VIII. DOS REYES DE ESPAÑA NO MENCIONADOS POR LA HISTORIA
Tomamos el tren que nos condujo de
Madrid a Toledo. Frontero a mi tío venía un caballero de avanzada edad. Se
apellidaba Deza, esto
lo supimos por haberle nombrado así el amigo que le despidió en la estación de
Madrid.
Mi tío, además de desenterrador de
palabras olvidadas, era gran conocedor de apellidos y de sus genealogías, así
como de sus significados, y quedábase muy satisfecho en pudiendo explicar que
casi todos los apellidos españoles expresan algo, como Fajardo[1],
pastel relleno de carne; Ortega[2],
paloma silvestre, y Cavia[3],
excavación hecha alrededor de un árbol para regarlo. Análogamente se expresaba
con los nombres del Santoral: Canuto significa poderoso; Acacia
es tanto como sencillez; Adán es señor; Blas quiere decir germen,
etc.
Por eso, no habíamos llegado a la
primera estación cuando don Exuperio dijo al referido viajero:
-Usted
perdone, señor; he oído que se apellida usted Deza…
-Sí,
señor; Dionisio Deza Roldán, coronel de Caballería, retirado, o sea de
desecho, para servir a usted.[4]
-Muchas
gracias; Exuperio Béjar, en la catedral de Toledo, me tiene a su disposición.
Hice a usted esa pregunta porque su apellido me recuerda el de un notable
teólogo español del siglo XV, don Diego Deza. Tal vez descienda usted de él.
-Es
posible.
-Fueron
muchos los Dezas notables: dos en el siglo XVI, Alfonso Deza, escritor, y el
prelado don Pedro Deza; y en el siglo XVII tenemos a Rodrigo Deza, hombre de
gran talento que ingresó en la Compañía de Jesús.
Y aquí continuó su análisis de los
Deza, de qué punto de España son oriundos, cómo se ramificaron y cuál es el
blasón que ostentan.
Lo mismo sucedió con el apellido
Roldán, del cual el coronel ignoraba, y don Exuperio nos refirió, que su escudo
está formado por un guerrero matando un dragón, y lleva lema: “El Roldán que la serpiente mató -con la princesa casó.”
Ya enfrascados en el tema, enredáronse
los apellidos, como las cerezas y salió a cuento el apellido de Melón, apellido
ilustre -según mi tío-, oriundo de la provincia de León, si bien hay categorías
dentro de los diferentes Melones, a juzgar por el escudo de uno de ellos, donde
se lee: “El mejor de los melones de
Valencia de Don Juan.”
Enterado el coronel de mi vocación por
la carrera de las armas, hizo de ella grandes elogios y de ella hablaron
extensamente. Llegados al asunto de las academias militares, preguntóle mi tío
cuál de ambos sistemas le parecía más conveniente: estar los alumnos internos o
externos.
A lo cual el coronel Deza contestó:
-No
sé qué contestarle: hay años en que parece más conveniente lo uno, y años en
los que parece mejor lo otro. Eso depende unas veces de Cachimbo y otras de
Tirabeque. Usted, que tan enterado está de nombres y apellidos, ¿no sabe
quiénes son esos dos personajes?
-¿Cachimbo
y Tirabeque? No recuerdo.
-Dos
soberanos españoles no mencionados por la Historia.
-Espere
usted: Cachimbo me suena de reyezuelo de tribu americana, y Tirabeque tiene
sabor a rey de los antiguos guanches de Canarias.
-Pues
no, señor; son dos soberanos netamente españoles, aunque en lo de Cachimbo[5]
no anduvo usted desencaminado, porque en América nació. Voy a explicarme.
Ya saben ustedes que en *** existe una Academia militar.[6]
En un principio, estuvieron los alumnos internos; mas, por razones
ignoradas por mí, se dispuso que estuvieran externos, a cuyo efecto salió una
Real Orden con éste o parecido preámbulo: “Teniendo
en consideración los inconvenientes del internado, así como las ventajas de que
los alumnos estén externos…” Y los alumnos se fueron a vivir a fondas o
casas de huéspedes[7].
Pasaron unos años y en una convocatoria obtuvo plaza un niñito hijo de un alto
e influyente personaje de la corte; joven de cortos alcances, cerebro limitado
y figura un tanto ridícula, al que sus compañeros de promoción habían dado en
llamar Tirabeque[8].
El padre de este chico estaba lleno de zozobra pensando en que su hijo -jamás
se había separado de las faldas de mamá- iba a vivir en solo, fuera de la vigilancia paterna y
expuesto a pervertirse; y corrió a ver a su amigo el ministro de la Guerra: -Ya ve usted,
mi pobre chico, una criatura, un niño desconocedor del mundo y sus asechanzas,
sin una persona que lo vigile, solo, en una casa de huéspedes. Comprenda usted
que esto es muy doloroso para unos padres. Hemos pensado en trasladarnos a con él, pero no nos es posible. Mi mujer está
con un disgusto feroz… ¿No habría manera de que mi hijo estuviera interno?
-Sería una excepción, y eso no puede ser;
todos los alumnos están externos.
-Pero
podría dictarse una disposición para que estuviesen todos internos.
-Eso exigiría grandes obras de reforma en el
edificio de la Academia[9],
que costarían muchos miles de pesetas[10].
-¿Y
qué? Ni del bolsillo de usted ni del mío han de salir.
-Hay otro inconveniente insuperable: el edificio de la Academia no es propiedad del Estado; y está terminantemente prohibido gastar fondos del Estado en edificios que no son suyos.
Las razones del ministro eran aplastantes, pero lo eran más las
influencias del papá de Tirabeque; y hablando con este personaje político,
tirando del otro y achuchando al de más allá, consiguió una Real Orden con este
preámbulo: “Teniendo en consideración las ventajas
del internado, así como los inconvenientes de que los alumnos estén externos…” Al
mismo tiempo, en la Comandancia de Ingenieros se recibió la orden de que, con
toda urgencia, se procediera a la ejecución de las obras necesarias para el
internado en el edificio de la Academia. Todo ello con el fin de que el joven
Tirabeque no fuese a una casa de huéspedes desde el punto y hora en que llegase
a . Gran consternación produjo la nueva disposición entre las patronas de casas
de huéspedes, y sus protestas de nada sirvieron a no contar con doña Serapia en
el gremio. Era doña Serapia patrona de huéspedes vieja, solterona, y todos sus
afectos estaban concentrados en un loro[11]
llamado Cachimbo, heredado de su madre y su abuela, que también tuvieron
huéspedes alumnos; y como el tal animalito estaba acostumbrado a las constantes
caricias y obsequios de aquéllos y a las alegrías de la gente joven vestida de
uniforme, al encontrarse falto de tan alegre ambiente, cerró el pico, púsose
mantudo[12],
y no hubo fuerza humana que le volviese a hacer decir:
“Se da colorete.” “Se da colorete.”, cuando veía pasar una señorita, ni “Lorito real, saca la
pata.”, cuando para eso era requerido. Muchas promociones habían pasado
por casa de doña Serapia; a todos trató con solicitud maternal, y de ella
guardaron agradecimiento. Algunos cadetes de los que fueron sus huéspedes
habían ido ascendiendo y ocupaban ya altos puestos en la milicia. Doña Serapia
se fue a Madrid y visitó a uno de aquellos elevados personajes que más cariño
demostró al loro en otro tiempo, y, entre lágrimas y suspiros, le hizo saber
que el animalito se encontraba al borde del sepulcro a consecuencia del
internado y no ver a su lado aquellos uniformes juveniles que eran su alegría.
-Vamos, no llore usted, Serapia. ¡Caramba,
sí que lo siento! ¡Pobre Cachimbo! -decía el alto personaje, antiguo
huésped de doña Serapia.
-Se me muere, se me muere. Está en las
últimas; ni chocolate quiso ayer. Yo no podré sobrevivir a su muerte. Ya ve usted,
no tengo en el mundo más cariño que el suyo.
-Comprendo, comprendo su aflicción.
-Usted que es persona de tanta influencia,
¿no podría hacer que se revocase la orden del internado?
-Dificilillo es, para nada perdemos con
probar: con esta tarjeta mía, en la que recomiendo el asunto con el mayor
interés, vaya usted a ver al Excelentísimo señor general don Yago de Yangua.
-¡Ah, don Yago de Yangua! Le recuerdo,
también le tuve de huéspede en casa, donde hizo toda la carrera.
Precisamente el señor de Yangua fue quién a fuerza de paciencia le enseñó a
Cachimbo a decir “Se da colorete.” “Se da
colorete”. Se querían como si fuesen
hermanos.
Doña Serapia corrió a ver al Excelentísimo señor general don Yago de
Yangua y algunos más, y consiguió una nueva disposición para que el internado
fuese únicamente para los alumnos de reciente ingreso, y en terminando éstos
sus estudios -es decir, en saliendo Tirabeque a oficial- quedasen todos
externos otra vez. La nueva Real Orden empezaba: “Teniendo en consideración los inconvenientes del
internado, así como las ventajas de que los alumnos estén externos…” De modo que doña Serapia continuó con los alumnos
de segundo y tercer año en su casa, y aún con los perdigones[13]
del curso primero anterior, y la alegría volvió a revivir a Cachimbo. Así,
pues, si bien las firmas de Cachimbo y Tirabeque no aparecieron al final de
aquellas soberanas disposiciones, yo entiendo que, virtualmente, fueron ellos
los firmantes, puesto que a Tirabeque y a Cachimbo se debían. Disposiciones
cuyas minutas habrán sido conservadas para ir reproduciéndolas
alternativamente, según que el influyente sea otro Cachimbo u otro Tirabeque. Por cierto -y esto fue lo más peregrino- que en premio
de las obras proyectadas y ejecutadas con motivo del internado , por mi
hermano, entonces comandante de Ingenieros de ***, ascendieron a general al
coronel director de la Academia.
-¿Y a su hermano de usted, nada le dieron?
-Claro que sí: las gracias de Real Orden;
algo es algo; menos le dieron cuando por unas obras de fortificación que
ejecutó en el recinto de Melilla concedieron una gran cruz[14]
al general gobernador de la Plaza.
-Y dirigiéndose a mí, continuó:
-Oiga usted, pollo: por lo que acabo de
referir, no vaya usted a pensar que en la milicia se procede siempre así; nada
de eso; el Ejército es lo mejor y lo más sano que nos queda, pero tiene sus
defectillos como los tiene toda obra humana, y alguna vez que otra verá, si
llega usted a vestir el honroso uniforme, que no se procede con la lógica y
justicia deseable, y se resuelven los asuntos por el método que yo llamo de
Ollendorf[15]
por ser la lógica que este tratado contesta a las preguntas: “¿Tiene
usted el paraguas” “No tengo el paraguas, pero tengo el bozal del perro.” Quiera Dios que alguna vez no sea usted víctima de este método,
muy cómodo para cuantos no saben resolver con lógica y justicia.
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[4] Dionisio
DEZA Roldán, coronel de Caballería, retirado. Claudio Béjar, siendo adolescente
ya huérfano, lo conoció en el FFCC de Madrid a Toledo, escuchando las historias del Cadete Tirabeque y el loro
Cachimbo. Años después, recién egresado el alférez Béjar de la Academia de
Infantería, volvieron a coincidir en el FFCC de Toledo a Madrid, donde el
coronel (R.) Deza narró la historia del destino especial e innecesario del
oficial Tirabeque, con la redondilla:
“En cuestiones
de criterio huelga toda discusión; siempre tiene la razón el que está en el
Ministerio” .
[5] CACHIMBO: palabra ya antigua a
mediados del siglo XIX, y con varios significados. Para esta apostilla, tomo la
descripción “Pipa de fumar ordinaria y tosca, en especial la que usan los
negros viejos”. Casi al tiempo que Pablo Parellada publicó esta novela MEMORIAS
DE UN SIETEMESINO, firmó con su ‘Melitón González’ el cuento TRES
ENGAÑADOS en la revista BLANCO Y NEGRO, 28-12-1919, páginas 19 a 21;
ambientada en la Cuba ocupada por EEUU tras el Desastre de 1898, que inicia con
“En la ciudad de la Habana malvivía un negro sucio y harapiento, nominado
Cachimbo y apellidado Sánchez (…)”; cuento que recomendamos leer, y termina
con esta moraleja :"Las naciones no mejoran variando su forma de
Gobierno, sino cambiando el modo de ser de los ciudadanos. Apréndala y téngala
presente quien la ignore en España."
[6] El
redactor de estas apostillas, por razones razonables que ahora no cuento, cree
que se trata de la Academia de Ingenieros, en Guadalajara.
[7] Un
entremés en un Acto y en prosa de Pablo Parellada, estrenado en el Teatro Lara
en 1913: REPASO
DE EXAMEN. Ambientado en Toledo, un alumno de Infantería, perdigón de
tercero, se aloja en una casa de huéspedes, y el sereno lo despierta por
encargo a las tres de la madrugada porque hay que amarrar (como dicen los
cadetes), empollar y apistonarse para el examen.
[8]
TIRABEQUE no es un apellido real. Un TIRABEQUE es un tirachinas. Al oficial
Tirabeque le precedió con tal nombre un personaje ficticio, un lego del popular
Fray Gerundio;
y en los años del Sexenio Revolucionario y la I República, época en la que
suceden estas páginas, fue un periódico semanal SATÍRICO-POLÍTICO-BURLESCO, Y
ALGO MÁS. El Coronel TIRABEQUE de esta novela se retiró en 1873, y aparece para
nuestro divertimento en los capítulos VIII. DOS REYES DE ESPAÑA NO MENCIONADOS
POR LA HISTORIA, X. CADETE. ALFÉREZ, y sobre todo en XI. CÓMO SE INVENTÓ UN
DESTINO (ESPECIAL E INNECESARIO) de esta novela.
[9] El
redactor de las apostillas a pie de página de esta novela considera razonable
que Tirabeque fue cadete en la Academia… de Ingenieros, en Guadalajara.
[10] El
Diccionario de autoridades de 1737 define la PESETA como «la pieza que vale
dos reales de plata de moneda provincial, formada de figura redonda. Es voz
modernamente introducida». El 19 de octubre de 1868, el ministro de Hacienda
del Gobierno provisional del general Serrano, Laureano Figuerola, firmó el
decreto por el que se implantaba la peseta como unidad monetaria nacional,
sustituyendo al escudo como tal. Su introducción estuvo determinada por razones
políticas, borrar los vestigios de la monarquía borbónica (derrocada el 30 de
septiembre de ese año con el triunfo de La Gloriosa) en las piezas al uso al
mismo tiempo; y económicas, al entrar en vigor oficialmente el sistema métrico
decimal en el contexto de la Unión Monetaria Latina.
[11] De
manera general, se estima que los loros en libertad pueden vivir alrededor de
60 años, mientras que en cautividad, unos 80 años, por lo que quien decide
tener uno como mascota ha de ser consciente de que mantendrá un compromiso de
por vida.
[13] PERDIGÓN: De perder. 3 m. coloq. En
las academias militares y otros centros docentes, alumno que ha perdido el
curso. Sin.: repetidor, repitiente.
[14] CRUZ .
Distincion concedida por algún mérito de guerra ó por años de servicio.
Condecoración.
[15] El
MÉTODO OLLENDORF: en esta novela leemos cómo se aplica en la milicia, en los
capítulos VIII. DOS REYES DE ESPAÑA NO MENCIONADOS POR LA HISTORIA y XIX. EN
SAN MIGUEL DE NUEVITAS.
El lingüista alemán Heinrich Gottfried Ollendorff
(1802 – 1865) fue el creador en el siglo XIX de un revolucionario método de
aprendizaje de idiomas; consistía en enseñar una lengua de una forma peculiar.
Mientras la estructura sintáctica de la oración fuera correcta no importaba el
significado. De tal forma que las conversaciones podían no tener sentido,
aunque fueran correctas. La pregunta podía no tener nada que ver con la
respuesta. La comunicación con este método era complicada y aunque, a la larga
el estudiante podía aprender la lengua de forma más natural, a corto plazo no
podía comunicarse con soltura.



