMENEAS, publicado en 1917 y conocido como LA RAZÓN OFICIAL, se cuentan
las vicisitudes de los coroneles SAVIRÓN (Ingeniero Comandante de la plaza de
Gijón) y PALAREAS (en Valencia); quienes, al igual que con el coronel TIRABEQUE
en esta novela, nos recuerdan que “En cuestiones de criterio huelga toda
discusión; siempre tiene la razón el que está en el Ministerio.”